25 de Mayo de 2018
[Por: José Neivaldo de Souza]
"Pan a quien tiene hambre y hambre de Justicia a quien tiene pan". Estas palabras me acompañan desde el día en que llegué al seminario de los Misioneros del Sagrado Corazón. Éramos cuarenta personas y, en el comedor, el rector condujo la oración utilizando este prefacio. Entendí que no nos faltaba una mesa abundante, pero era necesario cultivar el hambre de Dios. Un día, no se cuando, reinará la Justicia, no la justicia de la que decía el filósofo romano Cícerón: "es extrema injusticia", pero aquella que se enraíza en la misericordia. El mensaje de Jesús es actual y refuerza la esperanza de los buscadores de Justicia: "Felices los que tienen hambre y sed de Justicia, porque serán saciados" (Mt 5,6).
Tener hambre de Justicia es esencial en este mundo donde la injusticia es percibida de forma declarada en la balanza de la desigualdad socioeconómica. La desigualdad de beneficios es un fenómeno global, como indica el "Informe Mundial sobre la Desigualdad" de 2018 de la ONU, pero algunos países sufren aún más sus efectos. En Brasil, por ejemplo, un país harto de recursos naturales, su percepción es escandalosa. No es necesario recurrir a las diversas estatisticas para ver que el 10% de los más ricos posee casi el 50% de los beneficios de la nación. Así como no puede "el árbol malo dar buenos frutos" (Mt 7,18), los frutos de la desigualdad se extendieron: hay desigualdad de salarios en relación a los blancos y negros; hombres y mujeres; adultos y niños. El "Atlas de la Violencia de 2017" apunta que negros y mujeres son los que más sufren por la violencia y, en muchos casos, la Justicia es ciega, no por la imparcialidad, sino por la indiferencia.
La Escritura Sagrada me ayuda a lanzar luces en esta oscuridad al relatar el clamor del pueblo de Dios. Dios hace justicia a los oprimidos que, privados de libertad y negados en su dignidad, continúan clamando: "¿Hasta cuándo Señor los injustos proferirán sentencias duras contra los inocentes, vacilando de sus juicios? Ellos despedazan a tu gente y usurpan tu herencia. Matan a la viuda y al extranjero y al huérfano quitan la vida (Sal 94,4-6). En nombre de la justicia, se cometen atrocidades, por eso oraba el salmista: "Hazme justicia, oh Dios, y defiéndeme de las acusaciones de aquellos que se hallan justos. Libérame del engañador y perverso "(Sal. 43,1).
Jesucristo fue la respuesta esperada de los salmistas: "No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. Y aprended lo que significa: Misericordia quiero y no sacrificio. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, al arrepentimiento "(Mt 9,12-13). ¡Palabras duras! ¿Como así, no vino para los sanos y justos? La parábola del Maestro explica y "quien tiene oídos que oiga". Él contó que había dos hombres: un fariseo y un publicano (cobrador de impuestos). Ellos subieron al templo para orar. El primero, de pie, agradecía por no ser como los ladrones, corruptos, adúlteros y publicanos. Se hallaba santo, por ayunar y dar el diezmo. El publicano, a distancia, de corazón humillado, golpeaba en el pecho clamando a Dios el perdón por sus pecados. ¿Cuál de éste recibió la Justicia de Dios? Jesús fue objetivo: el publicano, "pues quien se humilla será exaltado, pero quien se exalta será humillado" (Lc 18,10-14).
Los que se hallaban "justos y sanos eran los que apoyaban los sacrificios de animales; seguían rigurosamente los rituales, hacían conclaves políticos e interpretaban la "Torah" según los intereses de una élite que se hallaba "predilecta". Jesús no aceptó el prejuicio. Él se colocó al lado de los pecadores, de los que temían al Señor y deseaban ser amados y justificados. Él exaltó a los humildes y rebajó a los soberbios de su presunción, aunque le costara un juicio que le llevaría a la muerte de cruz.
Jesús vino para que todos tengan vida y puedan gozar, plenamente de ella, en el ejercicio del genuino amor y de la auténtica justicia (Jn 10,10b); no juzgó el motivo por el cual las personas estaban en situación de miseria o de muerte y ni las condenó como perezosas o ladrones. Él las consoló, perdonándolas, curándolas y rescatando a ellas la esperanza.
¿Qué hacer ante las injusticias? Al comentar sobre la injusticia en Brasil alguien dijo: "si yo no confío en la Justicia en quien voy a confiar?" No creo que este tipo de justicia sea absoluta y haga valer la igualdad esperada por un pueblo. Ella hace lo posible, pero no traduce la verdadera Justicia cuya raíz tiene un nombre: ¡Misericordia! San Agustín fue feliz de decir: "sin misericordia no hay justicia".
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