El tiempo y lo Eterno en el ser humano

05 de Enero de 2025

[Por: Leonardo Boff]




En cada cambio de año, hablamos del tiempo que pasó y del nuevo que comienza. ¿Pero qué es el tiempo? Nadie lo sabe. Ni san Agustín supo dar una respuesta en sus Confesiones en las que hace una de las reflexiones más profundas. Ni Martin Heidegger, el filósofo más eminente del siglo XX. Escribió su famoso libro Ser y Tiempo. Dedicó un voluminoso libro al Ser. Hasta el final de su vida quedamos esperando un tratado sobre el tiempo. Y no llegó, porque él tampoco sabía lo que era el tiempo. Además, es curioso: el tiempo es el requisito para hablar del tiempo. Necesitamos tiempo para reflexionar sobre el tiempo. Es un círculo vicioso.

 

Creo que el abordaje más adecuado es conectar el tiempo a la vida humana. Consideramos la vida como el valor supremo por encima del cual solo está el Ser que hace ser a todos los seres.

 

El sentido de la vida en el tiempo es vivir, simplemente vivir, incluso en la condición mas humilde. Vivir es una especie de celebración del existir y de habernos escapado de la nada. Podríamos no existir. Y sin embargo aquí estamos. Vivir es un don. Nadie ha pedido existir.

 

La vida es siempre un con y un para. Vida con otras vidas de la naturaleza, con vidas humanas y vida con otras vidas que acaso existan en el universo. La vida es para expandirse y para darse a otras vidas sin lo cual la vida no se perpetúa.

Sin embargo, la vida está habitada por una pulsión interior que no puede ser frenada. La vida quiere encontrarse con otras vidas pues para eso existe el con y el para. Sin eso la vida dejaría de existir.

 

La pulsión irrefrenable de la vida hace que ella no quiera sólo esto y aquello. Lo quiere todo. Quiere perpetuarse lo más posible, en el fondo no quiere acabar nunca, quiere eternizarse.

 

Ella porta dentro de sí un proyecto infinito. Ese proyecto infinito la hace feliz e infeliz. Feliz porque encuentra, ama y celebra el encuentro con otras vidas y con todo lo que tiene que ver con la vida a su alrededor. Pero es infeliz porque todo lo que encuentra y ama es finito, lentamente se desgasta y cae bajo el poder de la entropía, en definitiva, bajo el imperio de la muerte.

 

A pesar de esa finitud en nada se debilita la pulsión por lo Infinito. Cuando encuentra ese Infinito reposa. Experimenta una plenitud que nadie le puede dar ni quitar. Sólo él la puede construir, disfrutar y celebrar.

 

La vida es entera pero incompleta. Es entera porque dentro de ella están juntos lo real y lo potencial. Pero es incompleta porque lo potencial todavía no se hace real. Como lo potencial no conoce límites, la vida siente un vacío que nunca consigue llenar totalmente. Por eso nunca está completa para siempre. Permanece en la antesala de su propia realización.

 

En este contexto surge el tiempo. El tiempo es la tardanza de lo potencial que quiere irrumpir desde dentro y dejar de ser potencial para ser real. Esa tardanza podríamos llamarla tiempo. Sería nuestra apertura esperanzada, capaz de acoger lo que podrá venir. Lo potencial realizado nos permite pasar de incompletos a enteros sin, por ello, hacernos plenamente enteros. El vacío continúa. Es nuestra condición de finitos habitados por un Infinito. ¿Quién lo llenará?

 

No puede ser el pasado porque ya no existe y pasó. No puede ser el futuro porque no existe todavía, pues no ha venido aún. Sólo queda el presente. Pero el presente no puede ser aprehendido, aprisionado y apropiado. Cuando intentamos retenerlo, ya se ha vuelto pasado.

 

Pero puede ser vivido. Cuando es intenso ni percibimos que ha pasado. Parece que el tiempo no ha existido. Es el tiempo denso e intenso de dos ardientemente apasionados. Es el tiempo llamado kairós, diferente de kronos, siempre igual como el tiempo del reloj.

 

¿Es posible hacer una representación del presente? Sí, con la eternidad, porque solamente la eternidad es un es. Cada presente tiene algo de eterno, porque sólo él es. Un día fue y un día será. Pero solamente él es un es. Por eso el “es” del tiempo representa la presencia posible de la eternidad. De nosotros depende vivirlo con la mayor intensidad posible, pues pronto se desvanece en el pasado.

De todos modos constatamos que estamos inmersos en la eternidad del es. No se trata de una cantidad de tiempo congelada. Es una cualidad nueva, que nunca para, siempre viene y pasa: viene del futuro y luego pasa por nosotros en dirección al pasado. Es la pura presencia inasible del es.

 

Nosotros que estamos en el tiempo podemos vivir ese “es” como si fuese el primero y el último. De esta forma participamos fugazmente de la eternidad del es. Y eternizándonos, participamos de Aquel que siempre es sin pasado ni futuro.

 

Ese es viene bajo mil nombres: Tao, Shiva, Alá, Olorum, Javé. Este, Javé, se reveló como “Yo Soy el que Soy”, mejor dicho: “Soy el es que siempre es”.

¿Quién sabe si uno de los sentidos, entre otros, de nuestro existir en el tiempo, no sea participar de ese es? Y en el decir del místico san Juan de la Cruz, por un momento, “ser Dios, por participación”. Y aquí solo es posible el noble silencio porque ya no caben más palabras.


*Leonardo Boff, teólogo, filósofo y escritor.


Traducción de MªJosé Gavito Milano.

 

Imagen: https://revista.reflexionesmarginales.com/habitados-por-el-tiempo-y-la-eternidad/

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