[Por: Carmiña Navia Velasco]
En las tradiciones espirituales el desierto ha sido identificado siempre como un ámbito de silencio, meditación profunda y encuentro con el fondo mismo de nuestro ser. En su horizonte último, una posibilidad de encuentro con la Divinidad que nos habita. En nuestra sociedades y ciudades actuales es difícil desear o encontrar el desierto. Las dinámicas que vivimos nos han hecho crear la absoluta necesidad de vivir “conectados”, entendiendo por ello: vivir pendientes de la última noticia y colgados de cualquier acontecer sea importante o anodino. Necesitamos aturdirnos con el exterior, escuchar el interior nos asusta. Esa conexión permanente no nos da tregua y el mundo en su desorden y en su caos se nos mete al corazón mismo de nuestro diario vivir…
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