20 de Mayo de 2021
[Por: Pablo Bonavía]
1. Las cristianas y cristianos nos sentimos profundamente conmovidos y convocados por la memoria de los desaparecidos durante la dictadura de cada 20 de Mayo. Lo hacemos por entrañables motivaciones que compartimos codo a codo con muchos compatriotas que nos resultan más que suficientes. Pero lo hacemos también, creo, con una perspectiva propia. ¿Por qué?
2. Nosotros vivimos en lo que podemos llamar una comunidad narrativa. De hecho, en nuestros encuentros, reflexiones y celebraciones relatamos una y otra vez acontecimientos de la historia del pueblo judío, de la vida de Jesús y de la primera comunidad cristiana en los cuales reconocemos que emergen las luces y fuerzas que permiten humanizar radicalmente la historia personal y colectiva. La comunidad cristiana encuentra lo más profundo de sí misma, no en una doctrina abstracta sino en aprendizajes históricos que se han grabado para siempre en nuestra memoria colectiva y constituyen una fuente irrenunciable para nuestra esperanza, opciones y compromisos.
3. Esta memoria no tiene nada de relato triunfalista. Es una memoria profundamente esperanzadora, pero lleva las marcas del rechazo, persecución y muerte de Jesús por su cercanía y solidaridad con las víctimas de su tiempo. Nosotros existimos como comunidades porque cuando mataron a Jesús hubo quienes, movidos por el Espíritu, y a pesar de ser perseguidos, se negaron a dar vuelta la página de lo que había sucedido con Él. No para buscar una revancha o responder con la misma violencia que él había sufrido sino porque en la trayectoria, muerte y resurrección de Jesús descubrieron una fuerza ‘otra’ que viene de Dios y es capaz de transformar desde dentro y desde abajo nuestra historia personal y colectiva.
4. Alguien ha dicho que ‘dejar hablar al sufrimiento es condición de toda verdad’. Para las cristianas y cristianos dejar hablar al sufrimiento de las víctimas, es condición para encontrar al Dios verdadero y abandonar los falsos absolutos que inventamos los seres humanos, los ídolos, que reclaman víctimas humanas en sus altares. Nosotros creemos que no podemos entrar en comunión con el Dios verdadero sino en el acto de responder al clamor de los empobrecidos y de la misma Tierra
5. Por eso cuando participamos de la Marcha del Silencio junto a los Familiares de los Desaparecidos durante la dictadura, en forma presencial o virtual, lo hacemos como parte de una verdadera causa nacional en la que se juega la identidad y el futuro de nuestro país. Pero también como parte de nuestro seguimiento de Jesús. Lo hacemos, eso sí, conscientes de nuestras limitaciones y contradicciones y, por tanto, decir ¡presente! en esta marcha nos compromete a jugarnos por el amor, la verdad y la justicia en nuestras opciones de todos los días y en nuestra común responsabilidad ciudadana.
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