24 de Abril de 2025
[Por: Juan Manuel Hurtado López]
Dicen los pueblos mayas del sureste mexicano que las personas venimos a este mundo para hacer visible en nuestra vida algún rasgo de Dios: su belleza, su verdad, su misericordia, su grandeza, su sabiduría; Las personas venimos para hacer transparente algún rasgo del Creador.
Yo creo que Francisco hizo transparente para nosotros, nosotras, el Evangelio de Jesús; o como él dice: “La Alegría del Evangelio”. Y esto lo hizo con sus gestos, con su testimonio, con su palabra, con sus actitudes.
Francisco nos dejó muchos gestos del Evangelio: visitar Lampedusa para levantar un grito de auxilio, de denuncia y también de compasión con tantos migrantes que, huyendo del hambre y de las guerras, arriesgan sus vidas y muchos naufragan y mueren en el intento. Gritó con fuerza ante Europa para no hacer del Mediterráneo un cementerio.
Francisco el Jueves Santo no lavó los pies a sacerdotes, obispos, cardenales o gerentes de empresas. Francisco fue a la cárcel y ahí lavó los pies de los presos, más allá de la propia Iglesia católica.
Francisco visitó campos de refugiados para brindar un saludo, un abrazo, cercanía misericordiosa y ternura a aquellas personas tan abandonadas.
Cuando Francisco vino a México fue a San Cristóbal de Las Casas a encontrarse con los pueblos originarios, con los indígenas para brindarles defensa, valoración de sus culturas y comió con un grupo de ellos a la mesa para escucharlos y decirles su palabra.
En su esfuerzo por fortalecer el diálogo interreligioso se hincó y besó los pies de los líderes religiosos de otras confesiones.
El Evangelio de Francisco es un Evangelio de gestos como el de Jesús: abrazo a enfermos, discapacitados, niños, ancianos, presos. A la mujer le abrió espacios importantes en la Iglesia, quizá no todos los que hubiéramos querido. Pero sí les confirió cargos importantes a varias mujeres.
Siguiendo a René Girard, yo creo que Francisco en su vida de sencillez, pobreza y rechazo de todo poder y ostentación vanidosa –esto indica el nombre que eligió como Papa- hizo gestos miméticos de imitación de Aquel a quien él seguía: a Jesús de Nazareth; por eso queda tan claro el mensaje del Evangelio.
Pero además, Francisco nos dejó un amplio y sólido Magisterio que da cuenta de su testimonio. La Alegría del Evangelio es toda una espiritualidad, una mística de desapego del yo, del orgullo y de lo superficial y nos lleva por aguas profundas para sumergirnos en la vida de Jesús. Nos muestra que no hay nada en este mundo que nos pueda dar tanta alegría, gozo, esperanza y sentido de la vida como la persona de Jesús de Nazareth.
El rostro de la misericordia, La Alegría del amor, Laudato Si’ sobre el cuidado de la Casa común, Querida Amazonía y “Todos hermanos” reflejan al pastor, al amigo, al hermano; reflejan a un hombre bien informado que saca del baúl de su experiencia y de su sabiduría cosas nuevas y cosas antiguas para alimentar a su pueblo. Recurre a filósofos lo mismo que a poetas, a místicos y Padres de la Iglesia, lo mismo que a autores contemporáneos o a la Sagrada Escritura. Hay tanta novedad y frescura en sus escritos que no se cansa uno de leer y releer su palabra. Y todo esto, acorde con su vida. Esto es lo que hace fuerte a su palabra: la coherencia, su testimonio de creyente en el Dios de la vida.
Otra novedad en Francisco es que para Él, el centro es la periferia. Y aquí truenan la geografía y las matemáticas. Y como él subrayaba: no sólo las periferias geográficas, sino también las culturales y existenciales. Por eso empezaba todo con los últimos de la sociedad, los descartados de la sociedad, los humildes, los pobres. Empezaba por la orilla, no por el centro. Y nos repetía que sólo desde la periferia se entiende el mundo, sus desigualdades, injusticias y violencia. Por eso la urgencia de construir una Iglesia en salida, hospital de campaña, una Iglesia pobre y para los pobres, como dijo en su primera cita con la prensa ya investido como obispo de Roma, una Iglesia sinodal, Pueblo de Dios. Y aquí actualiza y recupera el Vaticano II.
De sus frases podríamos hacer todo un elenco que llenaría varias páginas. Cito solamente dos: “Quién soy yo para juzgar” y “Pastores con olor a oveja”.
Con Francisco hay que empezar a entender las cosas, pero todo de otra manera. Una manera que desconcierta. Hizo fuertes denuncias. Es el primer Papa que condena abiertamente al capitalismo como un sistema que mata: así de claro, sin rodeos ni maquillaje. Un sistema que crea violencia, destrucción de la madre tierra, acumulación desmedida en pocas manos y hambre en muchas bocas y pueblos enteros.
Un Papa al estilo de Jesús de Nazareth, esto desconcertó a muchos enredados en sus privilegios y posturas, dentro y fuera de la Iglesia.
Conclusión: a Francisco no lo podemos encasillar. Fue un Papa diferente, con olor a oveja, que no sabe vivir en palacios que deslumbran con las sedas y el oro. Es un Papa de los pobres, es un Papa como lo quería el Espíritu Santo, el Papa de todos, todos, todos. Así te vemos, amado Papa Francisco, gracias, eres un don para el mundo, para la Iglesia, para la sociedad.
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