01 de Noviembre de 2018
[Por: Juan José Tamayo]
Desde que los obispos españoles apoyaron el golpe militar del general Franco contra la República en la Carta Colectiva del 1 de julio de 1937, la jerarquía católica no ha logrado liberarse del yugo que le ataba al dictador y a su régimen. Juntos celebraron la victoria con el brazo en alto y el canto del Tedeum en iglesias, catedrales, seminarios y colegios religiosos. La Santa Sede Apostólica y el Estado Español firmaron el Concordato de 1053 que llenaba de privilegios a la Iglesia católica: económicos, culturales, educativos, fiscales, culturales, religiosos, familiares, laborales, jurídicos y militares. El Concordato exigía a los sacerdotes españoles “elevar preces” por el dictador.
Se conformaba así el nacionalcatolicismo, sistema político-religioso de doble legitimación: de la dictadura a la “Religión Católica, Apostólica y Romana”, reconocida como “la única de la Nación española” con carácter “de sociedad perfecta” y de la Iglesia al régimen de Franco. Ni siquiera el Concilio Vaticano II, que desmontaba pieza por pieza el edificio nacionalcatólico, defendía la democracia y condenaba las dictaduras, logró modificar las relaciones de dependencia de la iglesia del Estado y eliminar los privilegios de entrambos.
Durante casi cuarenta años Franco contó con el privilegio de entrar bajo palio en las iglesias y catedrales con los mismos honores que el Santísimo Sacramento de la Eucaristía. Colocar al mismo nivel al Jefe del Estado que a Jesús Sacramentado es, teológicamente hablando, un sacrilegio. A la muerte de Franco la mayoría de los obispos españoles, incluidos quienes en la última hora habían sido moderadamente críticos con el franquismo, le reconocieron como un cristiano ejemplar y se prodigaron en panegíricos. El cardenal Primado Isidoro Gomá y Tomás le llamó “instrumento de los Planes de Dios sorbe la Tierra”. Es de destacar el panegírico del cardenal Tarancón: “Creo que nadie dudará en reconocer aquí conmigo la absoluta entrega, la obsesión diaria, incluso, con la que Francisco Franco se entregó a trabajar por España, por el engrandecimiento espiritual y material de nuestro país, con olvido incluso de su propia vida”.
Desde hace cuarenta y tres años Franco tiene su Santo Sepulcro en la Basílica del Valle de los Caídos protegido por una comunidad de Benedictinos- orden religiosa masculina-, dedicada a mantener viva la memoria del dictador. ¡Triste menester! Conviene recordar que el primer abad del Monasterio benedictino fue fray Justo Pérez de Urbel, procurador en Cortes y confesor de la esposa de Franco, y el actual, Santiago Cantera, fue candidato en las listas de Falange y defensor a ultranza de la permanencia de Franco en el Valle de los Caídos. ¡Franquismo en estado puro!
Durante este tiempo la jerarquía católica española se ha mostrado complaciente con dicha permanencia y en ningún momento se ha pronunciado a favor de su retirada. Ha sido el Congreso de los Diputados quien ha acordado la exhumación de los restos del dictador de la Basílica. Solo entonces los obispos han expresado su voluntad de respetar la decisión parlamentaria.
Ahora la familia quiere enterrarlo en la catedral de la Almudena y la jerarquía eclesiástica dice no poder oponerse a dicho deseo, apelando a tres razones: que la familia es propietaria de un panteón en la catedral, que la Iglesia acoge a todos y que los muertos no tienen carnet político. ¿Una propiedad privada en un espacio religioso? ¿No es eso simonía? ¿La Iglesia acoge a todos? Claro que no: a las personas divorciadas vueltas a casar les puede impedir comulgar; las mujeres que interrumpen el embarazo y las ordenadas son excomulgadas; a los homosexuales se les prohíbe el acceso al sacerdocio, etc. ¿Los muertos no tienen carnet político? Por supuesto que lo tienen, y alguno como el de dictador es contrario a los valores evangélicos.
Si se retira a Franco del Valle de los Caídos y se le entierre en la Almudena supondría sacarlo del Santo Sepulcro basilical, colocarlo bajo el manto protector de la patrona de Madrid y prolongar la legitimación del dictador. ¿Alguien se imagina que el papa Francisco permitiera que el general Videla fuera enterrado en la catedral de Buenos Aires?
El 20 de noviembre me parece la fecha más señalada para exhumar los restos de Franco de la Basílica benedictina y entregarlos a la familia para que les den sepultura conforme a sus deseos, menos en la Catedral de la Almudena, que sería la profanación de un lugar sagrado. Asimismo me parece una fecha simbólica para que el episcopado español pida perdón por haber apoyado el golpe de Estado de Franco, legitimado durante cuarenta años la dictadura y mantenido el Santo Sepulcro de Franco durante cuarenta y tres años en el Valle de los Caídos. Si, al final, se cediera a los deseos de la familia y Franco fuere enterrado en la Almudena no estaríamos hablando ´de nacionalcatolicismo, sino de franco-catolicismo. Espero y deseo que eso no suceda.
* Juan José Tamayo es profesor emérito de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de Teologías del Sur. El giro descolonizador (Trotta, Madrid, 2017).
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