Decio y Necio -o la rebelión de las nubes-

08 de Octubre de 2021

[Por: Facundo]




Cuentan los antiguos que hace muchos años allá en un pueblito muy lejano, vivían dos amigos: Decio y Necio. Éstos eran campesinos y sembraban todo tipo de hortalizas y maíz, frijol y calabazas; tenían árboles frutales, bosques de pino y otros árboles propios de la región. Con el correr del tiempo Decio y Necio llegaron a ser compadres e iban de un lado a otro por todas partes.

 

Y en ese tiempo empezaron a cortar los pinos y a cambiarlos por otros árboles, y en vez de sembrar maíz, sembraban unas plantas espinudas. De tal manera que los cerros antes cubiertos de pinos, ahora se veían pelones, pura tierra y los árboles esos que dizque “cascahuates”.

 

Y cuentan los antiguos que una vez, al calor de unas copas de vino, Necio le dijo a Decio: “Oye, compadre, te quiero decir algo”. Dime compadre, para eso son los amigos”. ¨

 

“Pues ya desde hace un tiempo para acá -dijo Necio- vengo pensando que debemos hacer algo con las nubes para que no llueva tanto y no nos dañen tanto nuestras siembras”. “¿Y cómo será eso, compadre?” Pues no sé todavía, pero sigo pensando en eso.

 

 “¡Ah, que mi compadre -exclamó Decio- tú andas siempre con la cabeza llena de remolinos de ideas!”.

 

Y cuentan que allá en ese pueblo muy lejano y hace muchos años, un día llegó todo sonriente el compadre Necio a la casa de su compadre Decio. Traía la cara, redonda como la luna, llena de alegría. “¿Y ahora qué traes, compadre?” -le preguntó Decio-.

 

“Pues fíjate que ya encontré la solución para evitar que llueva tanto y que no amuele tanto nuestras siembras” -dijo Necio-.

 

“¿Ah sí, compadre? - pues que será, suéltala al instante-”

 

“Mira compadre, vamos a hacer unos tubos de carrizo, o de cartón, los llenamos de pólvora y luego los aventamos al cielo. Al llegar a las nubes, explotan y parten las nubes por la mitad y así ya no lloverá. Ya lo verás compadre. Es como cuando uno con su machete parte una víbora en dos y así se muere”. 

 

“¿Tu crees, compadre?” -le contestó Decio-

 

“Ya lo verás” -contestó Necio, todavía con su cara de luna toda llena de sonrisa-.

 

Y se dieron a la tarea de hacer muchos de esos tubos de pólvora. Y cuando ya tenían muchos, los empezaron a probar, y sí les dieron resultado. Cuando se venía una tormenta, desbarataban las nubes y ya no llovía.

 

Allá en ese pueblo muy lejano y hace muchos años, el pueblo acostumbraba ponerle nombre a las nubes. Así que una era la Blanca, otra la Inocencia, otra la Linda, otra El Águila, otra la Mariposa, otra el Cordero, otra El Colibrí, otra la Tórtola, otra la Hermosa…todas tenían nombre.

 

Cuando ya iba a empezar a llover, los dos compadres aquellos: Decio y Necio, empezaron a probar su artillería con los tubos aquellos llenos de pólvora, la primera que cayó herida fue la Blanca. Sólo alcanzó a exclamar envuelta en humo: “¡Ay, ya me dieron!”. Y así siguieron cayendo otras: La Flor, la Tempranilla, la Mariposa, El Ángel.

 

Y pronto hubo otros habitantes de aquel pueblo que imitaron la práctica de Decio y Necio de romper las nubes, y luego ya de cualquier parte del pueblo subían los tubos esos llenos de pólvora que explotaban allá en el cielo y destruían las tormentas. Nomás se veía el humo allá arriba.

 

Estaban tan engolosinados con sus cosechas y con su dinero que ni siquiera reparaban en la muerte de las nubes.

 

Esta fea costumbre siguió por mucho tiempo en aquel pueblo, cada vez más nubes eran asesinadas por los tubos aquellos. Hasta que un día, la Inocencia llamó a sus hermanas a una reunión de nubes. Pronto llegaron la Linda, el Cordero, el Colibrí, la Tórtola, la Hermosa y otras muchas.

 

Ya estando todas reunidas, así les habló la Inocencia: “Hermanas, ya son 78 nubes las que han caído, ya son demasiadas. Esto ya no lo podemos tolerar más. El plan que les propongo es el siguiente. Primero vamos a ir a informar a las nubes de otros pueblos lo que está pasando con nosotras aquí en el pueblo. Después vamos a realizar una magna asamblea de nubes y vamos a formar una alianza, una red de nubes que estén perfectamente coordinadas. Y cuando en la asamblea de nubes tomemos una decisión, ésta será cumplida por todas las nubes de la sierra, de los valles, de los montes, de las colinas, de las llanuras, de los lagos y de los mares”.

 

Todas las nubes estuvieron de acuerdo con la propuesta de La Inocencia e hicieron un pacto de unidad y solidaridad con sus hermanas nubes asesinadas.

 

Y cuentan que las nubes de aquel pueblo lejano viajaron miles de kilómetros y países para dar a conocer lo que estaba pasando en ese pueblo. Recorrían montañas, valles, cerros, llanuras, lagos. Y a todas iban avisando lo que pasaba en su pueblo.

 

Después de varios meses de trabajo intenso convocaron a una magna asamblea. Eran 144 mil nubes las ahí reunidas. Después de analizar durante largo tiempo y tras serios debates sobre los pros y contras que tendría una resolución, la asamblea aquella de nubes hermanas tomó la siguiente decisión: “Por tres años consecutivos, no vamos a llover en ninguna parte”. El acuerdo fue recibido con un aplauso de las nubes ahí presentes.

 

Sí habían platicado en su asamblea sobre los diferentes grupos que había en aquel pueblo y a los cuales iba a afectar la decisión:  los inocentes, los ignorantes, los inconscientes, los beligerantes. Pero dijeron: “El tiempo para darse cuenta del daño que nos están haciendo ya se terminó, y no hicieron nada por cambiar”.

 

Mientras tanto los alegres compadres, Decio y Necio, seguidos de muchos otros, siguieron con su malsana práctica, pero terminó el tiempo de lluvias y el cielo lucía limpio y despejado.

 

Cuando llegó otra vez el tiempo de lluvias, el tiempo de las siembras, las nubes, fieles a su acuerdo de asamblea, no llegaron.

 

Para esto, Decio y Necio ya estaban preparando sus tubos esos rellenos de pólvora.

 

Pasaban los meses y Decio y Necio se preguntaban: “¿Qué pasaría?”

“¿Te das cuenta, Necio, le dijo Decio a su compadre, que ya estamos en agosto y no ha llovido una sola vez?”. “Sí, compadre, eso está muy raro” -le contesto-.

 

El agua empezó a escasear, el río se secó, de los pozos ya no podían sacar agua. Y entonces, los habitantes de aquel pueblo tenían que recorrer grandes distancias para traer un poco de agua, siquiera para tomar, para hacer la comida. A veces hacían un día de camino para traer siquiera una garrafón de agua. Llegó a ser tanta la necesidad de agua, que los campesinos escarbaban al pie de una roca en el monte para esperar que lagrimeara unas cuantas gotas, lo que es un puño de agua en el cuenco de la mano, revuelta con lodo, y así se la tomaban.

 

Y pasaron los meses y llegó el segundo año…y las nubes ya no venían al pueblo. Ya a los habitantes de aquel pueblo hasta se les había olvidado cómo era eso de llover.

 

Y llegó el tercer año, y nada. Ni una gota de agua. La gente empezó a abandonar el pueblo. Hasta dicen que algunos habitantes del pueblo aquel fueron con el sacerdote para que rezara unas rogativas, hiciera alguna oración, sacara al patrón del pueblo para que recorriera las calles, para ver si así llovía.

 

Pero cuentan las historias de esos tiempos muy antiguos, que el sacerdote aquel, usando el lenguaje del pueblo, les contestó: “Ya pa’ qué, ustedes las corrieron”.

 

Y cuentan que allá en aquel pueblo lejano, hace muchos años, como por arte de un milagro, sólo pudieron sobrevivir diez familias a aquella catástrofe tan terrible.

 

Imagen: https://observatoriosocioeclesial.pe/semana-laudato-si-conoce-el-programa-completo-por-los-5-anos-de-la-enciclica/ 

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