12 de Enero de 2025
[Por: Juan Manuel Hurtado López]
La sociedad contemporánea, llevada por la razón técnica, científica, del lenguaje digital, oprime botones casi automáticamente, queriendo abarcar toda la realidad pero sin comprenderla; poco se queda abismada contemplando un atardecer de fuego sin contar los minutos que pasen. Se queda en “lo exterior” del nombre, pero no llega al espíritu de las cosas.
Hemos perdido nuestra capacidad de asombro. Esa fascinación que vemos en los niños pequeños cuando ven rodar una pelota, o miran un animal doméstico o tocan con sus manitas un cubo de papel. En sus ojos maravillados descubrimos el asombro que sienten y que nos transmiten.
Es la experiencia de los niños que “como las criaturas de las fábulas, saben perfectamente que para ser felices es preciso tener de su lado al genio de la botella, tener en casa al asno caga monedas o la gallina de los huevos de oro” [1].
La reflexión que aquí planteo no tiene nada que ver con un espectáculo, con un artista o con un evento deportivo. Se trata de la cuestión del ser, es una cuestión ontológica. Y esta cuestión nace, se plantea y se resuelve en el lenguaje, afirma Walter Benjamín. El lenguaje consiste en nombrar las cosas, en llamarlas, dice él. Ni siquiera es la comunicación o la mera información.
En un escrito de 1916 Walter Benjamín aborda la cuestión y hace muchos cuestionamientos.
La tarea de toda teoría del lenguaje…no es otra que permanecer sobre el abismo[2].
El ser espiritual de una cosa consiste en su lenguaje. Éste es el gran abismo en el que toda teoría del lenguaje amenaza caer. Y la tarea de la teoría del lenguaje es mantenerse sobre él suspendida.
El ser lingüístico del hombre está en que éste da nombre a las cosas.
El lenguaje es el nombre (Sprache ist Name). Como cuando en la Biblia Dios hace que comparezcan ante Adán a los animales para que les ponga nombre. Por el lenguaje ellos existen. Existen por el lenguaje que los nombra. Así como al principio al pronunciar Dios la Palabra, hace que existan todos los seres.
Lo mismo pasa en el mito babilónico del Enuma Elish. Nombrar con la palabra es lo mismo que hacer existir: “Cuando en lo alto el cielo no había sido nombrado, no había sido llamada con un nombre abajo la tierra firme”. Hasta que son nombradas, las cosas existen. Captar esto es asombrarse, es estar sobre el abismo, es llegar a la esencia del lenguaje.
Pero hay algo en el lenguaje que no se ve, que no aparece, pero existe. Y aquí está la capacidad de asombro que sólo la mística, la poesía descubren. Es volver al asombro de los niños cuando juegan, que van de asombro en asombro.
Cuando queremos explicar qué es esto, se acaba el asombro, la fascinación. Asombrarse es mantenerse sobre el abismo que media entre el nombre pronunciado y lo que queda oculto, pero está. El nombre de una flor, o un atardecer evoca una realidad que se trasciende a sí misma. Saber permanecer sobre el abismo en un equilibrio casi imposible, hace que se puedan unir el nombre y el ser espiritual de las cosas.
Y esta capacidad de asombro debe permanecer siempre en el ser humano al nombrar las cosas o verlas. El hombre y la mujer son los únicos seres dotados de lenguaje, de la capacidad de “nombrar” las cosas y aquí hay una recreación. Una flor, un atardecer, una cascada, el titilar de las estrellas, una sonrisa, son motivo suficiente para recuperar nuestra capacidad de asombro.
Las religiones con sus símbolos, la poesía con sus versos y metáforas y las obras de arte pueden despertar en nosotros el espíritu de las cosas.
Imagen: https://www.hola.com/padres/20230929351046/beneficios-origami-ninos/
[1] G. Agamben, Magia y felicidad en Profanaciones, Tr.F. Costa y E. Castro Adriana Hidalgo, Buenos Aires 2005, P. 2, en: WALTER BENJAMIN, Fragmentos de una voz sin nombre de Emiliano Mendoza Solís, UNAM, El Colegio de San Luis, Ciudad de México, 2023.
[2] BENJAMIN, Walter, escrito de 1916. En WALTER BENJAMIN, Fragmentos de una voz sin nombre de Emiliano Mendoza Solís, UNAM, El Colegio de San Luis, Ciudad de México, 2023.
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