La alegría Pascual: no es triunfal ni trivial

19 de Abril de 2025

[Por: Rosa Ramos]




“Defender la alegría como una trinchera
De las ausencias transitorias
Y las definitivas…

De la obligación de estar alegres…

De los proxenetas de la risa…

Del azar y también de la alegría.”

Mario Benedetti

 

En nuestras celebraciones pascuales, naturalmente, se anima a la alegría. En la edad media había una tradición de la risa pascual que debía provocar el celebrante entre los presentes, lo hacía incluso a veces de forma grotesca (para nuestra cultura) con ese objetivo de que todos soltaran la carcajada. Hoy somos más sobrios, de todos modos, en la celebración del sábado de gloria, tras encender el fuego afuera, realizar las muchas lecturas a la luz del cirio y las velas, se hacen sonar las campanas, se encienden las luces del templo y se procura tener un buen coro acompañado de instrumentos musicales para animar a la alegría.

 

En los ejercicios ignacianos se invita a “alegrarse con Cristo Resucitado”, a gozar intensamente su pascua, el triunfo de la vida sobre la muerte, así como el día anterior se invitó a los ejercitantes a sufrir la cruz y “dolerse con Jesús doloroso”.

 

¿Pero cómo ha sido la alegría de la comunidad de seguidores de Jesús en aquellos días?

 

No está de más recordarlo: los relatos evangélicos de los encuentros del resucitado con María Magdalena, Tomás, los discípulos de Emaús, y todos en general, son narraciones teológicas -no crónicas históricas- que pretenden transmitir la experiencia de la fe que transformó sus vidas. Experiencia fuerte, sin duda, que les permitió transitar del pánico al arrojo, de la decepción a la esperanza activa, del dolor inefable a transmitir alegría y fortaleza a las comunidades nacientes.

 

Los relatos evangélicos procuran afrontar las dificultades presentes en las comunidades: el desconsuelo que paraliza que se expresa en el llanto de María Magdalena; el temor, el encierro y el aislamiento tras los hechos traumáticos, que buscan superar los relatos de la aparición a la comunidad a puertas cerradas, incluyendo luego a Tomás; el “todo fue una quimera, no tuvo sentido”, que puede verse en el relato de los discípulos que decepcionados regresaban a Emaús; el problema del liderazgo, si se animaban a continuar unidos creyendo en el proyecto de Jesús, que aparece en el relato de Pedro y el otro discípulo corriendo hasta el sepulcro…

 

Cada relato de “apariciones”, algunos repetidos con variantes, sigue un mismo esquema: una situación inicial negativa, luego un desconocido que se acerca y que no identifican, cierta apertura o mirada diferente a lo nuevo de parte de los discípulos, después una palabra o un gesto que les permite recordar-reconocer al Maestro crucificado, para finalizar en una confesión de fe: “está vivo”, “ha resucitado”, “Señor mío y Dios mío”, “acaso no ardía nuestro corazón…”, etc.

 

Todos los relatos señalan que los encuentros son indisponibles, no programados, “se deja ver”, o “se les abren los ojos”, que fue traducido “el Resucitado se apareció a…” Algo clave: siempre podemos subrayar en esos fugaces encuentros “el oficio de consolar” de Jesús y de animar seguir.

 

Vuelvo a la pregunta: cómo ha sido realmente la alegría de los amigos y amigas seguidores de Jesús y agrego otra ¿cómo es posible y auténtica nuestra alegría pascual hoy? ¿Cómo celebramos en nuestra propia experiencia la fe en la resurrección sin caer en la esquizofrenia ni en la magia?

 

Voy a tomar la figura paradigmática de María Magdalena, esa gran amiga y seguidora de Jesús, pues contemplar ese encuentro ha sido para mí clarificador. El relato del cuarto evangelio la muestra llorando “desconsoladamente” junto a la tumba. Otros relatos la muestran en compañía de otras mujeres, Juan la muestra sola, derrumbada, sin consuelo pues ha perdido el sentido de su vida al perder al amigo y Maestro. Muchas pinturas e ilustraciones catequéticas presentan el encuentro con la imagen del pañuelo blanco que se cae, que ella suelta y ondea en el aire cuando oye la voz que la llama por su nombre.

 

¿Cómo sucedió ese encuentro, qué pasó en la conciencia o en el corazón de esa mujer que será llamada “apóstol de los apóstoles”, una líder en la comunidad pospascual naciente? No lo sabemos, pero a mi juicio es muy significativo en el relato su levantar la cabeza y dejar de llorar, ese soltar el pañuelo. María Magdalena tuvo una experiencia honda de consuelo en su dolor, deja de llorar desconsoladamente. Pero no es una alegría triunfal ni trivial la suya; no le provoca amnesia de lo vivido. María en su alegría, nacida de la convicción de que Jesús no fue una mentira, que su vida y su prédica fueron auténticas, no olvida al Jesús masacrado, lo que sus ojos vieron “ayer” o pocos días antes. Vuelve a la comunidad y consuela a otros con su propio consuelo “regalado”, los acompaña y anima: Él VIVE. Pero ella sigue la vida sin amnesia del dolor, de la cruz.

 

A veces creemos o hasta pedimos a los creyentes que pasen del dolor (o “dolorismo” incluso) a la alegría pascual con un júbilo trivial, una alegría de carcajada o de triunfo ajeno a la realidad, pero “El resucitado es el crucificado” como nos enseñara Jon Sobrino (Sal Terrae, marzo 1982, ver en https://www.servicioskoinonia.org/relat/219.htm)

 

Nosotros, los cristianos del 2025, en nuestros países, barrios, familias, comunidades y en nuestras historias personales hemos de vivir la Semana Santa y la Pascua con sus cincuenta días hasta Pentecostés sin esquizofrenias y sin desencarnarnos. Más bien como la oportunidad de seguir encarnándonos, asumiendo las cruces y el bajar de las cruces a los crucificados de hoy, así como las alegrías pascuales que son propias de nuestra vida cotidiana y entorno, ahora iluminadas por la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesús.

 

Estamos invitados a la alegría Pascual, sin duda, a confiar más y más en que la Vida tiene la última palabra, que Dios es Señor de la vida y de la historia, que es Amor creador, redentor, recreador permanente de la vida y que nos anima a colaborar para acortar la distancia entre “el todavía no, pero ya” (se está gestando y será pleno) del Reino. Pero con la madurez de una fe que supera la mágica concepción infantil o la imposición del “ríe, ríe, es Pascua”, que se parece a la mentirosa afirmación de “hay que reír, no hay que llorar, que la vida es un carnaval”. La vida no es un carnaval.

 

María Magdalena puede ser nuestra maestra en el soltar el pañuelo, símbolo del desconsuelo y la parálisis, sin trivializar la alegría y sin negar la realidad del dolor. Ella, poniéndose de pie y unida a la comunidad, nos enseña a recordar el misterio pascual como una totalidad inseparable (vida muerte y resurrección) y que la alegría pascual no es triunfal: es humilde y nace de un amor hasta el extremo. La auténtica alegría pascual ilumina con humildad nuestra vida real y la de nuestros pueblos, que incluye el dolor, la lucha, el testimonio y la decisión de más amar.

 

Imagen: https://blogger.googleusercontent.com/resurreccionjesus.jpg

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