07 de Marzo de 2025
[Por: Juan José Tamayo-Acosta]
Montserrat Huguet, Historias rebeldes de mujeres burguesas (1790-1948), Biblioteca Nueva, Madrid, 2010, 254 páginas.
Con motivo del 8 de marzo, Día Internacional de las Mujeres, he vuelto a leer el magnífico libro de Montserrat Huguet que, publicado hace tres lustros, conserva la misma vigencia que cuando fue escrito. A mi me ha resultado tan sugerente como la primera vez que lo leí. Es lo que ha motivado estas reflexiones esperando que motiven su lectura.
“La historia siempre tenido ese punto chic que atrae a los nostálgicos y incluso deleita a los ociosos”. Esta afirmación de la autora, la prestigiosa historiadora Montserrat Huguet, profesora de Historia Contemporánea de la Universidad Carlos III de Madrid, no se reconoce en el presente libro, que es un inteligente ejercicio heterodoxo de historia, en el que, a diferencia de buena parte de sus colegas, se interna en obras de ficción y escrituras no históricas, así como en el lenguaje del lenguaje del cine, de la publicidad y de la fotografía, y tiene un peso muy importante la literatura para recuperar la memoria de la rebeldía de mujeres entre finales del siglo XVIII y mediados del siglo XIX que pertenecieron a clases privilegiadas, tuvieron un importante protagonismo en las transformaciones culturales, sociales, políticas y religiosas en los tiempos que les tocó vivir, y supieron compaginar discreción y rebeldía.
Fue en la retaguardia amable del cambio histórico, matiza Montserrat Huguet, donde mejor se aposentaron dichas mujeres, a quienes se les negaba la ciudadanía, se les vetaba la actividad política y, por toda visibilidad, se las orientaba hacia la caridad en orfanatos, hospitales, residencias de personas menesterosas, como forma de ejercer la función social al servicio de la sociedad. Es lo que Huguet llama “la retaguardia asistencial del cambio” (p. 60).
Huguet mantiene a lo largo de toda la obra una bien serena y calculada articulación entre personajes de ficción y figuras históricas, entre mujeres filósofas, artistas, escritoras, políticas, etc. Todas ellas, sean creación literaria o personas de carne y hueso tienen un elemento en común, que la autora explicita a través de una hermenéutica histórico-literaria: son inconformistas, se rebelan pacíficamente, pero de forma activa contra el orden patriarcal y la domesticación e invisibilización a que dicho orden las somete. Olympia de Gouges, y Claire Lacombe, la Marianne francesa, Ana Karenina y Madame Bovary, Mary Shelley, autora de Frankestein y esposa del poeta Shelley, ejemplo de fusión y emoción, Concepción Arenal, las tres hermanas Smith de Conecticut pidiendo el voto para las mujeres, clubs y asociaciones de mujeres, (p. 58). Cada una desde su lugar, sin apenas visibilidad, pero rompiendo los moldes establecidos, primero de lo que el imaginario masculino esperaba de ellas, después de la organización social que las recluía en la estrecho límites de la casa.
En ese tan sugerente juego histórico-literaria entre la fantasia y la realidad –donde radica la originalidad de la obra-, me ha resultado especialmente lúcida la cita de las palabras de la rata Firmin, del libro de Sam Savage Firmin. Aventuras de una alimaña urbana: “Mis muchas lecturas habían disipado cualquier duda al respecto: además de todas esas multitudes de sádicos, malvados, psicópatas y envenenadores, la especie dominante también podría enorgullecerse de verdaderos ejemplos de amabilidad y comprensión, y la mayor parte de estos ejemplos eran mujeres (subrayado mío). ¿Quién lo iba a decir? Una rata interfiriéndose en el debate de los historiadores y los filósofos de la Modernidad defendiendo a las mujeres de los infundados y frívolos juicios sobre ellas y poniéndolas como ejemplo de amabilidad y comprensión. ¿Será capaz la rata de contrarrestar el silencio o, peor, la mala opinión de los historiadores sobre las mujeres?
La mayoría de las declaraciones de derechos humanos se interrumpían al llegar a las mujeres, constata Huguet. Y si osaban reivindicar legítimamente el ejercicio de dichos derechos y los logros políticos de las revoluciones, por coherencia con la universalidad de la razón, defendida tan ampulosa como vaciamente por la Ilustración, terminaban en la cárcel o en el patíbulo, como les sucedió durante la Revolución Francesa a Claire Lacombe y a Olympia de Gouges respectivamente, acusadas de intrigar contra los girondinos y a favor de la cusa aristocrática (p. 35). A las mujeres se les prohibía expresamente el uso de los símbolos revolucionarios. Sobre ellas recaían represiones, condenas, y encarcelamientos dictados por los propios revolucionarios, que las acusaban de contrarrevolucionarias y de querer ejercer la función de hombres de Estado (p. 35).
Las leyes francesas durante el primer tercio del siglo XIX consideraban a las mujeres esposas del ciudadano X, les exigían obediencia al marido que les asignaba el lugar a ocupar el papel a jugar en la vida. Un ejemplo entre muchos: el Código Napoleónico de 1804 entendía el matrimonio como contrato que obligaba a la mujer a obedecer el marido y a éste a proteger a la mujer. Ya antes, la Convención de 1895 había establecido que las mujeres no estaban facultadas para asistir a las asambleas públicas (p. 37).
Con estos y otros ejemplos irrebatibles, el libro va desenmascarando, página tras página, las contradicciones de la Ilustración filosófica y de las Revoluciones políticas, quienes proclamaban la igualdad de derechos en sus declaraciones y practicaban la discriminación en todos los terrenos de la vida. Y, con pequeños matices, en esas seguimos estando hoy, sin haber logrado la síntesis. Pero ese un juicio mío que sale del marco histórico de estudio de este libro, aunque, por su coherente hilo argumental, creo que puede ser compartido por la historiadora Montserrat Huguet.
La obra ofrece claves fundamentales para una lectura de la historia, de la literatura, del cine, de la publicidad y de otros lenguajes alternativos desde la perspectiva de género. Estamos ante otra mirada de la historia, que no cae en explicaciones simplistas ni en interpretaciones escolares, sino que mantiene la complejidad de la historia.
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