Olivia Arévalo sigue cantando a la Madre Tierra

01 de Mayo de 2018

[Por: Sofía Chipana Quispe]




El 19 de abril, cae como una semilla fecunda el cuerpo de una meraya (una gran sabia), del pueblo Shipibo de Konibo, ubicado en el territorio de la Amazonía peruana. Olivia Arévalo una querida abuela de 81 años, que mantenía una íntima relación con los árboles sagrados que siguen la travesía de los ríos, como sus protectores. La noticia de las cinco balas que atravesaron su corazón y su cuerpo llega por medio de la Federación de Comunidades nativas de Ucayali y Afluentes (Feconau), en la que solicitan que el Estado peruano brinde garantías a otros líderes indígenas del pueblo Shipibo que enfrentan amenazas de muerte y hostigamientos. 

 

La muerte de la gran sabia y maestra como era considerada en su comunidad Olivia, es el reflejo de la impunidad que campea por sus territorios, y la poca protección del Estado que de manera cómplice con los traficantes de tierras, madereros ilegales, sicarios vinculados al narcotráfico, comerciantes de cuerpos de mujeres, jóvenes y niños/as, y los diversos seres vivientes; buscan despojar a toda costa a los/as herederos/as de sus territorios, por lo que año tras año, asesinan a sus líderes. Pues con sus muertes, no sólo tocan a las familias, sino a toda la organización de la comunidad; en el caso de meraya Olivia, suponía una gran amenaza, pues desde sus cantos, denominados ícaros, mantenía el poder de la conexión con el territorio habitado, con quien se establecía una relación de intimidad, respeto y cuidado, que se extendía en su pueblo.

 

Días antes de su muerte, las y los representantes de diversos pueblos reunidos en el Foro Permanente para las cuestiones indígenas en la ONU, afirmaban la necesidad de resguardar y respetar los Derechos de la Madre Tierra, pues se trata de una de las demandas frecuentes de los pueblos indígenas, planteada de diversas maneras y con diversos lenguajes, ya que como pueblos no se conciben sólo defendiendo y demandando sólo sus derechos, sin considerar los Derechos del Territorio que los cobija, como bien nos recuerda el relato narrado por el ancestro Eduardo Galeano:

 

¿Qué tiene dueño la tierra? ¿Cómo así? ¿Cómo se ha de vender? ¿Cómo se ha de comprar? Si ella no nos pertenece, pues: Nosotros somos de ella, sus hijos somos. Así siempre, siempre. Tierra viva. Como cría a sus gusanos, así nos cría. Tiene huesos y sangre. Leche tiene, y nos da de amamantar. Pelo tiene, pasto, paja, árboles. Ella sabe parir papas. Hace nacer casas. Gente hace nacer. Ella nos cuida y nosotros la cuidamos. Ella bebe chicha, acepta nuestro convite. Hijos suyos somos. ¿Cómo se ha de vender? ¿Cómo se ha de comprar?

 

Uno de los aspectos comunes que nos vincula a los pueblos y comunidades indígenas, es que profesamos un profundo respeto al cosmos, al territorio, pues destruirla es destruirse a sí mismo/a; pero la invasión a nuestras tierras por agentes externos pone en peligro a todas las valiosas comunidades de los bosques, los ríos, las cordilleras nevadas, las comunidades de las aves, de los peces, reptiles, mamíferos y todos los seres, que tienen derecho a ser y a su propia regeneración, por lo que es muy importante respetar sus tiempos y espacios. Pues el derecho de la Madre Tierra, está muy unido al derecho que tienen todos y todas los/as seres, como parte de la Red de la Vida, donde se genera la interrelación, donde todo, forma parte de todo. 

 

El alcance de los Derechos de la Madre Tierra, se ha quedado muchas veces sólo relacionado a la tierra como tal, en cuidar sus ciclos, sobre todo en la siembra, que no sólo depende de la tierra, sino de la interrelación de varios seres, sobre todo la semilla, que merecía ser tratada con respeto, cuidando su tiempo y espacio para que su fruto tenga todos sus nutrientes. Es lamentable que ahora debido al consumo ilimitado, que demanda mayor producción, se fabrique semillas transgénicas, que no tienen tiempo, ni espacio, ya que algunas tienen la capacidad de insertarse en otros territorios; aunque las semillas fueron caminantes, junto a la movilidad humana, y en los tiempos de amenaza de la vida las mujeres las protegían en sus trenzas, hasta que llegase el tiempo en que podía ser echada a la tierra, pero se las cuidaba, se la trataba con cariño y respeto, pero lo más importante se las heredaba. 

 

Cuando se hace referencia a los Derechos de la Madre Tierra, implica vincularnos a una serie de prácticas que los pueblos ancestrales habían desarrollado, por lo tanto, se trata de un cambio en la concepción de la humanidad, y una serie de desaprendizajes en nuestros hábitos cotidianos. Definitivamente que la revolución industrial aportó a la humanidad con una serie de tecnologías cada vez más mecanizadas que facilita nuestra vida, sin embargo, sustituir la presencia del ser humano en la relación con los ciclos de la vida, supuso una gran ruptura en la interrelación con la Red de la Vida. Por lo que será necesario y urgente otras formas de plantear la tecnología, como alguna vez dijo Vandana Shiva “las mejores y más evolucionadas tecnologías son aquellas que no destruyen la base misma sobre la cual vivimos”.  

 

Son tiempos en que se precisa mayores espacios para el compartir de los diversos saberes, no para que se copie o imite, sino para rastrear las sabidurías milenarias, que ayuden a restaurar la relación con la Madre Tierra, desde el vínculo del corazón, como lo hizo Olivia, y lo siguen haciendo muchas mujeres y hombres en los diversos territorios, que saben que su vida necesita de las interrelaciones, de la reciprocidad y la complementariedad con cada uno de los seres; pues ese es un derecho fundamental de la Madre Tierra. En ese camino es preciso romper con el mito de la producción ilimitada, que relaciona a todos los seres con recursos naturales, a fin de sostener el avasallamiento de los territorios, y condenar a sus defensoras y defensores; y que se empeña en hacernos creer que dependemos de las instancias que promueven ese desarrollo, por lo que se precisa una reflexión crítica a los conocimientos modernos que se presentan como únicos. 

 

En los aprendizajes, es necesario cultivar la sensibilidad que reconozca la dimensión sagrada del Cosmos, como lo hizo la sabia abuela Olivia, gran cuidadora de la identidad de su pueblo, sanadora de los cuerpos territorios y del territorio tierra, a la que cuidó, escuchó y respetó. Y ahora su cuerpo que se hizo un poco más de tierra en la tierra, y su sangre un poco más de agua en el río amazonas, sigue haciendo germinar la vida. 

 

Pero en nuestra convicción de que nuestras sabias y sabios asesinados, seguirán germinando en la lucha de sus pueblos, no cabe la impunidad, la rechazamos; es lamentable que los Estados encubran a los responsables de los crímenes, pero si tenga el descaro de criminalizar y sentenciar a las y los que defienden la vida, tierra y territorios, como hace unos días lo hicieron con tres hermanas y tres hermanos del territorio Q’anjob’al (Guatemala), que enfrentaron junto a sus pueblos a las empresas hidroeléctricas en Huhuetenango.  Si bien hay que insistir a las instancias gubernamentales la justicia, pero también se precisan de otras instancias potentes, que intencionen nuestras causas, como la propuestas de las hermanas de la red de sanadoras ancestrales del feminismo comunitario territorial desde Iximulew-Guatemala y la asociación de mujeres Aq’ab’al, que convocan a un acuerpamiento cósmico el jueves 03 de mayo, con velas, semillas, frutos, tierra, agua y cualquier ser natural que pueda simbolizar la defensa de la vida, la demanda de justicia y libertad de nuestras hermanas y hermanos. 

 

Las peticiones simbolizadas en la Luz encendida y sincronizada en diferentes lugares del mundo, será fuerza y energía en estos momentos para las hermanas y hermanos judicializados, para sus familias y comunidades. Pues plantear los Derechos de la Madre Tierra, está vinculado al respeto, al cuidado, a la protección y al cariño que debe establecerse en las diversas comunidades de vida. 

 

Imagen: https://altavoz.pe/2018/04/23/103068/que-sabemos-sobre-el-caso-de-olivia-arevalo-maestra-shipibo-konibo-y-sebastian-woodoffre/ 

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