12 de Enero de 2025
[Por: Rosa Ramos]
“A donde vayas tú, iré yo; y donde vivas tú, viviré yo.
Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios”
Rut 1, 16
Ofrezco hoy una reflexión acerca del desarrollo de la subjetividad a partir de tres mujeres de la Biblia: Noemí, Orfa y Rut, que aceptaron la realidad dura que les tocaba vivir y desde allí crecieron en libertad para decidir.
El pequeño y conocido libro de Rut, de tan sólo cuatro capítulos, ofrece un relato ubicado en el período de los Jueces, que, aclaro por si acaso, puede resultar muy extraño a nuestras leyes y costumbres. Asimismo, señalo que no haré un análisis bíblico ni me referiré al propósito que los exégetas atribuyen al relato; con libertad tomaré las actitudes de las tres mujeres en el capítulo 1, como expresión de la emergencia del sujeto. Para este propósito tendré en cuenta el planteo del filósofo y pedagogo uruguayo José Luis Rebellato (1946-1999) en su Ética de la Liberación.
Las protagonistas del relato son Noemí y sus dos nueras moabitas, Orfa y Rut, tres mujeres viudas, indefensas, vulnerables, en aquel contexto. Noemí decide volver a su tierra. A su vez las nueras decidirán qué hacer. Esta es la clave: la decisión libre -que en diálogo y en camino- toman las mujeres dan cuenta de procesos bien interesantes. Recordemos que las mujeres en aquellos tiempos no tenían voluntad propia, no eran percibidas ni se reconocían a sí mismas como sujetos.
Sus vidas siempre dependían de las decisiones de otros y acababan las mismas (que podía ser a los cuarenta o cincuenta años, ya “ancianas”) sin haber dicho jamás “yo pienso, yo les propongo”, “yo voy a hacer tal o cual cosa”, mucho menos “yo no quiero…”, el “sí” no era siquiera pronunciado, se obedecía sin más, y el “no” era imposible para una mujer, no entraba en aquella cultura.
Noemí decide no quedarse en tierra extranjera y volver a la propia. Podemos suponer que hubo rumia, reflexión, tras el dolor, la decepción, la rabia ante su suerte, enviudar primero y después perder a sus hijos sin que dejaran descendencia, algo tan necesario y valorado para los judíos. Esa decisión de Noemí la pone en camino y con ella a sus nueras Orfa y Rut; no sería un camino fácil, ni había a la vista un futuro promisorio para ninguna de las tres. Como sabemos la suegra les da la libertad, les propone que se queden en su tierra, que se vuelvan a casar (esa era la única seguridad posible en ese entonces). Ellas no quieren dejarla, caminan juntas un trecho, cuando Noemí les insiste en volver con los suyos, los moabitas, Orfa decide hacerlo y Rut seguir junto a Noemí, pronunciando la famosa afirmación-declaración con la que iniciamos este artículo.
La narración bíblica nada dice de lo sucedido a Orfa, continúa con la aventura de las otras mujeres, y tiene -en los términos culturales de la época- un final feliz: Rut acaba concibiendo con Booz al abuelo de David y así entra en la genealogía de Jesús según Mateo. Nos encontramos con una historia singular en que emerge en ellas el “yo”, un “yo” que toma decisiones, que elige, que arriesga y asume las consecuencias de la decisión. El relato toma como modelo de fidelidad a Rut y se desentiende de Orfa, sin embargo, a mi juicio las tres mujeres desde su vulnerabilidad han crecido en autoconciencia y toman decisiones libres, con madurez responsable. El de ellas no es un “yo” infantil y caprichoso, no es un “ego” inflado de triunfos, es un sujeto frágil a estrenar.
Como señala José Luis Rebellato ser sujeto es poder elegir, y no en solitario sino en diálogo, pero pudiendo ser autónomo y no heterónomo (siguiendo reglas impuestas); muchas veces ser sujeto es ir a contracorriente y asumir los riesgos de la elección. Por eso podemos decir que en estas mujeres aparece el sujeto, revelando una dignidad que asimismo emerge en ese diálogo y en ese caminar juntas. Rebellato plantea un concepto de dignidad dinámico, no previo y estático, que se descubre y construye en relación: “Ser dignos es exigir el reconocimiento como sujetos, reencontrarse consigo mismo, confiar en nuestras propias capacidades y potencialidades de vivir y de luchar”.
Si este planteo fuese bíblico-exegético podríamos relacionar la opción de Noemí con la del hijo que al verse “en la mala” piensa y decide: “me levantaré e iré a casa de mi Padre” (Lc.15, 18) y la decisión de Rut con la de los discípulos de no abandonar a Jesús “¿A quién iremos?” (Jn. 6, 68). Pero la reflexión de hoy quiere aterrizar en el presente de muchas personas que han de asumir su realidad, por dura que sea, y desde ahí crecer para dar una respuesta vital, genuina y generosa.
El primer paso es tomar conciencia y aceptar la realidad. Ese paso es doloroso, supone tocar la herida, ver la propia fragilidad, reconocerse en duelo por una pérdida irreparable(como se vieron las tres mujeres del relato bíblico, sin marido, sin hijos, sin mentor). Es preciso nombrar la realidad objetiva y lo que provoca interiormente. ¿Cuál es la pérdida?, ¿cuál es la dimensión personal y única de esta pérdida o fracaso? ¿por qué me afecta tanto? ¿en qué otras fragilidades y carencias antiguas resuena? ¿qué merma de mí misma, qué es lo que realmente he perdido? ¿qué imagen mía tira por tierra? ¿podré levantarme de esta caída, seguir viviendo, amando, dándome?... Si fuéramos a la Biblia tendríamos tantísimos ejemplos de toma de conciencia de la propia realidad dolorosa.
En una vida de fe, se trata de preguntas que nos atrevemos a pronunciar en la oración desnuda. Pero, con o sin fe religiosa, estas preguntas son posibles gracias al diálogo honesto con otras personas que nos hacen de espejos y nos interpelan para ayudarnos a llegar a nuestra verdad más honda. Ser sujeto es una empresa comunitaria, precisamente para elegir con libertad será necesario compartir historias, miradas, preguntas, anhelos… descubrir nuestras sombras y nuestra luz peculiar entre las otras, para poder encontrar o reencontrar, tras una gran caída, nuestro lugar en el mundo.
Sólo desde la realidad aceptada y asumida -con y ante otros- podemos levantarnos y caminar en una dirección clara: eligiendo la vida. Supondrá desinstalarnos, movernos, cambiar, “mover el punto de encaje”, diría Don Juan a su aprendiz, también asumir riesgos enormes, incluso nuevas pérdidas en el intento, y seguramente la pérdida de la imagen anterior: ganará la vida, pero seremos diferentes. Noemí no vuelve joven y entera a su pueblo, tampoco el hijo tras dilapidar la fortuna familiar, ni regresa Orfa a los suyos radiante, ni pletórica llega Rut, la moabita, a una tierra extranjera. Ni sucede hoy con los migrantes, ni con los sobrevivientes de guerras y catástrofes.
Caminaremos largo tiempo -los simbólicos cuarenta años por el desierto- y llegaremos distintos. Por lo pronto más humildes, con la conciencia de las pérdidas y de los propios límites, pero también con la serena alegría de sujetos capaces de elegir, con libertad y riesgo, la vida. Elegir vivir cada día, como seguramente hicieron Noemí y Orfa, en distintas tierras, aceptando el maná cotidiano, aunque no sobrara; elegir vivir, abrirse a lo nuevo y aún dar vida en otro medio, como Rut.
Dos hermosos poemas, que pueden buscar los lectores, ilustran muy bien este asumir la realidad y elegir con libertad, uno de Benjamín González Buelta “Escojo la vida” y otro de Stefano Cantarbia titulado “Emuná”, un término hebreo que significa confianza radical, absoluta.
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