26 de Octubre de 2018
[Por: Sofía Chipana Quispe]
Honduras evoca a Bertha Cáceres, esa semilla caída que aún clama justicia, ante unas estructuras de la injusticia. Según los informes del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH), el viernes 19 de octubre, se convocó de manera ilegal el inicio del primer juicio por la causa de Berta Cáceres, pese a que esa convocatoria es ilícita, por lo que los representantes de las víctimas no se presentaron a la audiencia, sin embargo, el tribunal declaró que había abandonado el proceso e impuso al Ministerio Público como representante de las víctimas.
La muerte de Bertha, generó no sólo se sintió en Honduras, sino que ha sido una muerte sentida y acompañada por instancias internacionales de Derechos Humanos, pero el proceso de las justicias no claras de nuestros Estados donde no se respeta la dignidad de las víctimas es común, no hay comisiones internacionales de Derechos que puedan cambiarlas. En el caso de Bertha, no se encuentra la voluntad de hacer justicia, seguro que su muerte para el sistema que criminaliza las luchas de los pueblos, ha sido necesaria a fin de mantener el “orden” social.
Si un Estado no es capaz de resguardar la seguridad de sus ciudadanos, entonces ¿qué se puede esperar de los supuestos gobernantes?, y en el caso de Honduras y de otros países que son el reflejo de esas minorías ricas que desequilibran completamente la vida en nuestros territorios, a los que no les interesa la democracia y menos la justicia, mientras se sigan beneficiando a costa de los supuestos principios “universales”. Es impresionante como el poder económico del capitalismo global y local gobierna, por ello se concesionan con facilidad territorios a nombre del desarrollo del país, sin resguardar que éstos respeten la vida de la gran comunidad de vida que habita esos territorios.
Aún suena el llamado de Berta, “mientras tengamos capitalismo este planeta no se va a salvar, porque el capitalismo es contrario a la vida, a la ecología, al ser humano, a las mujeres”. Definitivamente que los modelos de desarrollo capitalista no dignifican la vida, aunque supuestamente ofrecen grandes resplandores que se ven reflejados en las grandes ciudades y muestran un estilo de vida que es para unos pocos, mientras los otros muchos/as estamos fuera, en los márgenes, posiblemente vinculados al anhelo de alcanzar algo de eso que le llaman “progreso”.
Pues esa gran caravana caminante que atraviesa el centro de nuestra Abya Yala, es parte de esas poblaciones sin tierra ni territorio, que dejan el territorio de origen para ir hacia la tierra de promesa, ¿promesa de qué?, posiblemente de vida, de esa vida que ya no es posible encontrarla, como se puede leer en los carteles que portan, no emigramos, huimos. Mientras el pueblo Lenca, lucha por defender los territorios de sus ancestros y ancestras, los/as nadies, como diría Eduardo Galeano, esos otras/os por las que posiblemente fluye la herencia lenca, afro, u otros pueblos ya desaparecidos, huyen.
La gran caravana avanza, y mientras camina, se hace más grande, porque se une Centroamérica, su convocatoria tuvo eco, saliendo simbólicamente el 12 de octubre, tiempo de la memoria ingrata que aún nos acompaña, y estos miles sin duda son reflejo del colonialismo que llegó desnudando no sólo los cuerpos, sino los espíritus. Tiempo también en que algunos/as se desplazaban al Salvador, tierra profunda regada con sangre inocente, para acoger oficialmente a un Santo, Óscar Arnulfo Romero, cuyo cuerpo cayó por la bala asesina y criminal, comandada por ese norte de donde procedía supuestamente la seguridad. Ese norte al que Honduras también le debe pedir cuentas, cuando el 2009 sufría el Golpe de Estado, donde se impuso un estado de persecución en contra de los movimientos sociales, el asesinato de Berta Cáceres y de muchos/as defensores/as de la vida, donde la impunidad y la violencia ahora campean, como un rostro de los gobiernos conservadores y del descaro del norte amenazante.
Los cuerpos que ahora se desplazan sólo poseen la esperanza de alcanzar el “sueño americano”, como lo fue para todas aquellas poblaciones europeas que se desplazaron a los territorios ubicados en el Norte. Se trata de una comunidad que busca hacer frente a los poderes corruptos de los coyotes y los pasos clandestinos, es una comunidad de empobrecidos/as, que reflejan el rostro vivo de muchos de nuestros países que ahora se hace visible y que hacen frente al sistema actual, donde el poseer suplanta al ser, alimentada por la lógica capitalista. Para muchos/as que se suman a la caravana, la vida ha dejado de tener sentido en sus tierras de origen, que los expulsa por la marginación y la violencia.
Definitivamente que el supuesto desarrollo no llega a nuestros territorios, pese a la sobre explotación de los territorios y seres humanos y no humanos, donde la defensa de la vida se criminaliza. Sin duda que el “desarrollo” está muy lejos, por ello pese a las diversas advertencias, la comunidad buscadora de vida avanza, enfrentando las amenazas y dará cara a los muros construidos y fronteras blindadas, haciendo frente al racismo, a través de la consigna ¡todos somos humanos, nadie es ilegal!, que recuerda a los “sistemas democráticos”, el artículo 13 de la Declaración Universal de Derechos Humanos: "Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso el propio".
La comunidad tiene ya un buen paso, pese a todas las dificultades, las detenciones arbitrarias, el no haber sido atendidos en las fronteras, y todo lo que supone salir de la tierra de origen y desde el estigma que cargamos los/as empobrecidos/as. Pero a su paso, también va surgiendo la solidaridad como la expresión de la ternura de los pueblos que no ha querido claudicar y que se suma a la esperanza de los caminantes que se van abriendo paso.
Ahora más que nunca, evoco la memoria de Berta Cáceres, ya que su lucha constante e insistente reflejaba el grito de los hijos e hijas de la tierra que le recuerdan al sistema hegemónico, que el capitalismo no cuida la vida. Y que la fuerza de sus palabras haga eco en su pueblo caminante, “pese a que es muy duro, muy doloroso, hemos aprendido también a luchar con alegría. Creo que es lo que nos alienta”.
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