NÚCLEO 4. Somos cuerpo, territorio sagrado

29 de Abril de 2021
[Escuelita Bendita Mezcla]

1. Nuestros cuerpos: de cárceles a templos

Escuchar los cuerpos de la plurinacional Bolivia. Escuchar la tierra con historia, los dolores, las memorias, las voces hechas carne. Se trata siempre, del verbo que se hace carne (Cfr, Jn 1). Somos cuerpos que nos narran. El cuerpo es templo del Espíritu creador. Dios en la carne nuestra y nosotrxs empeñadxs en escucharla. Siglos de condena de su lenguaje, nos ponen frente a una tarea enorme: más que cárcel del alma, puerta al cielo. Somos cuerpos, hacia una antropología teológica más semita y menos neoplatónica.

2. Poner a danzar el espíritu carnal 

 

Nos habla con su voz y con todo su cuerpo. No deja de moverse. Es Suzana Moreira,  traductora, integrante de un grupo de teólogas feministas, TeoMulher, y del Movimiento Católico Mundial por el Clima. Acaba de terminar la maestría en Teología Sistemática por la Pontificia Universidad Católica de Rio de Janeiro.

 

Nos ayuda en el camino de reconciliar lo que Dios ha unido y el ser humano ha separado: cuerpo almado, alma carnosa.

 

 

3. En la larga tradición de buscadorxs-escuchadorxs de cuerpos

 

Eres, oh cuerpo oscuro, el siempre amado, desnudo lecho en que los días fueron 

y el placer de las noches donde ardieron el sueño, la pasión y lo sagrado. 

Por ti conoce el alma lo creado: las formas de las cosas bajo el día, 

tu desnudez más pura y la alegría de sentirte en la sombra sosegado; 

conoce el pan, el agua, la blancura y el mar que bajo el cielo tiembla 

al roce del ave y su secreta arquitectura... 

Tantos dones al alma has entregado que en la muerte, mi amor, 

sabré del goce de haber vivido un día lo creado.

 

Javier Sicilia, ‘Alegría del cuerpo’

 

El pasado remoto de la humanidad es un territorio complejo pero fascinante. Los paleoantropólogos contemplan las cenizas de aquello que alguna vez fue un incendio de vida tratando de encontrar en medio de ello, algún tipo de brasa que el tiempo no haya logrado consumir. Avivar el fuego de nuestro propio pasado, para volver a entibiarnos como humanidad. Para encontrar juntos el camino de la luz. 

 

Sus trabajos de campo, siempre unidos a la arqueología, son de un cuidado y una delicadeza excesiva. En estos ‘yacimientos’, verdaderos laboratorios de la evolución humana, se trabaja acariciando aquello que, aunque hoy es piedra carbonatada, alguna vez fue cuerpo con vida. Todo puede estar allí, guardado en su memoria, esperando ser salvado del olvido. 

 

Una pregunta de fondo atraviesa a todos aquellos que rastrean las raíces de nuestro linaje: ¿Qué nos convierte en humanos?  Es una pregunta difusa que estas disciplinas de campo  buscan responder desde una perspectiva experimental, basada en hechos. Y aunque el resultado siempre es provisorio, también es cierto que cuanto más grande sea la evidencia –o la suma de ellas en calidad y cantidad- , mejor será la respuesta. 

 

Veamos un ejemplo. En 1908 en un pequeñísimo cantón de la región de Lemosín, al suroeste de Francia, fueron descubiertos los restos de un homínido bastante semejante a lo que hoy la ciencia describe como ‘humanos anatómicamente modernos’. El esqueleto fosilizado de 60 mil años de antigüedad estaba prácticamente completo y en conexión de partes, como recostado. Algo sin precedentes.  El primer acercamiento disciplinar realizado por el paleontólogo francés Marcellin Boule concluyó tres años después afirmando que el cuerpo pertenecía a un neandertal quien pasaría a conocerse desde ese momento como el Hombre de La Chapelle-aux-Saints. Si bien ya se tenía identificada esta especie del género homo desde los descubrimientos en el Valle de Neander (Alemania) en el año 1856 y clasificada posteriormente en 1864, lo cierto es que a partir del caso del hombre de La Chapelle, se comenzó una primer fase de estudios. La reconstrucción final dio como resultado un individuo encorvado, de rodillas y caderas torcidas, arrastrado en su caminar, con cuello corto, cráneo bajo y frente huidiza. Nacía de esta manera la imagen del neandertal como un pariente simiesco y brutal de la humanidad. La descripción tenía sentido para el momento en el cual se la presentaba, ya que en los escenarios evolutivos de comienzos del siglo XX  los neandertales no estaban clasificados como ancestros directos de los humanos. Esta imagen del pariente tonto perduraría a lo largo de casi todo el siglo.

 

Una segunda etapa de investigación se inició a fines de los años 50 bajo la supervisión de los paleontólogos y anatomistas  William Strauss y Alexander Cave. Con un conocimiento ampliado sobre el tema evolución y con  técnicas e instrumentales más modernos que los utilizados a comienzos de siglo, la pareja de científicos pudo aclarar lo que entendían como una catarata de errores cometidas por el Dr. Boule al haber asumido como rasgos propios de la especie lo que en realidad eran numerosas patologías del esqueleto, en especial aquellas relacionadas con la artrosis  y atrofias óseas relacionadas con la edad y la pérdida de dentición. En realidad el hombre de la Chapelle, era un neardental que con mucha dificultad había llegado a viejo. Se estima, que a unos 40 años. 

 

Una tercer fase de estudio, hacia fines de los años 90’ pormenorizó más todavía el detalle de este hombre colmado de dolencias. Para los doctores James Dawson y Erik Trinkaus, ‘el cuerpo’ presentaba una artrosis grave en las vértebras cervicales y en un hombro, había perdido los molares y tenía lastimadas las encías. Con seguridad  padecía de sordera, al menos parcial, una de sus rodillas estaba deformada y tenía aplastado un dedo del pie. En estas condiciones, algo estaba muy claro: el ‘viejo’ no podía valerse por sí mismo. De alguna manera, había sido cuidado por su comunidad parental. De lo contrario, le hubiera sido imposible sobrevivir. 

 

Algo semejante sucedió con ‘Nandy’, el esqueleto fósil de un homo neardental de 40 mil años de antigüedad que fue hallado junto a otros 10 en la cueva Shanidar, en los montes Zagros del actual Kurdistán Irakí. Descubierto en 1957, también recorrió una secuencia de investigaciones disciplinares cada vez más complejas que al día de hoy confirmaron que este hombre en vida sufrió de múltiples lesiones: muy tempranamente recibió un golpe en costado de la cara que  lo dejó ciego de un ojo. También presentaba fracturas, una eventual amputación del brazo derecho a la altura del codo y fuertes lesiones en la pierna derecha. Su sistema corporal, finalmente, manifestaba algún tipo de enfermedad degenerativa. Igual que con el viejo de la Chapelle, cuyo cuerpo envejecido reveló lazos de algún tipo de comportamiento altruista o sistema de valores comunitarios, en Shanidar 1 todas las lesiones mostraron signos de curación por lo cual, ninguna de ellas fue la causa directa de su muerte.

 

Los dos casos señalados, son emblemáticos, pero no son los únicos. Durante largas décadas el acercamiento al universo neandertal se ha ido conociendo y completando a partir de una cantidad enorme de yacimientos que hacen evidente su presencia a lo largo de toda Eurasia desde los 400 mil años hasta los 40 mil, aproximadamente, tiempo en el que se produce su extinción. Los últimos 30 años, han sido de una altísima y moderna producción interdisciplinar, lo que ha permitido ampliar el  horizonte de comprensión, sobre todo en lo que se refiere a enterramientos fúnebres, algo que fue discutido durante décadas y que hoy goza de fuerte consenso. Desde bebés recién nacidos como el de Le Mounstier en Francia,  hasta ancianos como el mismísimo viejo de La Chapelle, pasando por niños como los de Teshik Tash en Uzbekistán o adultos como el de Kebara en Israel, todos de alguna manera fueron enterrados con intencionalidad. Colocados en posición fetal, con presencia de algún tipo de ajuar rudimentario u objeto simbólico o sencillamente rodeado de ofrendas florales, todos estos enterramientos fueron realizados con cuidado y delicadeza lo que supone  un reconocimiento del difunto como tal e implica un comportamiento ritual. Por la presencia de algún tipo de conceptualización sobre la muerte y por el reconocimiento del estatus del difunto el enterramiento nos revela comportamientos que hoy reconocemos como plenamente humanos.

 

Pero falta algo más. La revolución neandertal  se aceleró vertiginosamente desde hace 15 años a esta parte, momento en el cual un equipo del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva  dirigido por el paleogenetista Svante Pääbo logró secuenciar su genoma y descubrir que gran parte de la humanidad actual es heredera de una pequeña porción de genes neandertales, lo que demuestra que se produjo hibridación entre las dos especies. Sí, tal como se escucha. Sapiens y neandertales se aparearon durante varios milenios de convivencia intercambiando genes en la procreación. De hecho, salvo la población africana que es heredera del sapiens que se quedó en casa, el resto de la población mundial puede contar en su acervo genético con un porcentaje neandertal del 2 al 4%.

 

Muy lejos de aquella primera reconstrucción simiesca, hoy sabemos que los neandertales fueron ‘los otros humanos’ con los cuales convivimos durante varios miles de años.  

 

Es hermoso descubrir cómo su cuerpo-de-piedra-viviente se nos hizo territorio de revelación. El neandertal nos mostró que su propia humanización solo fue posible de ver, a través de lo que ellos mismos hicieron con el cuerpo de sus semejantes al tiempo de cuidarlos, curarlos y enterrarlos, o de aquello que hicimos entre ellos y nosotros al momento de mezclarnos. 

 

Hemos llegado al corazón del asunto: cristianos de toda NuestrAmérica nos preguntamos por el cuerpo como lugar de revelación porque somos hijxs de una tradición que nació ‘buscando un cuerpo’. Buscaron un cuerpo y encontraron al resucitado, experimentaron la Pascua, un paso bendito se les grabo en las carnes. En el resucitado, en su cuerpo, estaba toda su vida. Jesús, nuestro compañero, nuestro carnal. 

 

Los cuerpos nos siguen despertando hoy, como lo hicieron ayer, cuando las narraciones de mujeres irrumpieron a partir del cuerpo ausente de Jesús. Hoy, a pesar de siglos de intentar amordazar las carnes, los cuerpos siguen hablando, así como lo hicieron los neandertal hace 60mil años. Con carcajadas y con gritos. Narrativas sobre la presencia de la ausencia, relatos que nos cuentan que muchos cuerpos hoy, siguen gritando desde el suelo (Gn 4,10): «Ella fue a ese lugar en busca de un pedacito de su hijo, en busca de la memoria de su cuerpo que había habitado esta tierra. Sólo vio un campo de aguacates. “El único consuelo que me quedó fue tomar un aguacate y comerlo. Supe que mientras lo comía comulgaba con mi hijo”». Es la voz de Araceli, una madre buscadora en esa fosa a cielo abierto que es México. 

 

En ellos y en nosotros, en el movimiento de Jesús y en nuestras comunidades de vida digna, el territorio-cuerpo sigue siendo lenguaje de relación, palabra venida en carne, epifanía hecha roce. 

 

¿Escucharon? Son cuerpos susurrando palabras otras sobre Diosito…

 

Equipo de coordinación Bendita Mezcla

 

 

Pd 1: en anexo en el MP3 una explicación del Tutor de la escuelita, Esteban Blanco, sobre el Gospel, canto de liberación desde los cuerpos negros. 

Pd 2: En el PDF anexo, de la biblioteca de CLACSO, la bibliografía obligatoria de este núcleo: Enrique Dussel y la visión unitaria de la antropología semita

Pd 3: En la foto que acompaña el post, podemos ver un grupo de buscadoras de cuerpos-tesoros en México. La foto fue tomada por Laura Lienlaf, educadora en la escuelita BM. 

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