21 de Setiembre de 2025
[Por: Rosa Ramos]
“Lo contrario al amor de Dios, a la compasión de Dios
y a la misericordia de Dios, es la indiferencia”
Papa Francisco
No soy crítica literaria ni comentarista de libros, pero este artículo también viene a cuento de otro libro que me impactó (antes fueron los de Diana Viñoles y de Enric Benito). Esta vez se trata de Esperanza la autobiografía de Francisco, que leí el mes pasado… prometo por un tiempo no seguir en esta línea… Un libro que he recomendado a muchos no cristianos, porque lo relevante -a mi juicio- en él no es lo que ya sabemos de su papado, sino “el antes”, la gestación de su humanidad.
Hemos estudiado sus documentos y visto sus gestos, también hay mucho escrito sobre el Papa Francisco. Pero leer Esperanza, esa autobiografía poblada de sus recuerdos, a la vez que abierta al futuro de la humanidad y de la Iglesia con confianza, me dejó una admiración y una ternura especial por quien sin duda fue un hombre “profundamente humano”.
Como me detendré más en el origen o gestación del hombre, menciono antes algunas de sus ideas: Creer que nos salvamos solos “es propio de un cuerpo social profundamente enfermo…” “El egoísmo es estúpido.” (pág. 239). Respecto al conservadurismo: “En la compresión de la verdad se crece” (pág. 227) Y en la última página dice: “Hay que ser humilde, dejar espacio al Señor, no a nuestras falsas seguridades.” (pág. 324). Cierra su autobiografía invitando a la revolución de la ternura, a luchar con ternura y coraje. Un final que resume su legado. Respecto a la lucha ya había dicho “la vida es lucha, es rechazar la eterna adaptación a la mediocridad” (pág. 203).
Pero fue la humanidad de Francisco lo que más me impactó del libro: Por una parte, la conciencia de sus pecados, límites, errores y noches oscuras. Y no obstante ello, afirmar que de los errores y fracasos nace la sabiduría, si uno no se cierra y está dispuesto a “abrazar la vida. Siempre.” Incluso nos anima a abrazar nuestras neurosis, “si permitimos que Su misericordia las ilumine.” (pág. 106)
Por otra parte, quizá ligado a lo anterior en su propia experiencia, me impresionó, me emocionó, descubrir el origen de su insistencia en la misericordia y la esperanza. Ya en el primer capítulo explica la compasión que determina su primera salida del Vaticano, “tenía que ir a Lampedusa”. Lo mueve el dolor de los migrantes y no aceptar tanta dureza de corazón en los que los rechazan; su familia en tiempo de penurias, también buscó nuevos horizontes, poniendo en riesgo la vida.
La misericordia, que tanto predicó Francisco como el atributo por excelencia de Dios, se entiende desde lo que aprendió desde pequeño, atento a las historias mínimas de la vida cotidiana. Este libro contiene muchas hermosas historias, de sus antepasados, de su familia grande, de su barrio, de sus humildes vecinos y vecinas de diferentes orígenes y religiones (ahí se gesta su apertura), después de sus encuentros con sacerdotes y situaciones que vivió como obispo en Buenos Aires.
Las historias narradas son fruto de mirar la vida desde la curva final, los recuerdos añejos contienen ya la reflexión y la ternura propios de un anciano que contempla agradecido su pasado, el de su familia, el de su país, ese pasado poblado de encuentros que lo fueron forjando. O, desde los cuales su Dios lo fue amasando pacientemente, con mucho amor, preparándolo para una misión muy difícil, que pudo llevar adelante con valentía y gran originalidad, rompiendo moldes.
Recuerda y cuenta desavenencias, “líos” familiares, con naturalidad, sin ocultarlos ni edulcorarlos. A través de sus relatos conocemos pormenores y dificultades que advirtió en las relaciones entre sus parientes, personas comunes, con luces y sombras. Nos hace bien esa mirada comprensiva, tierna, profundamente humana de Jorge Bergoglio, en especial a los de “conocida mala vida”, que acompañó hasta el final, con enorme respeto y genuino cariño. Cito aquí solo a “la Porota”.
Las encíclicas, prédicas y tantos gestos de Francisco, tienen allí su origen, en esas historias. Esa mirada misericordiosa que cultivó desde temprano, junto a la reflexión madura que pudo hacer después al recordar su larga vida de encuentros, lo llevó a “una certeza dogmática: “Dios está presente en la vida de cada persona” … “Aunque un terreno esté lleno de maleza, siempre queda un espacio donde puede crecer la buena simiente…” (131) Esperanza la autobiografía, ¡ya te vamos entendiendo mejor Francisco!
No esquiva el duro período de la dictadura militar en Argentina al que dedica el capítulo 12 entero: “Devoran a mi pueblo como pan”. Allí aparecen varios conocidos por nosotros, los jesuitas Jálics y Yorio, las desaparecidas monjas francesas y Esther, su querida jefa del laboratorio donde trabajó de joven, también lanzada en un vuelo de la muerte. Francisco no oculta esos episodios en los que estuvo involucrado (presentes también en la película “Llámame Francisco”), y cómo lo afectaron. Es bueno saber que siguió rezando lo vivido y acompañando a algunos, como a Anita, la nieta de Esther nacida en el exilio, tras ser liberada su madre, sobreviviente de la tortura estando embarazada.
Por supuesto esta autobiografía recorre su vocación -es bellísima y tan humana la oración que escribió al final de 1969 previo a su ordenación (pág. 187)- los ministerios ejercidos, incluido su papado y viajes. Todo lo vivido con profunda sensibilidad, también tantas películas y sus autores favoritos, aparecen como trasfondo y crisol de sus reflexiones y arriesgadas apuestas, bien conocidas. Sus ideas no surgieron como “hongos después de la lluvia”, eso se ve claro y es lo que más disfruté, lo que me quedo rumiando. Somos hijos de nuestras historias, que incluyen todas aquellas a las que hemos estado atentos. Tras la seriedad de aquel arzobispo bonaerense, que le gustaba caminar la ciudad, había un observador “que guardaba todo en el corazón” como María.
Un amigo, otro Jorge también atento a la vida, a la ciudad que nos cuenta historias, al acercarse ayer a un contenedor de basura vio a dos hombres que buscaban allí algo para clasificar y vender. Uno se asomó primero y encontró un “tesoro”, una bolsa llena de envases, la saca y se la entrega al otro diciéndole “vendelas vos, que necesitás más”. Una historia mínima de solidaridad, de fraternidad, que tuvo un testigo capaz de valorarla y compartirla. Francisco sonreiría con picardía y nos diría: “¿vieron? créanme, hay esperanza, el hombre es esperanza.”
Propuso un Jubileo de la Misericordia para la reconciliación con Dios y luego el de la Esperanza para ayudarnos a reconocer nuestra identidad, así lo justifica en la autobiografía: “Si misericordia es el nombre de Dios, Esperanza es el nombre que Él nos ha dado a nosotros, que corresponde a nuestra realidad más profunda, a nuestra experiencia más verdadera. Estamos hechos de vida y para la vida. Estamos hechos de relación…de amor… Dios ha hecho de nosotros esperanza.” (pág. 287)
El título de la autobiografía, por tanto, es el nombre que Francisco se da a sí mismo tras su larga vida de aprendizajes, pero también el que nos da a todos. ¡Qué bueno envejecer y morir como él lo hizo: lleno de ternura, misericordia y esperanza! Así nos lo mostraron las últimas imágenes, una como un anciano en ropa civil y finalmente revestido recorriendo la Plaza San Pedro… ¡Gracias!
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