“Que no sea que se les acabe esto, porque mañana, pasado, ellos dirán: ¿Qué hiciste abuelo, papá, para proteger la madre tierra? ¿Qué hiciste?" Victoria Patishtan habla con autoridad. Levanta las palmas al cielo. Lanza una pregunta que parece, más bien, un grito. Llora, se seca las lágrimas y nunca deja de hablar. Nunca deja de mirar de frente. Grita por los pueblos indios hoy, desde Chiapas al mundo. Grita desde su práctica ancestral de curar con plantas y cuidar la casa común para propios y extraños, presentes y venideros. Desde un rincón de Chiapas, una mujer, en comunidad, sigue curando el mundo.
2. Mover el piso: el cuestionamiento radical desde dentro
“Puedo explicar algo de lo que es el ecofeminismo a partir del video de la Señora Victoria. En él hay elementos del ecofeminismo, aunque ella no ha utilizado esta palabra. La reflexión ecofeminista es un aporte que surgió especialmente en los años 1970 y subrayaba la responsabilidad de las mujeres de luchar por sus derechos sociales y por el respeto a la vida de la naturaleza o sea de todo el planeta. Es una reflexión amplia que toca la sociología, la filosofía y la teología. Así que hoy hablamos también de una teología ecofeminista donde se subraya la dignidad de las mujeres y de la Tierra”
Esas letras son de Ivone Gebara, mujer y monja brasilera, que denuncia apasionadamente el patriarcado y el extractivismo, dentro y fuera de la iglesia. Lo hace en el video y en el texto que adjuntamos más abajo para su lectura. Su voz potente viene a movernos el piso. ¡Que tiemble!
3. Si las mujeres callaran, la tierra gritaría
Ya no somos las mismas. Después de las muertes en Ciudad Juárez, las brutalidades ocurridas en Chalchuapa, el asesinato de la pequeña Fátima de 7 años, el crimen de Marisela Escobedo, todas las compañeras violentadas en NuestrAmérica. Ya no somos las mismas después de esto.
Si la violencia patriarcal y feminicida nos quiere acallar, la tierra hablará. Hablará desde sus entrañas y hoy queremos hablar en voz alta.
“No es lo mismo escribir de nosotras que con nosotras”.
Lohana Berkins
2010. Era invierno en la ciudad de Chihuahua, México. Marisela Escobedo era asesinada en el plantón que ella misma había instalado frente al palacio municipal, para exigir justicia por el feminicidio de su hija Rubí de tan solo 16 años. Dos antes (2008), tuvo que secarse las lágrimas y convertirlas en gritos de indignación al ver que el asesino de su hija estaba libre, cada día con más poder. Desde las calles, emergía como un volcán de su garganta: «ahora mi hija no está, pero estoy yo señores para hablar por ella y para defender sus derechos». Marisela murió buscando justicia para su hija, para que Rubí fuese la última víctima de feminicidio, para que ninguna mujer más tuviera que padecer los infiernos de la violencia.
«Hermanar. Amar y reconocer en la otra. Saber que yo muero en cada muerte violenta. Saberme intrínsecamente vinculada. Saberme ella»
Daniela Pastrana
Mayo del 2021. Último mes para recoger mangos en El Salvador. La colonia “Las Flores” se vio marchitar ante tal brutalidad descubierta: fosas clandestinas. Sí, fosas clandestinas, como su casi-vecino México. La lógica de los perpetradores para escoger a sus víctimas es la incrustada en el sistema violento: mujeres, jóvenes y pobres. Se dice que estas fosas escondían cuerpos de hace un año atrás; por eso, queremos dejar que la tierra hable de lo que fue testiga y, que al igual que las mujeres fue víctima de violencia, excavada y obligada a retener los cuerpos violentados. Dejemos que de una u otra manera nos cuente lo que pasó desde el cuerpo de las mujeres:
“Ella es madre como yo, comprende perfectamente mi sufrimiento y me dijo que tenía que dejar salir ese nudo de basura que había ahogado mi voz. Mi vida siempre fue un hoyo, siempre luchando por salir de ahí, de la pobreza, de las dificultades, para poder superarme. Logré ser secretaria y jubilarme. Mi hija Cristina, una mujer bella se decidió por estudiar cosmetología y también trabajaba en una gasolinera, mi hijo Alexis quería ser doctor y estudia en la Universidad Nacional porque el dinero estaba muy escaso para ir a otra universidad -en los últimos meses por la pandemia la situación económica empeoró-.
Conocimos a Hugo. Un día llegó a la tienda a comprar y se hizo amigo de nuestra familia, él es policía y confiamos en su persona, nos dijo que le ayudaría a mi hijo para irse a Estados Unidos, porque su hermano era “coyote”; logré reunir $7,000 y se lo entregué como un anticipo.
Una mañana mi hijo partió con su mochila. Un viernes 07 de mayo. Hugo nos citó porque quería hablar sobre el viaje de Alexis. Cerramos la tienda a las 8 de la noche y nos fuimos a su casa que quedaba relativamente cerca.
Llegamos ahí y había otro hombre, no hubo ninguna noticia de Alexis. La intuición no falla, sentíamos que algo andaba mal, la casa era húmeda y tenía un olor extraño, mi cuerpo me alertó de lo que iba a pasar, pero ya era muy tarde. Los dos hombres comenzaron a abusar de nosotras, pusimos resistencia, pero lograron hacer lo que se propusieron. Yo ya no recuerdo lo que pasó, pero ella que es madre me lo contó.
Jacqueline logró escaparse, por un momento salió a la calle y pidió ayuda a gritos, pero Hugo la alcanzó y con un hierro la golpeó, luego la arrastró dentro de la casa, la desnudó y esas bestias no les importó el olor a sangre.
Ella me lo contó, porque le causaba mucho dolor recibir nuestros cuerpos mancillados, apilados unos sobre otros, no fuimos las primeras, adentro ya habían 16 más. Yo que siempre viví tratando de salir de un hoyo, mi cuerpo y el de mi hija terminarían olvidados en un hoyo también. Jaqueline fue valiente, reveló con su voz, en la oscuridad de la media noche los gritos de las que ya no logramos gritar […]”.
Dos horrores, dos países: México y El Salvador. Cómo desearíamos que la cuenta parara ahí, que este contar muertos terminara. Pero este desgarramiento se extiende hasta los rincones de la tierra. Somos tantas las que sabemos lo que significa el temor y, lamentablemente son miles las que saben cómo se siente el horror.
«Para curarnos de espanto nos acuerpamos en esta lucha: desde el dolor, desde el miedo, desde el sinsentido, desde lo afectivo, desde el cariño, la confianza, la ternura. […] Redes íntimas que salvan, que están salvando, nuestras vidas»
Verónica Gago.
Contamos el horror, pero queremos también contar lo posible, queremos hacer de la ruina una semilla. Que por cada persona asesinada hay una mujer en lucha por la justicia, que por cada desaparecidx hay una madre, una hermana, una sobrina, una abuela en su búsqueda.
8 de marzo del 2020, ciudad de México:
“La pandemia empieza a asomar su nariz al continente NuestroAmericano y los distintos gobiernos evalúan sus estrategias de combate al virus que nos visita del otro lado del mundo. Hay una mega-marcha que se viene calentando desde semanas. Cada día se espantan más los sentidos con tantas compañeras asesinadas. 30 días antes asesinaron y exhibieron el cuerpo de Ingrid Escamilla, y casi en esa misma cantidad de días desaparecieron, torturaron y asesinaron a la pequeña Fátima de tan solo 7 años. Los pulmones se nos están haciendo más grandes de tanto gritar.
Más de 80 mil mujeres llenamos las calles de Ciudad de México. Un verdadero campo de lavandas de todas las edades, colores, acentos, músicas, artes; todo ello intentando dar comunicabilidad a la impotencia de que nos siguen matando.
Esas calles moradas a ratos rugían con una sola voz: “Ni una más, ni una más, ni una asesinada más” y también: “Hija, escucha tu madre está en la lucha”. Palabras, sentencias que estremecían, sobre todo cuando te ves marchando al lado de muchas madres que gritan y luchan por sus hijas; unas asesinadas, otras desaparecidas. La camisa de fuerza puesta a las mujeres es rota totalmente, la potencia en la voz de las mujeres se deja sentir, pero sobre todo se deja doler. Las palabras logran a ratos entrelazarse. Hay mujeres que llevan por camiseta las fotos de sus hijas colgando al pecho, con letras en mayúscula como con la intención de gritar su nombre. A todas ellas las desaparecieron, las arrancaron de su lugar propio y, es otra mujer la que está en su búsqueda en las calles, y más terriblemente rascando y rasgando la tierra, con el temor de encontrarlas en una fosa clandestina.
Las madres buscadoras presentes en la marcha sorprenden y estremecen. Logran consolar los llantos de otras mujeres que recién están comenzado a vivir el tormento de la desaparición forzada. Se dan consejos entre sí: cómo buscar, a dónde acudir, con quién no hablar, incluso como oler la tierra, mirarla, examinarla, leerla para tener indicios de que en ese lugar pueden estar enterradas personas. Todo un instructivo solidario del “horror”. Es conocido que en México la búsqueda de lxs desaparecidxs ha sido asumido por las mujeres, les han llegado a llamar: “las locas de las palas”, por andar desenterrando a aquellxs que fueron víctimas de la violencia. Estas mujeres, son como Rajab, modelo de hospitalidad y de cuidado, ahora también en el espacio público y colectivo. Este caminar se transforma en una bella letanía de mujer, pero una letanía con sabor a dolor e impotencia. Las madres buscadoras nos cesan ante el cansancio, ante las murallas de la corrupción y la maldad; mantienen viva la (i) lógica esperanza de encontrar a su hija amada. Mapean toda la geografía mexicana para volver a reencontrar a quien les fue arrancado. Mientras esto pasa, ellas se abrazan, muy fuerte, los llantos son unísonos; sus lágrimas dolientes y de indignación riegan las esperanzas.
La marcha culmina en el zócalo de la ciudad azteca, muchas alrededor del fuego forman comunidad en danza, en cánticos, en gritos por dignidad, verdad y justicia. Todas nos unimos a esa exigencia. Esta marcha, llena de madres en búsqueda son el preclaro reflejo de la búsqueda del crucificado muerto y resucitado: «Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco […] le dicen: “Mujer, ¿por qué lloras?” Ella les respondió: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde le han puesto”» (Jn 20, 11-13). Tantas mujeres están en el jardín de la vida buscando dónde pusieron a sus hijas, regando la tierra con sus lágrimas, anhelando que la tierra hable y les diga dónde están”.
Somos sororas y nos vamos a buscar y abrazar hasta los confines de la tierra. Porfiadamente nos sumamos a las grietas de esperanza de estas y todas las mujeres para que puedan hallar a los suyos, a los nuestros, como la Magdalena al Señor. Así haremos la lucha para que no se nos pierda el significado de la palabra vida. Y aunque llegásemos a callar, la tierra gritaría.
Equipo de coordinación de la escuelita BM
Pd: Se adjunta el canto ‘Vivir con valor’ de Jodorowsky feat. Natalia Lafourcade, interpretada por varixs tutorxs de la escuelita.
Pd2: Texto Ivonne Gebara en adjunto, realizado para Bendita Mezcla.
Pd3: imagen de una marcha feminista en el Zócalo del DF.
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