Adviento y Navidad en una cultura descristianizada

15 de Diciembre de 2024

[Por: Rosa Ramos]




Apenas resuena muy lejano un recuerdo: “Noche de paz…”


¿Es posible vivir el Adviento y la Navidad hoy en una cultura descristianizada?
Empecemos por comparar el presente con tiempos y espacios no tan lejanos.

 

En la cultura de cristiandad toda la sociedad compartía la religión, las personas iban a Misa o al culto dominical. La católica o la protestante eran religiones que se respiraban desde la cuna. En occidente recién después de la Ilustración y particularmente en el siglo XIX se cuestionó la existencia de Dios en círculos intelectuales, pero a nivel popular seguía dominando la cristiandad. Lo religioso era omnipresente: templos y campanas, símbolos, ritos, fiestas, procesiones y novenas; la vida social toda se regía por un calendario cristiano. En algunos sitios aún funciona así, sobre todo lejos de las capitales, aunque cada vez menos.

 

Ya no estamos en cristiandad. En occidente lo religioso ha perdido centralidad y hasta las grandes fiestas cristianas se han descristianizado, como es evidente con la Navidad: se promueve una fiesta comercial o acaso como fiesta de la familia. Ni qué decir del Adviento, término ajeno totalmente a la cultura, desconocido por la mayoría de las personas.

 

En la sociedad de cristiandad Dios parecía más presente, en tanto aceptado por todos. Pero cabe preguntarnos ¿qué Dios o qué imagen de Dios? ¿el Dios revelado por Jesús? ¿O una proyección de deseos y temores psicológicos? ¿Un recurso sociológico de dominación y colonialismo? (tal como ha sido cuestionado por Freud, Lacan, Nietzsche, Feuerbach, Marx, los llamados “filósofos de la sospecha”).

 

Quizá lamentemos que nuestros hijos y nietos “no practiquen” o ni siquiera se consideren creyentes. Si en cierto tiempo hubo discusiones sobre la existencia de Dios y confrontación entre teístas y ateos, hoy hay prescindencia, olvido y hasta crasa ignorancia. Pero sobre todo asistimos a la prescindencia de las preguntas últimas y de un último fundamento posible.

 

Nuestros hijos y nietos, nuestros amigos, son buena gente, tienen valores, algunos se comprometen con causas sociales. Pero no lo hacen movidos por una fe religiosa, no viven ni actúan en nombre de Dios. Para nuestros contemporáneos “esa hipótesis no es necesaria”, parafraseando a Laplace, mal que nos pese.

 

Pero no se trata de idealizar la era de cristiandad, en la cual ser cristiano era algo cultural, tomado del medio, que no se cuestionaba ni tampoco se profundizaba: no era necesario buscar ni dar razones de la fe. La fe religiosa no era una opción personal fruto del discernimiento y la concepción religiosa era la recibida en la catequesis de primera comunión; en la mayoría de los cristianos se trataba de una fe infantil que no maduraba a la par de la edad o la formación profesional.

 

Creo, entonces, que no hay que idealizar el tiempo perdido o la cultura perdida, en cambio es importante mirar las posibilidades de la cultura actual, sin idealizarla tampoco, por supuesto. No podemos negar el individualismo y la locura de una sociedad que despilfarra o acumula, que produce odios, guerras y violencia fratricida.

 

Quizá, y es mi planteo, en esa ausencia religiosa, en esa cultura descristianizada sea más fácil conectar con el Dios verdadero, con el Dios de Jesús, ese que se hace pequeño, que se abaja, que es de carne y hueso, que llora, que “no las sabe todas”, sino que debe lentamente descubrir a su Padre y su voluntad salvadora de todos, también de los no judíos, de los pecadores y marginados…

 

Un Dios discreto que no se impone, que se propone, que invita a caminar, a discernir y a seguirlo en comunidad, pero como una decisión personal, no como “costumbre liviana y cómoda” impuesta culturalmente.

 

Esta cultura con sus luces, sombras y vacíos, quizá esté preparada para encontrar a un Dios así de original, que al encarnarse eligió padres pobres, artesanos, aldeanos, probablemente analfabetos, para desde abajo y desde dentro ir descubriendo las posibilidades de leudar un gran pan para todos. Un Dios que no juzga, sino que acoge la humanidad tal como es, y desde dentro quiere llevarla a plenitud pacientemente, aceptando su ritmo de evolución, los límites y torpezas, incluso la ignorancia de su Nombre.

 

Un Dios “de presencia sutil” que se descubre en lo pequeño pero que edifica, unifica, anima, sostiene como una columna vertebral (como “camino, verdad y vida”) a quienes lo acogen humildemente, como María, como José y los pastores o los amigos y discípulos más tarde.

 

Hoy en nuestros espacios cotidianos quizá tenemos los cristianos más que antes la oportunidad de encender la inquietud, la pregunta, la búsqueda de otros, desde nuestro encuentro personal con ese Dios que nos enciende por dentro y permite ver la transparencia del barro, al decir de González Buelta, en un mundo roto.

 

En esta cultura descristianizada y compleja, si realmente creemos y aceptamos ese modo de presencia del Dios revelado por Jesús, quizá, podamos realmente evangelizar. Vale decir ayudar a tomar consciencia de que allí donde hay amor, entrega, generosidad, belleza, búsqueda de verdad, dignidad que resiste, esperanza en la grisura, allí está Dios, y revelarlo: “¡pica Dios ahí!”.

 

Quizá ese lejano rumor de la canción de nuestra infancia no sólo conmueva sino sea resignificado: “Noche de paz, noche de amor”, porque no dice que Dios impone nada, sino que desde la pobreza y pequeñez de un recién nacido “Dios nos ofrece su amor”.

 

Quizá no nos crean, pero, y especialmente en este tiempo de Adviento y pronto Navidad, nosotros podamos celebrar, bendecir, dar gracias, por esa Presencia… Y caminar humildemente (Miqueas 6,8), sin privilegios ni poder, junto con el Dios humilde, sólo rico en tiempo y en amor.

 

Autor de la imagen: Leandro Gómez Guerrero. Pintura “Encuentro de Simeón con el Mesías”. Óleo sobre tela 3.50 x 1.95. En Capilla del Encuentro, Universidad Católica del Uruguay, inaugurada el 12 de diciembre 2024.

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