30 de Julio de 2015
(Hno. Enzo Biemmi ) Acompañar a un grupo de divorciados o separados es una experiencia que me involucra profundamente. Sus relatos están cargados de un sufrimiento, de un dolor agudo que perdura en el tiempo. La historia de una fractura de un matrimonio es siempre una tragedia. Una tragedia asoladora, como la falla de un terremoto en el piso de nuestra propia vida. Es una experiencia de duelo, difícil a superar. Lo último que me interesa, en mi relación con estas catorce mujeres y hombres que acompaño, es emitir un juicio moral acerca de lo que les ha acontecido. Lo único que tengo a pecho es anunciar a ellos el evangelio de la misericordia y de la esperanza.
(Hno. Enzo Biemmi ) Acompañar a un grupo de divorciados o separados es una experiencia que me involucra profundamente. Sus relatos están cargados de un sufrimiento, de un dolor agudo que perdura en el tiempo. La historia de una fractura de un matrimonio es siempre una tragedia. Una tragedia asoladora, como la falla de un terremoto en el piso de nuestra propia vida. Es una experiencia de duelo, difícil a superar. Lo último que me interesa, en mi relación con estas catorce mujeres y hombres que acompaño, es emitir un juicio moral acerca de lo que les ha acontecido. Lo único que tengo a pecho es anunciar a ellos el evangelio de la misericordia y de la esperanza.
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