11 de Diciembre de 2015
[Por: Juan José Tamayo, Director de Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones “Ignacio Ellacuria”. Universidad Carlos III de Madrid]
El 8 de diciembre de 2015 se cumplieron cincuenta años de la clausura del Concilio Vaticano II, uno de los conocimientos religiosos más importantes del siglo XX, que tuvo importantes repercusiones a nivel internacional en los diferentes campos de las religiones, la teología, las culturas, la política, la ciencia, la sociedad, la economía, etc. Ese año iniciaba mis estudios de Teología en el Seminario Conciliar de San José, que tenía el nombre de “Conciliar” no por el Vaticano II sino por el Concilio de Trento. Una parte importante de mi trabajo intelectual se ha desarrollado bajo el impacto y la influencia de aquel Concilio convocado por Juan XXIII. Cincuenta años después, he reflexionado sobre dicho acontecimiento con la serenidad y el sentido crítico que dan el tiempo transcurrido y las experiencias vividas. Esta reflexión no se mueve en el horizonte eclesiástico, ni siquiera eclesial. No es un ejercicio de apologética del Concilio Vaticano II, pero tampoco de iconoclastia. Quiere ser una teoría crítico-constructiva abierta a la esperanza de la reforma de la Iglesia en sintonía con los desafíos actuales.
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[Por: Juan José Tamayo, Director de Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones “Ignacio Ellacuria”. Universidad Carlos III de Madrid]
El 8 de diciembre de 2015 se cumplieron cincuenta años de la clausura del Concilio Vaticano II, uno de los conocimientos religiosos más importantes del siglo XX, que tuvo importantes repercusiones a nivel internacional en los diferentes campos de las religiones, la teología, las culturas, la política, la ciencia, la sociedad, la economía, etc. Ese año iniciaba mis estudios de Teología en el Seminario Conciliar de San José, que tenía el nombre de “Conciliar” no por el Vaticano II sino por el Concilio de Trento. Una parte importante de mi trabajo intelectual se ha desarrollado bajo el impacto y la influencia de aquel Concilio convocado por Juan XXIII. Cincuenta años después, he reflexionado sobre dicho acontecimiento con la serenidad y el sentido crítico que dan el tiempo transcurrido y las experiencias vividas. Esta reflexión no se mueve en el horizonte eclesiástico, ni siquiera eclesial. No es un ejercicio de apologética del Concilio Vaticano II, pero tampoco de iconoclastia. Quiere ser una teoría crítico-constructiva abierta a la esperanza de la reforma de la Iglesia en sintonía con los desafíos actuales.
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