09 de Febrero de 2025
[Publicado en: Religión Digital]
La esperanza no puede ser confinada a un mero estado interior de tranquilidad, ni a una promesa de un más allá. Es un dinamismo que se encarna en la historia, brotando desde las relaciones y humanizando los vínculos que nos entretejen. No es simplemente un don de Dios. Es Dios mismo quien se dona a la humanidad como el «Dios de la esperanza» (Rom 15,13), irrumpiendo en nuestra realidad para revelarse en el rostro del otro y hacer que brote vida allí donde parece improbable…
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