Dilexi te: un documento para no dormir(se)*

29 de Octubre de 2025

[Por: Edwin Aguiluz Milla]




Sí, para no dormir, porque intranquiliza; porque inquieta; porque queda clavado en la conciencia del lector católico, como una espina imposible de extraer; porque profundiza la enseñanza social de la Iglesia cimentada en la Palabra de Dios, y requiere, ineludiblemente, lo que el mismo magisterio eclesial llama asentimiento religioso (que compromete la voluntad y el intelecto) de todo católico, aun cuando el documento pertenezca al magisterio pontificio llamado ordinario, esto es, el que no es infalible. Así nos lo enseñan la instrucción Donum veritatem (“el don de la verdad”, sobre la vocación eclesial del teólogo), emitida por la Congregación para la Doctrina de la Fe en 1990 (n.º 23), y el Catecismo de la Iglesia Católica (n.º 892). Este último explica con otras palabras en qué consiste dicho asentimiento: “adherirse con espíritu de obediencia religiosa” a la enseñanza ordinaria del magisterio.

 

También para no dormirse, porque urge compromiso; porque apremia a movilizarse –“ahora, no mañana”, en palabras del Papa (n.º 92)–, a no perder ni un minuto, a levar anclas que impiden nuestra conversión permanente personal y eclesial; porque “nos mueve el piso”, como suelen hacer esos sismos que aparecen cada vez que se publica un nuevo documento del magisterio social de la Iglesia.

 

Así, la lectura de este documento me anima, me orienta, me motiva. Es decir, me exhorta. Justamente, tal es el género del documento Dilexi te: una exhortación con la autoridad apostólica concedida por el Señor a Pedro y sus sucesores.

 

Si otra exhortación apostólica, Evangelii gaudium (el gozo del Evangelio), mostró claramente la hoja de ruta del pontificado del papa Francisco al iniciar su ministerio, me atrevo a decir que en Dilexi te el nuevo pontífice nos está mostrando la suya. Por lo tanto, no nos dejará dormir plácidamente, ni dormirnos con conciencia tranquila a lo largo de todo su pontificado. Quedamos advertidos… y agradecidos.

 

No es mi intención ofrecer un resumen de la Exhortación, sino proponer unas claves de lectura. Es decir, pretendo compartir unos enfoques que, en mi opinión, permiten sacar buen provecho de la exhortación.

 

PRIMERA CLAVE: TRES RECOMENDACIONES

 

Dado que es magisterio, se debe leer con disposición de discípulos, de aprendizaje. Magisterio se refiere al oficio de enseñar de los obispos (ver la Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, del Concilio Ecuménico Vaticano II, n.º 25). Por lo tanto, una actitud fundamental del católico es ponerse en “modo discípulo” cuando lee un documento de la Iglesia, y preguntarse: ¿qué me enseña este para cdrecer como cristiano?

 

Dado que es exhortativo, hay que acogerlo con corazón abierto. Particularmente, los documentos pontificios llamados exhortaciones apostólicas buscan animar y motivar a la comunidad eclesial. El ser humano tiende a situarse en zonas de confort, en las que se está bien y se desearía estar siempre: “Cuando ellos se separaron de él, dijo Pedro a Jesús: ‘Maestro, bueno es estarnos aquí. Podríamos hacer tres tiendasdd, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías’…” (Lc 9,33). Hay que abrir el corazón para que el sucesor de Pedro –de aquel a quien el Señor no le permitió acomodarse– nos anime a seguir peregrinando.

 

Dado que es apostólico, se acoge como un bien que procede del pastoreo encomendado por Cristo a Pedro. “Apacienta mis corderos, mis ovejas” le encomienda Jesús a Pedro en la orilla del mar de Tiberíades (Jn 21,15-17). Este encargo comporta ayudar al rebaño a permanecer fiel al Buen Pastor, retornando una y otra vez a los orígenes evangélicos, cuando la comunidad tiende a alejarse de estos. El “yo confieso que he pecado mucho…” incluye ese deliberado alejamiento del Evangelio, lleno de justificaciones para tranquilizar nuestra conciencia.

 

SEGUNDA CLAVE: LA HUELLA DE FRANCISCO EN LA EXHORTACIÓN

 

En su primera carta encíclica (Lumen fidei, “la luz de la fe”), el papa Francisco dijo:

 

Él [Benedicto XVI] ya había completado prácticamente una primera redacción de esta Carta encíclica sobre la fe. Se lo agradezco de corazón y, en la fraternidad de Cristo, asumo su precioso trabajo, añadiendo al texto algunas aportaciones” (n,º 7).

 

De manera semejante, el papa León XIV nos cuenta:

 

En continuidad con la encíclica Dilexit nos, el Papa Francisco estaba preparando, en los últimos meses de su vida, una exhortación apostólica sobre el cuidado de la Iglesia por los pobres y con los pobres, titulada Dilexi te, imaginando que Cristo se dirigiera a cada uno de ellos diciendo: no tienes poder ni fuerza, pero ‘yo te he amado’ (Ap 3,9). Habiendo recibido como herencia este proyecto, me alegra hacerlo mío –añadiendo algunas reflexiones– y proponerlo al comienzo de mi pontificado, compartiendo el deseo de mi amado predecesor de que todos los cristianos puedan percibir la fuerte conexión que existe entre el amor de Cristo y su llamada a acercarnos a los pobres” (n.º 3).

 

Resulta clara, por lo tanto, la continuidad y total armonía entre el magisterio de Francisco y el de León XIV, lo que se ve corroborado al adentrarse en el texto de la exhortación.

 

TERCERA CLAVE: LA ESTRUCTURA DEL DOCUMENTO

 

Dilexi te viene a ser, por decirlo así, un pequeño compendio de la enseñanza de la Iglesia sobre la opción preferencial por los pobres, opción irrenunciable y esencial de la Iglesia. Descubro en ella un documento que puede constituir un pequeño “manual” de iniciación al magisterio social de la Iglesia, o, en términos más amplio, a lo que Francisco llamó la “dimensión social de la Evangelización” (capítulo IV de Evangelii gaudium). También resultaría ideal para un retiro y, obviamente, para la lectura espiritual personal y comunitaria. Naturalmente, no es exhaustivo; pero más que suficiente para la inducción y para el crecimiento. Un rasgo importante que facilita el aprovechamiento formativo de la exhortación es que no está formulado en términos excesivamente técnicos, limitados a especialistas.

 

Para tal aprovechamiento, me parece importante comprender su “lógica”, manifiesta en su estructura. El primero se llama “Algunas palabras indispensables”. Aquí encontramos el enfoque del documento: la inseparabilidad del afecto/amor por Cristo y el afecto/amor por los pobres. En efecto, “el contacto con quien no tiene poder ni grandeza es un modo fundamental de encuentro con el Señor de la historia” (n.º 5). El “no te olvides de los pobres” que recibió Pablo (Gal 2,1-10), se lo recordaron al papa Francisco, recién electo, y lo asume León XIV, evocando la iluminación de San Francisco de Asís (n.º 6). Este encargo insoslayable comporta nunca dejar de escuchar “el grito de los pobres” (n.º 8) y desvelar los prejuicios ideológicos que llevan al crecimiento económico, pero no al desarrollo humano integral, a costa del incremento de la inequidad (n.º 13). “Siempre es necesario volver a leer el Evangelio”, dice el Papa (n.º 15).

 

El segundo capítulo se denomina “Dios opta por los pobres”. No haría falta más, pero el Papa en los sucesivos capítulos muestra cómo se ha asumido esta opción en la Iglesia. Aquí encontramos la fundamentación bíblica, que nos revela a Dios en el Antiguo Testamento “como amigo y liberador de los pobres, Aquel que escucha el grito del pobre e interviene para liberarlo” (n.º 17). A continuación, nos presenta a “Jesús, Mesías pobre”. “Él [Jesús] se presenta al mundo no sólo como Mesías pobre sino como Mesías de los pobres y para los pobres” (n.º 19). Le sigue un apartado que dedica a “La misericordia hacia los pobres en la Biblia”, que viene a ser la enseñanza bíblica referida a la opción por los pobres que corresponde a nosotros, páginas que “a lo largo de los siglos [...] han interpelado los corazones de los cristianos a amar y a realizar obras de caridad, como semillas fecundas que no cesan de producir fruto” (n.º 34). Termina así el segundo capítulo, y con esas palabras ya nos anuncia lo que sigue.

 

Los tres siguientes capítulos son de un carácter más eclesiológico, no en un sentido doctrinal principalmente, sino, sobre todo, testimonial. De ahí que el tercero y el cuarto sean un repaso histórico acerca de las concreciones de la opción por los pobres a lo largo de los siglos. Podríamos decir, evocando al célebre historiador de la Iglesia Hubert Jedin, que el Papa nos ofrece, de este modo, una eclesiología histórica desde la perspectiva de la fidelidad eclesial a la opción preferencial divina por los pobres.

 

“Una Iglesia para los pobres” es el tercer capítulo. León XIV hace suyo el anhelo de su predecesor: “¡Ah, cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!” (n.º 35). Desde la Iglesia primitiva neotestamentaria, pasando por experiencias eclesiales del período posterior, nos recuerda el Papa que los pobres son el tesoro de la Iglesia. De gran riqueza es un recorrido por “Los Padres de la Iglesia y los pobres”, que nos muestra que “desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia reconocieron en el pobre un acceso privilegiado a Dios, un modo especial para encontrarlo” (n.º 39). Muy iluminadora y estimulante es la evocación de San Ignacio de Antioquía, San Justino, San Juan Crisóstomo, San Ambrosio, San Agustín y, de modo general, “muchos otros”. El Papa repasa también en el capítulo diversas experiencias históricas de la opción por los pobres. Veámoslas sucintamente.

 

Comienza con el cuidado a los enfermos. Desfilan en este apartado san Cipriano, san Juan de Dios, san Camilo de Lelis, las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, las Hermanas Hospitalarias, las Pequeñas Siervas de la Divina Providencia y “tantas otras Congregaciones femeninas”, legado que hoy “continúa en los hospitales católicos, los puestos de salud en las regiones periféricas, las misiones sanitarias en las selvas, los centros de acogida para toxicómanos y los hospitales de campaña en las zonas de guerra” (n.º 52).

 

El repaso histórico continúa con “El cuidado de los pobres en la vida monástica”, con mención especial de san Basilio Magno, san Benito de Nursia y san Bernardo de Claraval. Prosigue con las órdenes religiosas que se dedicaron a la liberación de los cautivos (la Orden de la Santísima Trinidad y la Orden de la Bienaventurada Virgen María de la Merced), y lo hacen ahora, junto con otras instituciones y congregaciones “que actúan en las periferias urbanas, las zonas de conflicto y los corredores migratorios” (n.º 61) y con la atención a las personas privadas de libertad.

 

Luego se ocupa de los “Testigos de la pobreza evangélica”, esto es, las llamadas “órdenes mendicantes”, con especial mención de san Francisco de Asís, santa Clara de Asís y santo Domingo de Guzmán. No podía faltar una sección dedicada a “La Iglesia y la educación de los pobres”, en la que León XIV hace memoria especial de san José de Calasanz, san Juan Bautista de La Salle, san Marcelino Champagnat, san Juan Bosco, el beato Antonio Rosmini y muchas congregaciones femeninas, como las ursulinas, las monjas de la Orden de la Compañía de María Nuestra Señora, las Maestras Pías y muchas otras.

 

“Acompañar a los migrantes” es otro apartado, en el que destacan figuras como san Juan Bautista Scalabrini, santa Francisca Javier Cabrini, así como la prioridad de este acompañamiento en el magisterio actual. También se ocupa de los que han servido a “los últimos”, como santa Teresa de Calcuta y sus Misioneras de la Caridad, santa Dulce de los Pobres, san Benito Menni, san Carlos de Foucauld, santa Katharine Drexel, la hermana Emmanuelle y “muchísimos más”. Termina ese capítulo retomando en este listado histórico los “movimientos populares”, un legado magisterial y pastoral muy importante del papa Francisco, cuya carta de ciudadanía en la Iglesia ratifica León XIV.

 

El capítulo cuarto se dedica a “Una historia que continúa”, de inmensa riqueza. Comienza con “El siglo de la Doctrina Social de la Iglesia”, destacando los aportes magisteriales de León XIII, san Juan XXIII, el Concilio Vaticano II, san Pablo VI, san Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. También evoca las conferencias generales del episcopado latinoamericano (Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida). Es un capítulo que plantea las causas estructurales de la pobreza, relacionada con “una economía que mata” (papa Francisco), que demanda con urgencia nuestro compromiso para resolverlas. Vuelve a colocar como tema prioritario el de “Los pobres como sujetos”, y no como objetos de ayuda.

 

Finalmente, en el capítulo quinto, “Un desafío permanente”, el Papa explica que “he decidido recordar esta bimilenaria historia de atención eclesial a los pobres y con los pobres para mostrar que ésta forma parte esencial del camino ininterrumpido de la Iglesia” (n.º 103). Retoma el tema central del Buen Samaritano, abordado por el papa Francisco en Fratelli tutti. Para iluminar que la opción preferencial por los pobres, con todas sus aristas e implicaciones, el acápite “Un desafío ineludible para la Iglesia de hoy” recurre a la memoria de san Gregorio Magno y su papel como pastor en tiempos muy difíciles para la Iglesia de Roma. No falta el cuestionamiento a movimientos o grupos cristianos sin compromiso por “el bien común de la sociedad y, en particular, por la defensa y la promoción de los más débiles y desfavorecidos” (n.º 112). Ofrece, finalmente, un marco para entender correctamente la limosna y recordarnos que “sigue siendo un momento necesario de contacto, de encuentro y de identificación con la situación de los demás” (n.º 115). “No será –dice el Papa– la solución a la pobreza mundial, que hay que buscar con inteligencia, tenacidad y compromiso social. Pero necesitamos practicar la limosna para tocar la carne sufriente de los pobres” (n.º 120).

 

Llama la atención que León XIV ofreció, a manera de anticipo germinal, el enfoque fundamental de esta exhortación apostólica en su Mensaje para la IX Jornada Mundial de los Pobres (domingo 16 de noviembre de 2025, XXXIII Domingo del T.O.), particularmente en el este texto:

 

La pobreza tiene causas estructurales que deben ser afrontadas y eliminadas. Mientras esto sucede, todos estamos llamados a crear nuevos signos de esperanza que testimonien la caridad cristiana, como lo hicieron muchos santos y santas de todas las épocas. Los hospitales y las escuelas, por ejemplo, son instituciones creadas para expresar la acogida hacia los más débiles y marginados. Hoy deberían formar parte ya de las políticas públicas de todo país, pero las guerras y desigualdades con frecuencia lo impiden. Cada vez más, los signos de esperanza son hoy las casas-familia, las comunidades para menores, los centros de escucha y acogida, los comedores para los pobres, los albergues, las escuelas populares: cuántos signos, a menudo escondidos, a los que quizás no prestamos atención y, sin embargo, tan importantes para sacudirnos de la indiferencia y motivar el compromiso en las distintas formas de voluntariado (n.º 5).

 

La exhortación comenzaba citando las palabras del Apocalipsis (3,9): “Te he amado” (dilexi te) (n.º 1), y con ellas termina:

 

Ya sea a través del trabajo que ustedes realizan, o de su compromiso por cambiar las estructuras sociales injustas, o por medio de esos gestos sencillos de ayuda, muy cercanos y personales, será posible para aquel pobre sentir que las palabras de Jesús son para él: ‘Yo te he amado’ (Ap 3,9).

 

* Una primera versión de este artículo apareció en el periódico Eco Católico (edición especial impresa de noviembre de 2025) de Costa Rica, más breve, por la naturaleza del medio.

** El autor es Secretario Ejecutivo de Pastoral Social Cáritas Costa Rica. 

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