Dios es carne en nuestra historia: Revelación desde NuestrAmérica. 'Yo me llamo Martina Rodríguez Hernández, soy de la comunidad ‘El Horno’. Les voy a contar lo que me pasó, pero esto es apenas la mitad porque ya es mucho'. Martina Rodríguez Hernández, su relato de vida, desde Matagalpa, Nicaragua. El Dios de los universos escondido en una historia, acurrucado en nuestras pequeñas vidas. El universal vuelto concreto, el todo-presente siendo aquí-en-medio-nuestro.
2. Rumiar desde el relato: entramar sabidurias
Nos interpela Victor Codina: Jesuita y doctor en teología, pero aferrado a la sencillez de lo fundamental, desde sus más de noventa años. Es un espejo indispensable para pensar la revelación desde lxs pequeñxs de nuestra tierra: toda la inmensidad en la cotidianidad del Diosito compañero.
3. Poner los pies en tu barro: comenzar por el territorio-cuerpo
A lo largo del siglo XX, el viaje a nuestro pasado remoto se estudiaba sobre todo a partir de fósiles, esa combinación milagrosa de tiempo y propiedades geoquímicas capaces de convertir restos humanos en piedra. Sin embargo, a comienzos de los años 80’, la biología molecular se hizo de una nueva herramienta que habilitó por primera vez en la historia, la posibilidad de cortar el ADN en zonas concretas por medio de las llamadas enzimas de restricción. El uso de estas ‘tijeras biológicas’ permitió rastrear diferencias y semejanzas genéticas con un nivel de resolución jamás alcanzada hasta entonces. Este proceso de comparación de las moléculas de ADN, permitió estudiar genes de distintos organismos estableciendo entre ellos relaciones de parentesco.
De los muchos equipos de trabajo vinculado a esta nueva aplicación de la genética molecular a la evolución humana hubo uno que se destacó por pionero: el coordinado por el químico Allan Wilson, el biólogo Mark Stoneking y la genetista Rebecca Cann todos ellos investigadores de Universidad de Berkeley. Tras siete años de intensa labor con ADN comparado, los resultados fueron publicados en la prestigiosa Revista Nature bajo el nombre de ‘ADN mitocondrial y evolución humana’. El impacto de esta investigación fue verdaderamente impresionante. De la mano de la ciencia, la humanidad parecía haber encontrado a su madre natural.
Todos los seres vivos tienen su propio código genético. Allí se almacena información biológica propia y también compartida. Por ser un núcleo de memoria indestructible el Dr. Wilson y su equipo optaron por analizar una parte constitutiva y elemental de las células donde reside el ADN: las mitocondrias. Ellas, que viven en el citoplasma -líquido que rodea el núcleo- son las encargadas de aportar a la célula la energía necesaria para sus funciones vitales. Si pensamos que en cada una de nuestras células puede haber decenas de miles de mitocondrias y que cada una de ellas a su vez posee una copia de ADN mitocondrial, entonces podemos comprender porque fue la elegida para hacer, a través de ella, el viaje al origen de la humanidad.
Hay una característica que convierte a este ADN mitocondrial en único: sólo se hereda por la vía materna. Y es que aunque las mitocondrias están presentes tanto en el ovulo como en el espermatozoide, al momento de producirse la fecundación, el aporte masculino de ADN mitocondrial no ingresa en el óvulo y si lo hace, de alguna forma desaparece. De esta manera la primer célula del nuevo organismo sólo será portadora del ADN mitocondrial de origen materno. Se entiende entonces porque aunque el hombre lo tiene, la única que lo pasa a su descendencia es la mujer.
A partir de este descubrimiento, el objetivo del equipo de genetistas fue reconstruir entonces el árbol genealógico que conectaba estas ‘cadenas maternas’. Sostenían que, según se retrocediera en la línea de parentesco (hermanos, primos hermanos, primos segundos y asi sucesivamente) remontando rio arriba de la genealogía, mayor se haría el círculo de parientes maternos, hasta llegar a incluir en algún momento a todos los vivientes. Se podía inferir entonces que todo el ADN mitocondrial humano debía de tener una última antecesora común.
Pensemos lo siguiente: si los linajes mitocondriales de aquellas mujeres que sólo tuvieron hijos varones o no tuvieron hijos terminaron por desaparecer, entonces, para que no hubiese extinción debía de existir siempre una hija que tuviera otra una hija. Si sucedía lo contrario, esto significaría un linaje mitocondrial menos. Así, remontando en la línea del tiempo en algún momento solo quedaría un linaje que nos dejaría a las puertas de la madre mitocondrial.
La prueba se hizo en un hospital de los EEUU con un centenar y medio de muestras genéticas de altísima calidad extraída todas ellas de la placenta de mujeres parturientas. El resultado de estos estudios dejó en evidencia que los antepasados de estas madres provenían de todas partes del mundo. Sin embargo, a todas ellas el árbol las llevaba hasta una antecesora común: una mujer que fue la única de toda una población cuyo linaje de ADN mitocondrial sobrevivió hasta el día de hoy.
El viaje de la sangre nos llevó hasta una mujer africana, que vivió en el gran valle del Rift en la actual Tanzania hace unos 200.000 años.
Es cierto que para el tiempo de esta investigación, ya se hablaba con bastante precisión del origen africano de la humanidad hacia 7 millones de años. Sin embargo, el aporte específico de la genética mitocondrial fue hallar el origen de estos homos sapiens que conforman la población humana actual.
Así las cosas, podríamos mirarnos tranquilamente a los ojos, entre los 7 mil millones que somos y reconocernos hijos de una misma madre. Una Eva Mitocondrial, históricamente situada. De carne y hueso. Al decir del Génesis, madre-de-todos-los-vivientes.
Bien vale para Mama-África eso de ‘yo soy el camino la verdad y la Vida’. Quien quiera encontrase a sí mismo ya sabe a dónde debe regresar. Volver al África es todo un mapa de salida. Abre todo un horizonte.
Para terminar este aporte de la revelación como fuente, como lugar al que podemos volver, como camino de conversión y transformación en el horizonte, queremos recordar al padre Cecilio de Lora, que acaba de vivir su pascua, un misionero y trabajador de la iglesia de lxs pobrxs. Al recordar los 50 años de Medellín, dijo algo que también podría servir para NuestrÁfrica: “cuando no sabemos a dónde vamos, buenos es saber de dónde venimos”.
La revelación de Dios en la Historia -y en cada historia- se sigue dando desde las descartadas y los pobres. Queremos estar despiertxs, atentxs y movilizadxs, para volver a la fuente y cambiar el mundo con la fuerza del Dios-de-nuestras-Madres.
Eq. Coordinador Escuelita Bendita Mezcla
Pd1: Adjuntamos el canto ‘Mamá Pancha’ de Ali Primera, narración cantada de una vida.
Pd2: En archivo para descargar, la lectura que acompaña este núcleo (Codina más Torres Queiruga).
Pd3: la imagen que acompaña es un mural del XIV Encuentro de Pueblos Negros en El Pitayo, Municipio de Cuajinicuilapa, Guerrero, en marzo de 2011.
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