La ciudad y la cotidianidad: lugares teológicos (2)

22 de Agosto de 2019

[Por: Rosa Ramos]




Y no te vayas a creer que es fácil 

ver en las aristas de la bruma 

las joyas tristes 

las espigas del trigo de la luna.

(Eduardo Darnauchans)

 

En la entrega anterior decía: Los otros y sus historias mínimas son para mí la zarza que arde y no se consume, que me atrae siempre más.

 

La ciudad muestra pero también esconde historias, o esconde a sus protagonistas, por eso no es fácil ver las espigas del trigo de la luna, la belleza y la vida en la aridez, pero es nuestra tarea porfiada -como seguidores de Jesús- la de escudriñar más allá de la superficie, las huellas del “reino”.  (Lc. 17, 21) 

 

La ciudad muestra su vida agitada, aturde con sonidos de bocinas de los coches, parlantes con músicas y avisos diversos; también muestra vivos colores en movimiento. Todo esto llega y satura nuestros sentidos, hasta por el olfato y el tacto, porque en la ciudad la gente se agolpa en centros comerciales, medios colectivos de transporte.

 

Por otra parte, la ciudad oculta a los enfermos y presos en sitios poco visitados o que evitamos visitar. 

 

Sin embargo aún allí hay espacio para la acción de Dios, “los infiernos de la historia también son lugares teológicos”, dice González Buelta. Si bien cuesta, duele, meterse en esos infiernos, y mantener abiertos los sentidos más allá de las primeras o más fuertes estridencias, luego se empieza a percibir esa “Presencia” discreta y suave que circula en gestos, miradas, cuidados y solidaridades, así sean mínimas. 

 

Pondré algunos ejemplos concretos de estos días. 

 

Ana está desde hace menos de un mes en un hogar geriátrico, es la tercera vez que la visito, le cuesta adaptarse, haber dejado su apartamento y estar rodeada de enfermos. Hoy en el diálogo varias veces se quebró -en su vida anterior nunca la había visto llorar-, sin embargo señaló algo positivo de la casa: el buen trato. Me presentó a dos de las cuidadoras, hablé con ellas, no es un trabajo fácil y están lejos de su patria, pero las vi responsables y dulces. Ana me contó que “el nochero también es un encanto”, a él una anciana de más de 90 años le pide mimos porque se siente muy sola y él se toma tiempo para prodigarle esos mimos.

 

Ramón que vive desde hace varios años en un hogar, ha pasado esta semana en un sanatorio y al cuidado de otras personas, además de la familia. Pues hoy le dijo a la hija que se hizo amigo de uno de esos cuidadores al punto que le prometió ir a visitarlo al hogar. El año pasado pasó su cumpleaños hospitalizado, pero sus compañeros le enviaron audio con los saludos y cantándole a coro los augurios. Es que más allá de sus límites, él atrae con su bonhomía. 

 

Rita acaba de llegar a su casa, después de 36 horas en pie, atendiendo a la tía de su esposo, anciana también, que tuvo un ACV; no se animó a dejarla en un día y medio porque está “muy perdida” y solo habla en un dialecto italiano que nadie en el sanatorio entiende. En esa familia siempre hay tiempo para ocuparse personalmente de todos, sea de los hijos, de las “nonas” o de los amigos, a pesar de trabajar muchísimo.

 

Elsa contó en una reunión de Caritas la rica experiencia de los talleres de Perdón y Reconciliación llevados adelante en cárceles. En el mismo taller participan presos por diversos delitos -hasta un asesino serial-, policías y funcionarios, allí la metodología lleva al llanto, las confesiones de heridas fieras y antiguas, y sobre todo encuentro de esas personas consigo mismas y con los otros, tan otros! Terminado el taller, piden continuar, jamás han vivido las dos mujeres talleristas, una falta de respeto de parte de esos varones duros o endurecidos.

 

José María, abogado y dedicado ahora casi por completo a la Pastoral Carcelaria, tiene mil historias de amor y dolor, de impotencia ante las enormes dificultades, de bregar cada día por tantos presos. Una muy simple y elocuente: la semana pasada se iba ya de una visita, apurado, cuando lo detiene un preso extranjero para decirle “no te vayas sin darme un abrazo”. 

 

Estos gestos que revelan tanta ternura, generosidad, gratuidad, son profundamente humanos,  tanto que se ve en ellos el paso del Espíritu recreando, sanando, dulcificando, sacando vida de la muerte. 

 

Pequeñas historias que suceden intramuros de hospitales, hogares y cárceles, lugares de muros grises que separan a sus ocupantes y a quienes se ocupan de ellos, del colorido de la ciudad; lugares con olores que no son ni de flores ni de perfumes franceses, que pocos frecuentan, y a los que “vamos haciendo de tripas corazón” -dicho que expresa muy bien el retorcimiento y la negación inicial que provocan-.

 

Gestos, pequeñas historias, invisibles o invisibilizadas en lugares escondidos. Otras historias se podrían contar de lo que sucede en las noches, en las calles, en los prostíbulos, en los bares. Lugares de los “desconsolados” a los que canta Darnauchans: “Son los desconsolados/ son los descarrilados/ los desamados del amor. / Habitantes del olvido /pasajeros de la nada/ pobladores del silencio…”

 

Abunda el dolor en todos esos sitios intramuros  o contra los muros, en las oscuridades de la ciudad, abundan las miserias humanas, pero también allí sobreabunda la Gracia, moviéndose misteriosa, en puntillas, llevando consuelo, sosteniendo, ayudando a resistir.

 

En esta línea de aprender a ser contemplativos de la realidad, dice González Buelta: “Si tenemos los ojos abiertos, sin prejuicios ni discriminaciones, seremos sorprendidos cada día, al contemplar cómo la misma vida del reino se manifiesta en personas de todas las razas, culturas y religiones con las que nos cruzamos… Percibiremos el reino donde pensábamos que no podía existir. Esta verdad es más honda, universal y persistente que todas las fracturas que nos desgarran.”1

 

En el artículo anterior citábamos a Margarita Saldaña, hoy volvemos a citarla: “Jesús es una persona que no se pierde en abstracciones. Ve, oye, gusta, huele, toca, se deja tocar… y precisamente por ese camino penetra hasta el corazón de la realidad.”2

 

Se trata de aprender a mirar como Jesús miraba, o de mirarlo hasta hacer nuestra su mirada. 

 

Podríamos llegar a otra comprensión del sentido profundo de Mateo 25, quizá Jesús nos envía a esos lugares y acciones no sólo a dar consuelo al enfermo, al preso, al forastero, al hambriento, al sediento, al desnudo, sino a aprender a ver allí y en ellos la acción de Dios.

 

CITAS

 

 González Buelta, Benjamín. Disponerse al don. Pasividades en el vértigo digital. Sal Terrae, 2018, pág 21

2 Saldaña, Margarita. Tierra de Dios. Una espiritualidad para la vida cotidiana. Sal Terrae, 2019, pág 59

 

 

Imagen: https://encrypted-tbn0.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcQzZ_7hQXayL7wUhd-a6MLYd1VbcM-EFP8upSiFvNE1MX4YAaTe 

 

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