18 de Octubre de 2013
Katja Strobel
Instituto de Teología y Política
Münster, Alemania
En la época del Concilio Vaticano II, el término iglesia de los pobres proporcionó un tema de conflicto provocador. Ese fue el nombre adoptado por un grupo de obispos que, a lo largo del Concilio, se reunieron en el Colegio Belga; a través de sus actividades, por ejemplo la firma del Pacto de las Catacumbas, iniciaron junto con otras personas, y también en otros espacios, lo que más tarde sería la teología de la liberación. Me parece que, hoy en día, el término se presta a equívocos, pues casi nadie lo emplea con su explosiva fuerza política. ¿Qué asociaciones despierta hoy hablar de una iglesia de los pobres en una nación rica como Alemania? ¿La de una iglesia caritativa, que distribuye limosnas de una manera paternalista, de arriba hacia abajo? ¿La de una iglesia de los marginados, de los que están de más? ¿Cómo podríamos entenderla? ¿Qué relevancia tendría? Desde que, a inicios del siglo XX, los movimientos cristianos laicos del país fueron en gran parte destruidos, las iglesias alemanas se caracterizan por ser comunidades de clase media. No existe aquí ninguna iglesia del pueblo y el concepto iglesia de los pobres no tiene resonancia en un sentido emancipador, de empoderamiento. Tal vez esto obedece a que, en los países de habla alemana, la palabra pobre funciona como una exigencia de compasión por su doble significado: el económicamente pobre o el pobrecito digno de lástima. Por otra parte, al hablar del Pacto de las catacumbas existe también el riesgo de concentrarse en la historia y la función de los obispos, como figuras centrales de la jerarquía eclesiástica que inclusohoy son muy reconocidas. Sin embargo, en este momento los obispos alemanes representan una iglesia conservadora, preocupada por conservar su estatus y no por realizar intervenciones proféticas de resistencia en nuestra dividida, pero todavía mayoritaria, sociedad capitalista de bienestar. Leer el Pacto de las catacumbas significa también ser conscientes de que hoy es impensable una iniciativa de ese tipo y que los cambios que dom Helder Cámara y sus colegas obispos anhelaron –¡y realizaron!– tienen que venir, aquí y ahora, de otros actores además de los obispos.
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Katja Strobel
Instituto de Teología y Política
Münster, Alemania
En la época del Concilio Vaticano II, el término iglesia de los pobres proporcionó un tema de conflicto provocador. Ese fue el nombre adoptado por un grupo de obispos que, a lo largo del Concilio, se reunieron en el Colegio Belga; a través de sus actividades, por ejemplo la firma del Pacto de las Catacumbas, iniciaron junto con otras personas, y también en otros espacios, lo que más tarde sería la teología de la liberación. Me parece que, hoy en día, el término se presta a equívocos, pues casi nadie lo emplea con su explosiva fuerza política. ¿Qué asociaciones despierta hoy hablar de una iglesia de los pobres en una nación rica como Alemania? ¿La de una iglesia caritativa, que distribuye limosnas de una manera paternalista, de arriba hacia abajo? ¿La de una iglesia de los marginados, de los que están de más? ¿Cómo podríamos entenderla? ¿Qué relevancia tendría? Desde que, a inicios del siglo XX, los movimientos cristianos laicos del país fueron en gran parte destruidos, las iglesias alemanas se caracterizan por ser comunidades de clase media. No existe aquí ninguna iglesia del pueblo y el concepto iglesia de los pobres no tiene resonancia en un sentido emancipador, de empoderamiento. Tal vez esto obedece a que, en los países de habla alemana, la palabra pobre funciona como una exigencia de compasión por su doble significado: el económicamente pobre o el pobrecito digno de lástima. Por otra parte, al hablar del Pacto de las catacumbas existe también el riesgo de concentrarse en la historia y la función de los obispos, como figuras centrales de la jerarquía eclesiástica que inclusohoy son muy reconocidas. Sin embargo, en este momento los obispos alemanes representan una iglesia conservadora, preocupada por conservar su estatus y no por realizar intervenciones proféticas de resistencia en nuestra dividida, pero todavía mayoritaria, sociedad capitalista de bienestar. Leer el Pacto de las catacumbas significa también ser conscientes de que hoy es impensable una iniciativa de ese tipo y que los cambios que dom Helder Cámara y sus colegas obispos anhelaron –¡y realizaron!– tienen que venir, aquí y ahora, de otros actores además de los obispos.
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