07 de Marzo de 2025
[Por: Diego Pereira Ríos]
Este año 2025 celebramos los 100 años del nacimiento de uno de los más grandes teólogos latinoamericanos: Juan Luis Segundo, jesuita uruguayo, reconocido junto con Gustavo Gutiérrez como uno de los padres de la Teología de la liberación. Con una extensa obra y de un rigor científico reconocido, Segundo fue un teólogo comprometido con el hombre de su tiempo y realizó grandes esfuerzos intelectuales por comprender las preguntas de su época y confrontarla con el evangelio y las enseñanzas de la Iglesia. A pesar de las dificultades que le tocó enfrentar en las décadas del 60 y 70 por las dictaduras militares esparcidas por el continente, sumadas a las contras y “correcciones” realizadas por la Congregación de la Doctrina de la Fe que se oponía a la Teología de la liberación en auge tachándola de subversiva, Segundo nunca perdió la fuerza cuestionadora acerca de la misión de todo cristiano en la Iglesia y en el mundo. Con gran maestría logró indagar en lo que refiere a la doctrina y la jerarquía, pero, sobre todo, en este texto destacamos su colaboración a la reflexión necesaria formación y aporte de los laicos.
En su libro más conocido, Liberación de la teología de 1975, Segundo critica que, aún versando sobre contenidos que tienen que ver con la liberación que se buscaba en todos los niveles de la sociedad latinoamericana, la teología que se practicaba en su tiempo aún cargaba con los métodos tradicionales de reflexión teológica. En ello, el pensamiento realiza un movimiento descendente: a partir de los principios teológicos o doctrinales, se intentaba desglosar la enseñanza que la Iglesia tenía para los hombres y mujeres de su época. Al respecto Segundo denunciaba que todo intento teológico de denuncia fundado en los problemas reales que enfrentaba Latinoamérica, pasaba a ser un crimen político, lo que limitó la libre expresión religiosa de sus partidarios. Ante ello, también denuncia que las autoridades eclesiásticas que la apoyaron en 1968, en la Conferencia Episcopal de Medellín, procedieron a un vaciamiento del lenguaje librador, al utilizarlo de forma simplemente estética, tergiversando el verdadero sentido de la liberación. Por eso afirmaba que “tal vez haya llegado la hora de la epistemología, es decir, la de analizar, más que el contenido, el método mismo de la teología latinoamericana y su relación con la liberación”[1].
Por eso segundo insiste y demuestra una y otra vez en sus escritos, la interrelación y la mutua colaboración que se debe buscar en el vínculo de la teología con la filosofía y con las ciencias. Esto es algo que considero fundamental para una sana reflexión teológica que, aún hoy en pleno siglo XXI, muchos cristianos no entienden y por ello, no aceptan. Pero no refiero a los que desarrollan su labor teológica dentro de Academia, sino al cristiano de a pie, el que sigue aceptando la enseñanza clásica de la Iglesia sin más, y que, muchas veces, aunque quiere asumir el desafío de una formación teológica seria, no siempre puede por falta de tiempo o por los altos costos de las carreras. Muchos se han conformados con cursos de teología “rebajada” que continúan la mentalidad tradicionalista de la Iglesia. Decía Segundo: “la Iglesia no llegó a la convicción clara de que esto no es exactamente lo mismo que exhortar a los laicos a estudiar teología: se trata de algo más hondo […] menester que la Iglesia como comunidad de fe reflexione en lo que cree”[2] y cita GS 62 donde afirma “debe reconocerse a los fieles la justa libertad de investigación, de pensamiento y de hacer conocer humilde y valerosamente su manera de ver en los campos que son de su competencia”.
Baste estas líneas para insistir que los laicos necesitamos liberarnos, intelectual y pastoralmente, ya que no experimentamos aún libertad de expresión dentro de la Iglesia, por la dependencia y el miedo la jerarquía, y tampoco somos capaces de pensar por nosotros mismos. Llamarse hoy partidario de una teología que procure la liberación del ser humano, incluyendo de las cadenas que la institución aún nos coloca, es ser tachado de “comunista” por la gran mayoría de cristianos que ni siquiera saben qué es el comunismo. Necesitamos seguir trabajando por una liberación integral del ser humano que abarque lo político, lo ecológico, lo religioso, lo social e insistir en que la Iglesia debe seguir cambiando (Francisco ha hecho un poco), más que nada desde las bases, desde la gente común que busca a Dios con sincero corazón. No podemos permitir que se les siga dando respuestas espiritualistas a problemas reales que ponen en riesgo la vida. Decía Segundo que “El hombre no comprende sino lo que le afecta. Lo que cree que le hará mejor. Esto significa, entonces, que, en el revelar de Dios, la fe no llega después de que algo ha sido revelado. Es parte activa, indispensable, constitutiva, de la misma revelación”[3]. Esto quiere decir que si creemos en un Dios liberador como lo afirma la misma Palabra de Dios, eso tiene que ver con nosotros, con nuestra capacidad de inteligir la fe, y con la reflexión que surge desde una praxis liberadora. Esta era una de las esperanzas que tenía Juan Luis Segundo.
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