¿De qué nos salva el amor crucificado?

13 de Abril de 2025

[Por: Rosa Ramos]




Evito ponerlo en el copete y con color habitual, pero parto de lo que seguramente los lectores recordarán haber cantado en su infancia y quizá también después: “Victoria, tú reinarás, Oh Cruz, tú nos salvarás. Aumenta en nuestras almas tu reino de santidad, el río de la Gracia acabe la iniquidad. Victoria, tú reinarás, oh Cruz tú nos salvarás…”

 

¿Qué recuerdos y sentimientos evoca en nosotros esa antigua canción? ¿A qué teología responden esos versos y qué pueden decirnos hoy a los cristianos?

 

Empecemos por recordar qué se nos enseñaba y repetíamos de memoria: la muerte en cruz del Hijo de Dios nos salva del pecado, de la culpa y de la muerte, restaura la relación perdida con Dios. Se trataba de la concepción de la muerte vicaria “el Hijo muere por nosotros, en lugar de nosotros”, para reconciliarnos con el Padre. El que no tenía pecado, carga con el pecado del mundo… imagen que viene del siervo sufriente de Isaías. A partir del cual y uniendo a otros textos del Antiguo Testamento, los nuevos escritos “explicaban” la muerte cruenta de Jesús en cruz.

 

Veníamos de una teología “hamartiocéntrica” o pecadocéntrica: la historia de salvación se interpretaba desde allí. Y por tanto la encarnación, vida, pasión y muerte de Jesús se leía como “rescate”, como “salvación” del pecado original -explicación del mal en el mundo- y luego personal, que rompía la relación de la humanidad con Dios, que sumergía en la culpa y en la muerte eterna.

 

¿Tiene sentido hoy, a la luz de la exégesis bíblica y de los estudios históricos, seguir afirmando esto? Para la “tradición” que no quiere mover un ápice del “depósito de la fe”, sí. No podemos negar que en algunas parroquias y movimientos se sigue predicando esta concepción. No obstante, los estudios serios y la comprensión actual, nos llevan a asumir que hubo razones históricas de la muerte de Jesús y que su crucifixión no fue “voluntad de Dios”, dictaminada desde la eternidad. ¡Estudios y comprensión que nos acercan más al Dios Abba predicado por Jesús!

 

Jesús que ciertamente “pasó haciendo el bien”, como consignan los escritos, molestó con sus actitudes a los poderes de su tiempo, religiosos y políticos. Puso en tela de juicio tradiciones incuestionadas, siendo judío vivió con libertad la Ley de Moisés y la enorme cantidad de rúbricas agregadas con el tiempo. Vivió una inquebrantable fe en el Padre, desde una relación personal, íntima, que lo fue conduciendo no sólo a una prédica liberadora sino a acciones que perturbaban la tradición y el orden establecido. Y no sólo eso: generó un movimiento en torno a su persona, una comunidad itinerante que llegó a preocupar también a las autoridades de turno del imperio romano que soportaban la religión judía en tanto no alterara la “pax romana”.

 

Entonces, ¿cómo releer o cómo comprender hoy la salvación?[1] ¿De qué nos salva Jesús? Notarán que no digo “la cruz de Jesús”, o la muerte de Jesús, sino que invito a preguntarnos de qué nos salva él, su vida, su testimonio, su revelación del Amor del Padre.

 

Algunos cristianos en estos días volvemos a dialogar sobre este tópico, volvemos a preguntarnos para vivir esta Semana Santa con honestidad y también para dar razón de nuestra fe a otros que no sin razón nos miran extrañados, como a “bichos raros”. 

 

Un compañero reflexionaba y me decía que para él Jesús nos salva de una religión oprimente, que excluye, que divide en puros e impuros, una religión de normas y prejuicios. En aquel tiempo cuántos excluidos: mujeres, enfermos, niños, pecadores, publicanos… Y tantos otros hoy porque “no son de los nuestros”, porque “no están en regla…” La religión sigue excluyendo, por más esfuerzos que ha hecho la Iglesia del Concilio y concretamente el Papa Francisco. 

 

Un paréntesis: hoy aparecieron fotos del Papa sin su habitual vestimenta, “de entre casa”, de pantalones, camiseta y un abrigo a rayas por encima que parece una poncho o manta de lana, típico latinoamericano. Un Francisco anciano, enfermo, en silla de ruedas y vestido de civil, se deja ver, va a rezar, se detiene frente a un bebé que le acercan. Imágenes que sin duda recorrerán el mundo dando lugar en muchos a respeto, admiración y en otros a escándalo o duras críticas. Otro amigo me dijo al verlas: “nada más parecido al Jesús sufriente entregándose totalmente”. Otra: “el cuerpo no le da más, pero su lucidez es extrema”. Claro, el Papa no salió así sin darse cuenta, se dejó ver para hacernos meditar sobre la verdadera religión que salva, que libera, que no impone cargas.

 

Jesús, su vida toda, nos salva de la indiferencia y de la soberbia, del “sálvense quien pueda”, del egoísmo amparado en que cada cual es responsable de sí, de su éxito o de su fracaso. Jesús no fue indiferente al dolor de su tiempo, al contrario, si se metió en líos fue por comer con prostitutas y publicanos, por compadecerse de una mujer sorprendida en adulterio, del siervo de un centurión, de ciegos y de leprosos. No los consideró responsables de sus angustias y sufrimientos, con sus entrañas de misericordia tocó y se dejó tocar, consoló, curó: salvó a tantos que se agolpaban para verlo o pedirle ser mirados con aquella mirada tan especial que enderezaba y erguía a los tullidos.

 

Además de esos “demonios” que perturban tanto, hoy encontramos otros: depresión, ansiedad, miedos concretos y temores difusos que destruyen la capacidad de vivir una vida plena. Desde hace años creo y comparto que Jesús nos salva del sinsentido, del absurdo de una vida hueca, anodina, nos salva también de vivir al margen de la historia. Jesús no vivió ni murió en vano, nos “amó hasta el extremo”, no se guardó nada, ni su vida, la entregó toda cada día según descubría en diálogo con el Padre, y también en la cruz. 

 

Animo a que cada uno o en comunidad reflexione esta Semana Santa sobre de qué y cómo nos salva Jesús, en vez de repetir fórmulas. Qué nos dice hoy a los cristianos el hecho de que el Amor mismo ha sido crucificado (“el Padre y yo somos uno”) por incomprensión e intolerancia -de fariseos, del Sanedrín y autoridades romanas- a su propuesta. Y a pensar en que siguen siendo muchos los crucificados hoy, por intereses mezquinos de unos y por tibieza o indiferencia nuestra.

 

Es triste que quienes no profesan la fe nos miren extrañados por creencias anacrónicas o afirmaciones incomprensibles. Ojalá nos vean como “bichos raros” en esta sociedad tan individualista y violenta por cómo vivimos con sentido y esperanza, por cómo nos relacionamos y por los vínculos salvadores que creamos a nuestro alrededor: “miren cómo se quieren”, “miren como se entregan a los demás tan generosamente”. 

 

 

[1] Andrés Torres Queiruga escribió ya hace treinta años: “Recuperar la salvación. Para una interpretación liberadora de la experiencia cristiana”, haciéndolo precisamente desde las categorías de la modernidad para hacer creíble la fe cristiana en al mundo contemporáneo.

 

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