80 aniversario de Hiroshima y Nagasaki. Memoria contra el olvido y no repetición

09 de Agosto de 2025

[Por: Juan José Tamayo]




A las 8.15 de la mañana del 6 de agosto de 1945 Estados Unidos lanzó una bomba atómica sobre un lugar habitado por seres humanos: la ciudad japonesa de Hiroshima, que quedó reducida a cenizas. Unas horas antes se convocó a un capellán, que invitó a los tripulantes del avión Enola Gay, que la iba a transportar, a inclinar la cabeza mientras él leía una oración compuesta para esta ocasión. Estaba legitimando religiosamente el bombardeo. Su piloto era el coronel Paul W. Tibbets, de 30 años, quien nunca tuvo remordimientos de conciencia, ni mostró arrepentimiento ni pidió perdón por tan genocida gesta.

 

La bomba de uranio 235 pesaba 4.400 kilos, tenía 3 metros de longitud y 75 centímetros de diámetro. Se lanzó a 500 metros de altura. Era la primera bomba atómica lanzada sobre una población civil. Causó la muerte de 140.000 personas y de otras miles más que fallecieron con el paso de los días, los meses y los años, y produjo el sufrimiento irreparable de otras muchas personas que sobrevivieron y que fue heredado por las generaciones siguientes hasta nuestros días. Comenzaba una nueva era, quizá la más mortífera de la historia de la humanidad: la era nuclear.

 

No contento con tamaña masacre que dejó a Hiroshima convertida en “Ciudad de cadáveres” (título de la obra de la escritora japonesa Ota Yoko, traducción de Kuniko Ikeda y Marta Añorbe Mateos, Editorial Satori, prólogo de Patricia Hita Hiramatsu, 2025) y a las personas supervivientes en schok de por vida, tres días después, el 9 de agosto a las 11.02 horas, Estados Unidos lanzó desde la altitud de 550 metros la segunda bomba atómica, de nombre Fat man, sobre la ciudad japonesa de Nagasaki. Pesaba 4.630 kilos, tenía 3.25 metros de longitud, 1.52 de diámetro y una potencia de 25 kilotones. Causó la muerte de 74.000 personas y la devastación de la ciudad. Seis días después el emperador Hirohito proclamó la rendición de Japón.

 

Hace unos meses visité Japón invitado por la comunidad budista Soka Gakkai. Participé en encuentros universitarios y en diálogos con comunidades budistas de distintos lugares del país. Visité templos sintoístas. La experiencia que más me impresionó fue la visita a Nagasaki en plenos preparativos del 80 aniversario del bombardeo atómico de esta ciudad y de Hiroshima, que está conmemorándose estos días con numerosos actos de memoria subversiva de las víctimas contra el olvido. Allí fui recibido por el alcalde, Shiro Suzuki, quien me impuso la medalla de la ciudad y juntos hicimos memoria de tamaña masacre.

 

Las experiencias que más impacto me produjeron, hasta las lágrimas, fueron las visitas a la zona 0, en el Parque de la Paz, donde tuvo lugar la explosión, al Museo de la bomba atómica, donde vi las imágenes de destrucción de vidas humanas y de la ciudad, y a la Sala de la Memoria Internacional de Nagasaki para las víctimas destinada a orar por la paz. Es ahí donde se encuentran los testimonios de los supervivientes y muchos objetos de las víctimas, entre ellos un reloj que se paró a las 11.02, hora exacta de la explosión.

 

Bajo el impacto de estas visitas y del dolor por tamaño ultraje a la dignidad humana causado por el bombardeo pronuncié una conferencia sobre “El diálogo interreligioso, camino para la paz” en la que critiqué la responsabilidad de las religiones en no pocos conflictos bélicos y defendí la importante contribución que pueden prestar en la construcción de una cultura de paz para que no se repitan catástrofes como las producidas en Hiroshima y Nagasaki.

 

En 2024 el Comité Noruego del Nobel concedió el premio Nobel de la Paz a la organización Nihon Hidankyo (Confederación de las Víctimas de la Bomba Atómica y de Hidrógeno de Japón), creada por los hibakusha (supervivientes del bombardeo) en 1956, quienes desde entonces vienen liderando de manera incansable la llamada a la destrucción de las armas nucleares. “¡Hiroshima y Nagasaki, nunca más!”, es el grito imparable de dicha organización, que recorre no solo las dos ciudades japonesas, sino el mundo entero y llega hasta nosotros hoy.

 

Toshiyuki Mamaki, codirector de Nihon Hidankyo, ha mostrado la similitud de lo sucedido hace ochenta años y los niños ensangrentados y asesinados en Gaza y ha afirmado que “las armas nucleares deben ser absolutamente abolidas, ya que no traen la paz”. Masako, miembro de dicha organización, ha alertado del “riesgo de que las armas nucleares sean utilizadas en Ucrania y Oriente Medio”. Riesgo muy real a la vista de los ataques de Estados Unidos y de Israel contra las armas nucleares de Irán.   

 

En medio del clamor popular contra las armas nucleares, se ha levantado una voz discordante en Japón: la del partido nacionalista de extrema derecha Sansieto, que en las elecciones del pasado 20 de julio, en las que se renovaban 125 escaños de los 248 del Senado, incrementó considerablemente el número de escaños pasando de un senador a quince y convirtiéndose así en el tercer partido de la oposición. Su ascenso es similar al de otros partidos de extrema derecha europea como AfD en Alemania, Reforma UK en el Reino Unido, Vox en España, etc.

 

Esta ha sido la poco comprensible respuesta de la ciudadanía a los graves problemas que padece Japón: fuerte inflación, corrupción espectacular, incremento del precio del arroz, estancamiento salarial, etc. Su argumentario es el mismo que el de los otros partidos de la extrema derecha: “los japoneses, primero”; negacionismo del cambio climático; discurso de odio contra la inmigración; nacionalismo frente a globalización. En el caso de Sansieto destacan dos reivindicaciones sobre las demás: la creación y el desarrollo del armamento nuclear y el mantenimiento de la tradición patriarcal del emperador.

 

El pasado 26 de julio participé en la Ceremonia por la Paz convocada por Soka Gakkai con motivo del 80 aniversario del bombardeo atómico sobre Hiroshima y Nagasaki en Rivas Vaciamadrid (Comunidad de Madrid). En ella el alcalde de Nagasaki expresó su preocupación por que, en un contexto internacional marcado por crecientes tensiones y divisiones, “se esté intensificando la amenaza del uso de las armas nucleares”. La alcaldesa de Rivas Vaciamadrid, Aída Castillejos, defendió la necesidad de “fortalecer la cultura de paz y no normalizar la violencia ni aceptar la injusticia como parte del paisaje”.

 

En el Jardín de la Paz, inaugurado en 2022 en Rivas Vaciamadrid, delante de un bloque original de la catedral de Urakami que se salvó del bombardeo y que fue donado por Nagasaki a la ciudad de Rivas, hicimos una ofrenda a las víctimas del genocidio y asumimos el compromiso de trabajar por la eliminación de las armas nucleares para salvar a la humanidad y a la naturaleza de su extinción. Si no se eliminan, ellas destruirán a la humanidad y al ecosistema de nuestro planeta. Es la mejor forma, creo, de revertir el rumbo de la historia en esta “nueva guerra fría” y en un mundo al borde del colapso.

 

En tan importante aniversario, que habría de conmemorarse en todos los rincones del planeta, el grito de la humanidad debe ser: Auschwitz, Hiroshima, Nagasaki, Gaza, Ucrania, Siria, tantas poblaciones destruidas y tantas vidas humanas sacrificadas, ¡nunca más!

 

Juan José Tamayo es profesor emérito honorífico de la Universidad Carlos III de Madrid. Su último libro es Cristianismo radical (Trotta, 2025, 3ª ed.)

Procesar Pago
Compartir

debugger
0
0

CONTACTO

©2017 Amerindia - Todos los derechos reservados.