26 de Enero de 2025
[Por: Rosa Ramos]
“Sueñito soñaba anoche…
Vamos el enamorado,
que la hora ya es cumplida”
(El enamorado y la muerte)
Estas reflexiones surgen a partir de una película estrenada en Cannes “La quimera”, que hoy está en las carteleras de cine de muchos países. No haré un comentario profesional, no soy crítica de cine, más bien lo hago desde los ecos y preguntas que despertó en mí.
“La quimera” es una muy buena y bella película. Exige paciencia, entrar a otro mundo, a otro lenguaje y sintonizar con los personajes, la historia y lo que sugiere; dejar que la película, desde lo visual, lo sonoro, con su estética particular toque fibras propias. A mí me las tocó.
Me encantó el protagonista. Arthur es un inglés que vive en Italia con su cruz, su obsesión, su fidelidad, su búsqueda constante, apoyado en su don y en su historia, además de sus estudios de arqueología. Busca tesoros materiales, pero también intangibles, tesoros que “no son para ser vistos por la mirada humana”, como le dice Italia. Arthur profana tumbas junto con una banda, pero es un admirador de la belleza y un buscador -desasosegado, atormentado- de algo más, de profundidades y no sólo bajo tierra.
Arthur vive una lucha interior entre sus demonios o entre Eros y Thanatos. Gana Thanatos, pese a que Eros le regala una nueva oportunidad, volviendo a enamorarse de otra mujer: Italia, real, tan pobre como inteligente y valiosa. El amor imposible o cortado a destiempo por la muerte de Bienamina lo atrae de modo fatal a una búsqueda del encuentro que acaba de forma previsible.
El personaje en su figura poco agraciada, en su pobreza de casucha de chapas contra un muro en un pueblo mítico de la bella Toscana, en su frío que va más allá de la temperatura del invierno, en sus ropas atemporales y sus zapatos viejísimos, casi siempre embarrados, es un hombre íntegro, digno, fiel a sí mismo y a aquel amor perdido. Un amor que lo hace ser el mejor amigo de su suegra, una anciana que aún espera el regreso de su hija -de algún viaje-, que no admite su muerte y que lo quiere entrañablemente, quizá porque ambos tienen la misma quimera: volver a verla.
La película muestra con fuertes contrastes las clases sociales de esa Italia tan rica como longeva en su historia. Los pobres son tan pobres como en cualquier país de América Latina o del tercer mundo, siempre hacen el trabajo sucio, siempre son estafados, engañados y explotados de modo cruel, a veces visiblemente y muchas amparados en las sombras. Recién al final se ve quién es Espartaco, “il capo” de la verdadera mafia, que sin duda no lo es esa banda de pobres que tiene la quimera de encontrar un tesoro oculto en las viejas tumbas para salir de la miseria.
Como en todas partes del mundo, los pobres bromean, ríen, se divierten, maquillan su pobreza para el carnaval, bailan y beben. Se buscan y se unen por amistad y por interés, en una mezcla acaso inseparable, humana, demasiado humana, que a ratos deja ver el rayo de luz divina que los habita.
Hay escenas bellísimas, poéticas, que elevan y abren rendijas al misterio humano, como el encuentro de Arthur con su suegra, tan esperado por ambos, tan tierno. Una ternura expresada en caricias, miradas y hasta en las coloridas medias, que la cámara enfoca como estela del encuentro, en los pies de la mujer: regalo no comprado de Arthur.
En ese encuentro se da otro, el de Arthur e Italia. Ella lo mira con arrobamiento desde el primer momento, quizá porque la anciana hablaba de él continuamente en su espera, o quizá por ese aspecto tan frágil del hombre que la conmueve, porque ella es madre también. Ese encuentro crece en miradas, lenguaje de gestos, y secretos compartidos: el hombre descubre que Italia cría escondidos a sus dos hijos, uno bebé, debajo de una cama en otra habitación. Allí Arthur empieza a admirar a esa mujer que supuestamente aprende canto con su suegra, cuando en realidad es su sirvienta sin paga. No es que su suegra esté en la abundancia, vive en una vieja mansión que se llueve por todas partes, pero que no abandona porque alguien ha de esperar a la hija cuando regrese. Otra escena que “enamora” a Arthur de Italia es cuando la ve bailar y divertirse, ya sabiendo de su precaria situación y cómo se las ingenia para mantener a sus hijos en incógnito.
Italia es la coprotagonista (porque Bienamina, el gran amor de Arthur, sólo aparece en sus ensoñaciones) encantadora y de profundos valores. Nada deja ver la película de su pasado, salvo cuando habla de su tierra y vegetación, sin decir cuál es, o al final cuando se la oye hablar en portugués; es una migrante, sus hijos son de padres diferentes, se ve claro por sus rasgos. No sabemos siquiera su nombre original, probablemente adoptó el de Italia al llegar a esa tierra a trabajar, también ella es una buscadora. Buscadora y gran observadora de la realidad, en la que está anclada, así como al mundo de los vivos; a diferencia de Arthur que vive entre dos mundos, porque la quimera -o su Thanatos- lo atrae fatalmente.
Quimera, amor, muerte, simbolizados en un hilo rojo, una lana roja, que aparece una y otra vez atrayéndolo, junto a un rayo de luz, que lo despierta, ¿o lo adormece? Hilo rojo y rayo de sol, para el protagonista son a la vez Eros -amor idealizado y vida- y Thanatos, - muerte y/o trascendencia a otro plano. ¿Habrá pensado la directora en el mito de la caverna de Platón y en el llamado amor platónico?
En tanto la vida y el amor real están presentes en los ojos y todo el rostro tan expresivo de Italia, en su modo de vestir no convencional pero hermoso, vital, en el cuidado de sus hijos y finalmente en el proyecto de mutua ayuda y gestión en el que se embarca con otras mujeres y sus hijos. A propósito, también el film deja ver esa realidad del machismo y de mujeres pobres, solas con sus hijos. Es enternecedora la escena sororal de esa vida comunitaria de mujeres y niños en la vieja estación de ferrocarril abandonada, “que no es de nadie: es de todos”. Allí estaban el amor y la realidad posible atrayendo a Arthur, pero él se va silenciosamente tras su quimera-pulsión…
Las escenas de las excavaciones se llevan gran tiempo en la película, pero hay instantes que son un poema, o una pintura tan bella como desesperada de Van Gogh: Arthur caminando a toda prisa, entre girasoles, recortada su figura escuálida en el cielo. Otra imagen poética queda en la retina del espectador: su contemplación plena de ternura y misericordia de la cabeza de escultura, antes de “salvarla” de los mercaderes. Sin dejar pasar su rostro iluminado por la luz en la escena final.
Algunas preguntas que me dejó la película: ¿Cómo vivimos o qué nos mueve cada día? ¿Será que muchos viven la realidad al ras, sin ilusiones? ¿Será que otros viven de quimeras, de sueños que los elevan o los degradan? ¿Cuáles son las quimeras que más atraen a los humanos?, ¿un absoluto metafísico, un amor ideal, una familia perfecta, un sueño de éxito de tapa de revista, o “salir de la pobreza” con un golpe de suerte? ¿O será que muchos viven y mueren literalmente zarandeados por pulsiones incontrolables? Para Sigmund Freud la energía que nos mueve en un sentido o en otro, generalmente en lucha perpetua, está dada por las pulsiones de vida y amor: “Eros” y de muerte y destrucción: “Thanatos”.
Sin desconocer estas fuerzas, los cristianos creemos que contamos con la luz y la fuerza de un Espíritu que, en forma inmanente nos anima desde dentro y en forma trascendente nos atrae desde el mundo-historia. A su vez creemos que ganando en conciencia y libertad podemos discernir, elegir la vida y hacia dónde dirigir nuestras energías, inteligencia y corazón, para lanzarnos a la acción que no sea meramente perseguir quimeras, sino el buen vivir, o la vida en abundancia para todos. ¿Cómo estar atentos a ese Espíritu? ¿Cómo cultivar hoy la conciencia y la libertad?
Imagen: https://noescinetodoloquereluce.com/2023/10/critica-de-la-quimera-review.html
©2017 Amerindia - Todos los derechos reservados.