18 de Enero de 2025
[Por: Juan José Tamayo]
La teo-poética de la liberación no es propiamente una corriente dentro de la Teología de la liberación, sino un nuevo género literario que expresa los contenidos utópico-liberadores a ritmo de poesía. Uno de sus mejores representantes es Pedro Casaldàliga, cuya obra poética está recogida en la magnífica Antología poética, editada por un equipo formado por José María Concepción, Eduardo Lallana, Benjamín Forcano y José Picot, a quienes felicito por tamaño trabajo editorial realizado con una investigación rigurosa, fidelidad a los textos, exquisitez literaria y lealtad al poeta. Gracias, queridos amigos. La siguiente reflexión, que no puedo hacer presencialmente por estar afectado de una fuerte gripe que me impide hablar, es una reflexión sobre Pedro Casaldáliga, poesía encarnada en la revolución, a través de algunos de los poemas de mayor creatividad, radicalidad y coherencia.
Pedro Casaldáliga cultivó la poesía desde su juventud y puedo afirmar, sin incurrir en desmesura verbal, que es uno de los más importantes poetas hispano-latinoamericanos del siglo XX junto con Ernesto Cardenal, aunque en España no es reconocido como tal, lo que me parece una injusticia literaria que la Antología poética que ahora estamos presentando espero pueda reparar.
No es un simple versificador de Corte, que cante las excelencias de los poderosos, legitime el orden establecido, al que define como desorden impuesto, o contemporice con el Sistema neoliberal; todo lo contrario, define el neoliberalismo como la gran blasfemia del siglo XX. Tampoco se queda en palabrería vacía, cada palabra suya es un aguijón en el corazón mismo de los poderes, de todos los poderes: políticos, económicos y religiosos. Sus poemas provocan revoluciones en la Iglesia y en la sociedad, en Brasil, América Latina, el mundo entero.
Casaldáliga nunca se instaló cómodamente en la realidad, ni se contentó con la realidad tal como era, sino que preguntó cómo debía ser -momento ético- y buscó siempre su transformación -momento de la praxis-. Sus poemas desestabilizan, despiertan las conciencias adormecidas, quiebran los cráneos endurecidos, revolucionan las mentes instaladas, intranquilizan y provocan insatisfacción en sus lectores y lecturas. Son actitudes que llevó a cabo también con su vida.
Nunca perdió la lucidez intelectual en clave poética que cultivó día a día y, cuando su “hermano parkison” ya no le permitía articular palabra, expresaba su “ternura” con gestos fraterno-sororales y en el silencio meditativo y orante.
Canta a los revolucionarios latinoamericanos: Augusto César Sandino, Carlos Fonseca Amador, Che Guevara, Fidel Castro; a los obispos mártires: dedicó varios poemas a Monseñor Romero, arzobispo de San Salvador, asesinado por los Escuadrones de la Muerte, y lo canoniza como San Romero de América, y a Enrique Angelelli, obispo argentino también asesinado durante la dictadura argentina; a los teólogos de la liberación Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff y Ernesto Cardenal. Canta a los místicos Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz con un lenguaje místico y de gran finura literaria como corresponde a su estética poética.
Su afilada flecha poética pacifista se dirige a figuras de la política que han traicionado al pueblo y lo han utilizado como peana para erigir su busto malversando las esperanzas de los pobres de una vida mejor y destruyendo sus sueños de otro mundo posible. Emblemática me parece a este respecto la “Oda a Reagan”, que me recuerda la “Oda a Roosevelt” de Rubén Darío, poema VIII del libro Cantos de vida y esperanza. La “Oda” comienza con la excomunión del presidente imperialista de los Estados Unidos:
“Te excomulgan conmigo los poetas, los niños, los pobres de la tierra”. Y termina declarándole el último emperador sin sucesión: “Yo juro por la sangre de su Hijo,/ que otro Imperio mató/ y juro por la sangre de América Latina/-preñada de aurora hoy- que tú serás el último (grosero) emperador”.
“Es hora de enfrentar al nuevo Imperio/ “con la púrpura antigua de la pasión”, afirma. Pero no se queda en el desafío poético, sino que lo combate pacíficamente con la denuncia, la protesta, la defensa de los revolucionarios antiimperialistas y la propuesta del reino de Dios como alternativa al Imperio y a su emperador más antipopular: “Cristianamente hablando -afirma-, la consigna es muy clara (y muy exigente), y Jesús de Nazaret nos la ha dado: contra la política opresora de cualquier imperio, la política liberadora del Reino. Ese Reino del Dios vivo, que es de los pobres y de todos aquellos y aquellas que tienen hambre y sed de justicia. Contra la ‘agenda’ del imperio, la ‘agenda’ del Reino”.
Su espiritualidad en el seguimiento de Jesús de Nazaret, el primer mártir del cristianismo, se conformó acorde con esta actitud. No fue meliflua, devocional, apagada, conformista, recluida en una fe individualista y evasiva de la realidad, ni sometida al Imperio, sino anti-imperial, anti-colonial, contra-hegemónica, a favor de la independencia de los pueblos y contra toda esclavitud. Con esa espiritualidad, no postrada de hinojos, sino arraigada en la tierra, cual David contra Goliat, desnudó a los Imperios, que, por muy poderosos que se crean y aparenten ser, tienen los pies de barro.
Fue una espiritualidad anti-neoliberal, que llamó la atención sobre las tres tentaciones que acechan en la hora neoliberal de “noche oscura de los pobres y de las personas aliadas con ellos: la renuncia a la memoria y a la historia, la renuncia a la cruz y a la militancia y la renuncia y la renuncia a la esperanza y a la utopía”. Esa noche oscura de la era neoliberal la que estamos viviendo hoy y, tras la muerte de Casaldáliga, se ha radicalizado y se radicalizará todavía más con el triunfo de Donald Trump y su gobierno tecnoplutócrata.
La espiritualidad de Pedro fue poética y políticamente subversiva, como lo fue su propia persona. Misionero al servicio de la liberación, revolucionario internacionalista, creyente evangélico, defensor de las causas perdidas, de las causas de las mujeres, de los máryires, de las comunidades indígenas, afrodescendientes, poeta, obrero de la utopía, obispo en rebeldía e insurrección evangélica, místico con los pies en la tierra, testigo de la trascendencia en la inmanencia histórica, des-colonizador, des-evangelizador de la falsa evangelización colonial la liberación, él mismo se define como subversivo en el poema “Canción de la hoz y el haz”:
“Con un callo por anillo,/ monseñor cortaba arroz./ Monseñor ‘martillo y hoz.’/ Me llamarán subversivo,/ Yo les diré: lo soy./ Por mi pueblo en lucha, vivo,/ Tengo fe de guerrillero/ y amor de revolución./ Y entre Evangelio y canción/ sufro y hago lo que quiero”. Se autocalifica de “guerrillero de Mundo, de la Iglesia y de mí mismo”, “ciudadano de todo y extranjero”.
El poeta catalán-brasileño no se reconoce como teólogo, pero lo es, aunque con otro modo de pensar y de decir, más parecido al lenguaje con que comenzó la teología cristiana en la voz del Nazareno, que al empleado por los profesionales del discurso sobre Dios en los tratados teológicos. Un teólogo que no utiliza el lenguaje dogmático porque sabe muy bien que en el principio fue el Evangelio y no el dogma. Recurre a la parábola, al símbolo, que es el lenguaje propio de las religiones; a la narración y a la poesía, que le permiten expresar los sentimientos, la “fraternura”. Es el teólogo siempre presto a dar razón de la fe-esperanza y de las razones de los pobres. Y lo hace no por medio de largas cadenas de argumentos, sino con un lenguaje que brota de la experiencia, del sufrimiento de los condenados de la tierra.
Uno de sus poemarios de mayor densidad teológica y creatividad literaria es Sonetos neobíblicos, prologados por el José Mª Valverde, quien, tras preguntarse si estos poemas son “teología de la liberación”, afirma que con ellos nos liberamos, más bien, de la “teo-logía”, entendida como conceptualizacón de lo inefable, y nos arrimamos directamente a la voz de la Biblia, oída y leída desde una lectura evangélica (Casaldàliga, 1996, 10).
En estos sonetos presenta una imagen de Dios muy alejada de los atributos que le aplicaban la vieja teodicea y la apologética clásica –omnipotencia, omnisciencia, omnipresencia, providencia- que, por salvar a Dios de las críticas de sus adversarios, pasaban de largo ante el sufrimiento humano, como los amigos del jeque idumeo Job. Como Job, se atreve a interpelar a Dios, a preguntarle por qué calla, por qué nos ha abandonado:
“Los muertos piden paz inútilmente:/ somos hijos y padres de la guerra./ Piden en vano credencial de gente/ los muchos condenados de la tierra./ Moloc yergue su altar y su pantalla/ sojuzgando señor del mundo entero./ Calla, de miedo, la verdad. Y calla/ degollado el amor, como un cordero./ Y tú, ¿no dices nada?, ¿no te enteras?,/ ¿pides más cruz aún?, ¿más sangre esperas?,/ ¿no sabes imponerte, Amor frustrado?/ Qué más le exiges a la pobre fe?/ ¡Dios mío y nuestro de Jesús: por qué una vez más nos has abandonado?!” (Casaldàliga, 1996, 57).
Jesús de Nazaret no es el Dios glorioso colocado a la derecha del Padre como señor feudal del cosmos y juez de la historia, sino “igual, mejor, mayor que el Cristianismo/ Cosechador de riesgos y de dudas,/ debelador de todos los poderes,/ Tu carne y Tu verdad en cruz desnudas,/contradicción y paz, ¡eres quien eres!/ Jesús de Nazaret, hijo y hermano,/ viviente en Dios y pan en nuestra mano,/ camino y compañero de jornada,/ Libertador total de nuestras vidas/ que vienes, junto al mar, con la alborada,/ las brasas y las llagas encendidas” (Casaldàliga, 1996, 35).
Casaldàliga dirige una mirada compasiva hacia personas que en el imaginario colectivo ya han sido juzgadas y condenadas: Caín, Judas… En el caso de Caín invierte la pregunta de Dios: “¡Quizá sea un Caín, pero es humano, / y por él Dios, celoso, nos pregunta:/ Abel, Abel, ¿qué has hecho de tu hermano?” (Casaldàliga, 1996, 15). Lejos de condenar a Judas, le llama “hermano, compañero de miedos, de codicias, de traición” y afirma que “no fue mayor que el nuestro tu pecado, / traficantes también de sangre humana”.
Termino ya. Casaldàliga es maestro del bien decir y esteta de la palabra “encarnada” en la revolución. Juega con el lenguaje que en sus versos se torna canción. La palabra es su verdadero hogar; la poesía, su gran pasión. A través de ella expresa la estética de la existencia, de la vida, de la fe, y desvela la belleza del mundo, pero también sus miserias, las dichas de los humanos, pero también sus desdichas, las esperanzas de los pobres, pero también su indignación y su protesta; alivia los sufrimientos, pero sin recurrir a bálsamos engañosos sino al ungüento de la com-pasión y de la com-pañía, de la solidaridad y de la solicitud, de la ternura y de la protesta. Ética y estética son inseparables en su poesía, que se convierte en palabra-en-esperanza, palabra-en-acción, palabra-para-el-camino, voz-de-las-voces-silenciadas, razón-de-los-vencidos, bálsamo-para-las-heridas, grito contra la injusticia. Su poesía no llama a la resignación ante la desdicha, ni a la humillación ante los pdoerosos, sino a la rebelión.
La teo-poética de la liberación de Pedro se caracteriza por la correcta articulación entre bien decir y bien actuar, bien ser y bien estar, poesía y revolución, mística y liberación, imaginación y praxis, utopía y la sabiduría, la creación literaria y la militancia, el símbolo y el relato, la voz y la escritura, oración y lucha, silencio y palabra, denuncia profética y susurro, compromiso y contemplación, soledad y solidaridad, privacidad y espacio público, vivencia personal y la con-vivencia, crítica y autocrítica.
El lenguaje es la casa del ser, decía Heidegger. La poesía es el hogar donde habitó Pedro Casaldáliga, que re-escribió los textos bíblicos en lenguaje poético y sapiencial.
A Pedro Casaldáliga le es aplicable el verso de José Martí: “Con los pobres de la tierra mi suerte yo quiero echar”.
Ignacio Ellacuría dijo: “Con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador”. Yo me atrevo a afirmar con mis amigos Mari Pepa, José María, Benjamín y Eduardo, que convivieron con él en el día a día: “CON PEDRO CASALDÁLIGA DIOS PASÓ POR BRASIL Y CON SU POESÍA LA PALABRA DE DIOS SE ENCARNÓ ENTRE LOS POBRES DE LA TIERRA.
Juan José Tamayo/teólogo de la liberación/profesor emérito honorífico de la universidad Carlos III de Madrid/ autor DE CRISTIANISMO RADICAL, que aparecerá en la editorial Trotta a finales de enero.
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