Contra el olvido del Espíritu Santo

08 de Marzo de 2013

En el artículo anterior nos esforzábamos por rescatar la dimensión del “espíritu” muy ahogado en la cultura materialista y consumista de la modernidad. Ahora queremos rescatar la figura del Espíritu Santo, siempre al margen u olvidada en la Iglesia latina. Como es una Iglesia de poder, convive mal con el carisma, propio del Espíritu Santo. Él es la fantasía de Dios y el motor del cambio, todo lo que la vieja institución jerárquica no desea. Pero Él está volviendo.
El Concilio Vaticano II afirma enfáticamente: «El Espíritu de Dios dirige el curso de la historia con admirable providencia, renueva la faz de la Tierra y está presente en la evolución» (Gaudium et Spes, 26/281). El Espíritu está siempre en acción. Pero aparece con mayor intensidad cuando se producen rupturas instauradoras de lo nuevo. Cuatro rupturas, cercanas a nosotros, merecen ser mencionadas: la realización del Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965), la Conferencia Episcopal de obispos latinoamericanos en Medellín (1969), el surgimiento de la Iglesia de la Liberación, y la Renovación Carismática Católica.
Por el Vaticano II (1962-1965), la Iglesia acompasó su paso con el del mundo moderno y sus libertades. Especialmente estableció un diálogo con la tecnociencia, con el mundo del trabajo, con la secularización, con el ecumenismo, con otras religiones y con los derechos humanos fundamentales. El Espíritu rejuveneció con aire nuevo el crepuscular edificio de la Iglesia.
 




En el artículo anterior nos esforzábamos por rescatar la dimensión del “espíritu” muy ahogado en la cultura materialista y consumista de la modernidad. Ahora queremos rescatar la figura del Espíritu Santo, siempre al margen u olvidada en la Iglesia latina. Como es una Iglesia de poder, convive mal con el carisma, propio del Espíritu Santo. Él es la fantasía de Dios y el motor del cambio, todo lo que la vieja institución jerárquica no desea. Pero Él está volviendo.

El Concilio Vaticano II afirma enfáticamente: «El Espíritu de Dios dirige el curso de la historia con admirable providencia, renueva la faz de la Tierra y está presente en la evolución» (Gaudium et Spes, 26/281). El Espíritu está siempre en acción. Pero aparece con mayor intensidad cuando se producen rupturas instauradoras de lo nuevo. Cuatro rupturas, cercanas a nosotros, merecen ser mencionadas: la realización del Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965), la Conferencia Episcopal de obispos latinoamericanos en Medellín (1969), el surgimiento de la Iglesia de la Liberación, y la Renovación Carismática Católica.

Por el Vaticano II (1962-1965), la Iglesia acompasó su paso con el del mundo moderno y sus libertades. Especialmente estableció un diálogo con la tecnociencia, con el mundo del trabajo, con la secularización, con el ecumenismo, con otras religiones y con los derechos humanos fundamentales. El Espíritu rejuveneció con aire nuevo el crepuscular edificio de la Iglesia.

 

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