12 de Diciembre de 2024
[Por: Eleazar López Hernández]
En la teología predominante de la Iglesia el evento guadalupano no pasa de ser una manifestación más de la mariología clásica que presenta el poder de Dios sobre el mal que hay en mundo. Y en el caso indígena, se afirma que es el triunfo de la verdadera religión sobre la idolatría y salvajismo de los indios.
En un canto se dice que “de la santa montaña en la cumbre, pareció como un astro María, ahuyentando con plácida lumbre las tinieblas de la idolotría” (de los indios, no la de los conquistadores).
Por eso, en la imagen de la Virgen de Guadalupe, la mayoría de los no indígenas sólo ve a la mujer del Apocalipsis 12 con la corona del estrellas y la luna a sus pies, que se enfrenta a la bestia y sale victoriosa porque Dios acude a su auxilio y salva el hijo de sus entrañas.
Más aún, como ya existía una Virgen de Guadalupe en Extremadura, los españoles creyeron que era la misma imagen e incluso exigieron en 1556 parte de las limosnas que aquí se recaudaban.
Incluso hay quienes afirman que la Virgen de Guadalupe es el resultado de una estrategia misionera para conquistar espiritualmente a los indios usando sus propios simbolos culturales y religiosos.
Sin embargo, para los habitantes de las tierras mesoamericanas, en la imagen de Tonantzin Guadalupe, captan la continuidad de sus creencias ancestrales sintetizadas con la propuesta del evangelio de Jesús traido por los misioneros.
En la imagen Tecoatlaxupe perciben la presencia tierna y amorosa del rostro materno de Dios (indígena y cristiano) que siempre les acompañó en su larga caminada por estas tierras. Eso a pesar del choque entre culturas y religiones de los últimos 500 años.
La imagen es, para el pueblo creyente, como un ícono de las iglesias orientales y está hecha con la iconografía simbólica indígena del mundo náhuatl o mesoamericano. En consecuencia, sólo se entiende cabalmente dentro esta perspectiva que también quiere el diálogo con la perspectiva criatiana que llegó.
Como dijo el Papa Benedicto XVI al inaugurar Aparecida en 2006, “la sabiduría de los pueblos originarios les llevó afortunadamente a formar una síntesis entre sus culturas y la fe cristiana que los misioneros les ofrecían. De allí ha nacido la rica y profunda religiosidad popular, en la cual aparece el alma de los pueblos latinoamericanos”. Por eso, 1 desde la imagen se establecen puentes de diálogo para que el no indígena capte también su contenido.
En la imagen de Tonantzin Guadalupe se hace un planteamiento holístico que incluye lo cósmico (sol, luna, estrellas, tierra) y lo humano (mujer joven, varón adulto, anciano y niño en el vientre de Tonantzin), en armonía vital con Dios que es el Invisible e Impalpable y que siempre ha acompañado a estos pueblos como Padre-Madre.
El sol, que es presencia de Dios Tonátiuh, está detrás de la Virgen, pero parece que ella misma es el sol femenino Tonal-li, pues los rayos salen de su cuerpo, de su corzón.
Ella se cubre con el manto azul de las estrellas ya que ellas, lo mismo que la luna, ayudan al sol en la noche para que no prevalezca la oscuridad del mal.
En el vestido de la Virgen está la tierra roja cubierta de flores y habla del ideal mesoamericano de xochitlalplan-tonacatlalpan, tierra de la flor y del sustento de la vida.
En el cuello del vestido de la Virgen se percibe el doble círculo con que aquí se representaba el Anáhuac (o mundo cercano) y el Cemanáhuac (o mundo lejano) es decir, ahí está el universo entero.
El rostro de la Virgen es del color cobrizo de la gente de estas tierras. En la mirada tierna y amorosa de ella se retrata a una joven madre primeriza por la cinta negra que ciñe su cintura.
Las manos de la Virgen están ligeramente abiertas pues están llevando el ritmo de una danza; y su pierna izquierda está flexionada hacia arriba. Ella está danzando como la principal danzante de los bailadores totonacos subidos a un palo alto de 40 metros bailan a los 4 rumbos del universo.
El hombre emplumado que se halla en la parte baja, está cargando a la Virgen sosteniéndo la orla de su vestido con una mano y, con la otra, la punta de su manto. Es la representación de las y los servidores que mantienen abierto el espacio de la vida entre cielo y tierra.
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