29 de Marzo de 2025
[Por: Rosa Ramos]
“Pero he aquí que yo la atraeré y la llevaré al desierto,
y hablaré a su corazón.” (Oseas 2, 14)
Avanzamos en la cuaresma y quizá a los que tenemos más años nos cuesta más este tiempo que nos trae “malos recuerdos”, recuerdos de penitencias, de via crucis, de cantos de salmos de lamentación por las culpas y pedidos de “piedad”, de templos oscuros e imágenes cubiertas de morado.
Con el correr de los años esos cuarenta días para “explotar” luego en la alegría pascual, me empezaron a resultar una especie de mala comedia que también eran frecuentes, de esas que muestran un cúmulo de dramas y en el último capítulo se resuelve todo mágicamente. Por eso suelo decir que el tiempo litúrgico que me gusta a mí es el ordinario y si se trata de Ejercicios Espirituales ignacianos, mi preferida es la segunda semana, la de conocer más a Jesús, claro que también siempre disfruto de rezar el Principio y Fundamento.
Sin embargo, este año en mis Ejercicios, animados por una mujer, una religiosa chilena bastante joven, llamada Ángela, pude rezar con fruto, con corazón abierto la conciencia del pecado y el sentido profundo de la penitencia, aunque me sigan resultando desagradables esos términos: pecado y penitencia.
Quiero compartirles en esta Cuaresma algunos fragmentos de un texto que ella nos proporcionó de otro chileno, poeta y sacerdote de los Sagrados Corazones, Esteban Gumucio (1914-2001). El texto se titula “Penitenciario” y se puede encontrar fácilmente en internet.
Plantea en un imaginario encuentro con Dios la conciencia de diez “pecados” y diez penitencias muy originales, enumero los primeros: ciego, acechante; cantor de mentiras, inauténtico; sin tiempo para otros; evitando mancharse las manos; airado, demandante; exacto, perfecto; dominante, avasallador; con sonrisa de artista; miedoso; poseedor de la razón. Y elijo para hoy tres con sus respectivas penitencias:
“Grandioso y poderoso cantor de mentiras, ya ni siquiera sabes quién eres… ¡Corazón de Coca-Cola!... Arrepiéntete. Te doy la penitencia de reencontrar tu dignidad: Irás por las calles más humildes de la ciudad, en silencio, lejos de todas tus noches festivales. Cuando te sientas insoportablemente solo, repetirás siete veces en tu corazón esta palabra verdadera: ‘Pobre soy, mi Dios… hijo tuyo soy… ¡Te piedad de mí!’ Y colgarás tu guitarra por siete días y una noche, hasta que cante tu silencio. Dios acompañará tu canción verdadera.”
A veces nos perdemos en medio de tantos roles, fachadas, perdiendo así la identidad y esa dignidad propia de hijos de Dios, que no tenemos que buscar en falsas o impostadas poses. La “penitencia” que nos devolverá a quienes verdaderamente somos será permanecer pacientemente en la quietud y la impotencia ante un enfermo querido. También aprender a movernos entre los pobres, no como curiosos turistas de esos que pagan para visitar las favelas, sino con corazón silenciado y humilde ante el dolor, como hermanos, como humanos sensibles.
“Tú no tienes nunca ni un poco de tiempo. Lo devoras atropelladamente fuera de ti. Eres inalcanzable para los tuyos. Nunca contemplas por las ventanas abiertas: ni la flor, ni el monte, ni el mar. Ni siquiera miras cómo ha crecido tu hijo mayor y cómo está de hermosa, casi una mujer, tu hija adolescente. Rompe tu cronómetro y ven a recibir humildemente tu penitencia: Vendrás a la orilla del arroyo a recoger una a una, lentamente, las piedras que redondeó el tiempo con tanta paciencia; y las volverás a colocar a cada una en su nido de agua, como algo delicado e importante... Cuando venga a pasar por allí un peregrino y te pregunte respetuosamente ‘qué estás haciendo, hermano’, tú le responderás: ‘estoy reparando el tiempo perdido, mi Señor’... Y volverás temprano a casa. Descolgarás el teléfono y dejarás sin encender el televisor. Mirarás uno a uno a tu esposa y a tus hijos, con la misma atención y delicadeza que empleaste con las piedras del arroyo. Entonces, descubrirás el color de los ojos de quienes te aman, y un resplandor de ternura escondida que tenían reservada para ti antes que existiera el tiempo. El Señor de los años, los meses y las horas, quiere darte su paz, que no tiene medida”.
Educar la paciencia, romper el cronómetro, abandonar el reloj de la productividad y la exigencia de rendimiento; la penitencia aquí es agacharnos, mirar y cuidar lo pequeño, realizar una tarea humilde y sin rédito alguno como esa de recoger piedritas. Reparar el tiempo perdido, ese que creíamos ganado “viviendo a mil”, para recibir la paz al apreciar los rostros amados, descubriéndolos nuevos, acogedores, perdonadores. Nos esperaban, nos estaban esperando con tiempo para ellos.
“¿Estás airado?... Estás siempre exigiendo que los demás fabriquen tu felicidad. Siempre agitado, andas reclamando por lo temprano o lo tarde; por lo caliente o lo frío; por lo rápido o lo lento… Eres punzón, espuela, látigo. El reposo de tu alma no lo has de encontrar por ese camino… Ven, acércate. La Humildad de corazón es el reposo que necesitas. Mírate a ti mismo con mayor bondad. Acéptate y aceptarás a los demás. Por tu penitencia: te mirarás al espejo todos los días, por la mañana y por la tarde, y te reirás de ti mismo, con humor temperado, hasta que desaparezca esa arruga vertical que hay en tu frente que te da aires de Jefe de préstamos de algún Banco internacional. ¿Sabes?... Eres más honesto y mejor persona que lo que tú crees; y el Señor lo sabe.”
Vivimos iracundos, airados, y salimos a la calle y nos encontramos con gente también crispada, dispuesta a gritar, a pelear… Acá la penitencia que Dios nos invita a realizar es más rara aún, se trata de mirarnos con los ojos de Dios, mirarnos con bondad y misericordia, redescubrir su amor incondicional. Eso nos purificará y hará realmente buenos.
Es la enseñanza que Dios nos hace a través del profeta Oseas y su experiencia: Dios no nos repudia ni condena, nos atrae una y otra vez hablándonos al corazón, pues Él lo conoce mejor que nadie, sabe que allí está su huella.
Ojalá estas pistas de Esteban Gumucio nos ayuden a vivir la Cuaresma con gozo y no como una trampa por la que hay que pasar o una farsa que nos sacudiremos apenas pase.
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