03 de Abril de 2018
[Por: Rosa Ramos]
“Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.
Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte…”
Miguel Hernández
En la mañana del jueves santo me llegó un texto de Dolores de Aleixandre sobre el lavatorio de los pies que Juan coloca en la última cena como gesto de amar hasta el extremo de Jesús a sus discípulos, a los que bien conocía y amaba, a quienes llamaba amigos y no siervos.
Me conmovió el texto: “Jesús realizó un gesto insólito:... Sabía que el lugar en que estemos condiciona nuestra mirada y por eso tomó distancia y adoptó la perspectiva que le permitía percibir otras dimensiones de la vida…”
Y la conmoción aumentó cuando a la noche el sacerdote y amigo lavó, secó y besó mi pie, con la delicadeza y ternura con que seguramente lo hizo Jesús.
El rito del lavatorio de pies, que puede verse como un rito extraño y arcaico, a lo sumo pintoresco, actualiza en signo una profunda revolución, la de los lugares y roles establecidos, con significado tanto en tiempos de Jesús como para el presente, pues invierte las relaciones sociales y de poder. La comunidad joánica así lo expresa: “Me dicen Maestro y Señor, y dicen bien…. les he lavado los pies también ustedes…” (Jn. 13, 13-15)
Dolores de Aleixandre, como teóloga y biblista, saca punta al relato, se detiene en el cambio de lugar y de altura, nos ayuda a situar los ojos junto a los de Jesús: “Desde ese lugar (a los pies del otro, como solían estar los esclavos) se toca de cerca el barro, el polvo, el mal olor… todo eso de lo que los sentados a la mesa creen estar a salvo o sencillamente ignoran o desprecian. A ras del suelo y en contacto con los pies de los demás, se produce un cambio de plano que revela lo elemental de cada persona, su desnudez, las limitaciones. Y miradas desde ahí, cualquier pretensión de superioridad o dominio se descubre como ridícula y falsa.”
Cambiar de lugar, abajarse de previos saberes y de prejuicios, permite descubrir lo elemental de cada persona “lo no cubierto, lo desnudo”. También su radical condición de creatura, finita, frágil, esa radical igualdad de todos los seres humanos que simultáneamente nos desvela la futilidad de las soberbias y gesticulaciones de superioridad que desde los pies se hacen nada. (Muy sugerente es la canción de Axel “Somos uno” https://youtu.be/CuHd6Ydk05Y).
También debajo de los vestidos, ya sean de púrpura y fino lino o de harapos (Lc. 16, 19-20) -si hay historia, conocimiento y amor- se pueden descubrir las cicatrices derivadas de esas tres heridas: la vida, la muerte, el amor, que cita el poeta español Miguel Hernández.
Las viejas cicatrices que revelan la verdadera identidad de alguien. Y revelan su historia.
En la literatura antigua, “pagana”, de la cual también somos herederos, Homero en el canto XIX de la Odisea, nos regala otra bellísima escena de lavado de pies: “La herida de Ulises”.
Allí una vieja ama de llaves, al tener que lavarle los pies a un supuesto forastero –que no se deja lavar por esclavas jóvenes y pide una anciana–, reconoce en él, oculto tras los ropajes de un casi mendigo a Odiseo, su señor, de quien fuera nodriza. Homero pasa del relato del tacto de las manos de la vieja Euriclea, y antes de que en su sorpresa y alegría derrame el agua del recipiente, a narrar otra escena -que queda incluida magistralmente-, la de la cacería en casa del abuelo en que el jabalí atacara a Odiseo y le dejara esa huella indeleble.
Odiseo disfrazado de forastero, habla con su esposa Penélope, ella llora al marido ausente, pero no lo reconoce allí presente. Sin embargo desde el piso, por el tacto y en el servicio, en el lavado de sus pies y piernas, es reconocido por la vieja esclava -seguramente ya bastante sorda y corta de vista- que al nacer lo recibió en sus brazos, y alimentó. Ericlea reconoce a su niño en este hombre que vuelve a su palacio disfrazado y dispuesto a todo luego de 20 años. ¡Le valió la pena envejecer! Por su obligación de esclava –obedecer, lavar pies- se convierte en ese instante, en extraño trueque, en ama del saber, del secreto del desconocido.
Desde la fe podemos leer que las heridas no sólo revelan la identidad, sino también la dignidad, no de señores, sino de seres únicos, de hijos, creaturas amadas de Dios según las imágenes de los profetas: Dios no olvida a sus hijos, cobija, carga en sus brazos, enseña a caminar. (Enseñar a caminar a un niño exige cambiar de lugar y postura, ponerse a su altura)
Jesús en esa noche tan especial lava y reconoce desde los pies a cada uno de sus discípulos, a quienes conocía y amaba; pero “los amó hasta el extremo”, venciendo incluso la inicial resistencia de Pedro y el silencio de Judas. En todos ellos ve grandeza y miseria, esperanzas y temores, fidelidad y capacidad de traición.
Quien ama percibe esas cicatrices de viejas heridas, reconocibles “al tacto”. Ciertas expresiones, reacciones, miradas, sonrisas, y hasta ciertas manías, son signos que se puede aprender a leer. El amor kenótico es el que conoce, reconoce, identifica, eleva, dignifica al otro tantas veces desfigurado por la mala vida, los errores, las luchas por la supervivencia, o la ambición ajena, que hiere y ningunea. También el padre pródigo de la parábola lucana reconoce desde lejos al hijo que llega vencido y en harapos.
Mirar amando y mirar desde abajo, desde su indefensa desnudez, dos claves, pues, del reconocimiento del otro como único –hijo de su historia y elecciones– y como igual –hermano.
El breve poema de Miguel Hernández empieza en tercera persona “llegó”, “viene”, pero en la tercera y última estrofa habla en primera persona. En definitiva todos estamos marcados a fuego por las mismas heridas, heridas que nos identifican como humanos conscientes: “Con tres heridas yo:/la de la vida, /la de la muerte, /la del amor.”
Las tres son claves, pero la herida del amor es la que nos permite el vaciamiento y la entrega, el permanecer, el esperar, el confiar, poner en juego la vida hasta la muerte. Y es esta herida la que nos anima también a decir Felices Pascuas de Resurrección, porque el Resucitado es el Crucificado, y desde ahí esperamos apostando a la vida plena de todos los crucificados y crucificadas de la historia.
Imagen: http://escomberoides.blogspot.com.co/2016/11/la-cicatriz-de-ulises-erich-auerbach.html
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