Homenaje a Gustavo Gutiérrez

16 de Noviembre de 2024

[Por: Norbert Arntz]




El peruano Gustavo Gutiérrez, co-iniciador de la teología de la liberación, falleció el 22 de octubre de 2024 en Lima. El ITP -inspirado en el pensamiento de la teología política y de la teología de la liberación- está motivado por la obra de Gustavo.

 

Teólogo de la liberación apasionado por la vida

 

Nacido en 1928, Gutiérrez estudió medicina, filosofía, psicología y teología en Lima, Lovaina y Lyon. Sacerdote en la archidiócesis de Lima, trabajó durante muchos años como párroco en el barrio pobre del Rímac/Lima y fue también profesor de teología y ciencias sociales en la Universidad Católica de Lima. Confirma así la tesis que guía su trabajo teológico: «La teología es una inteligencia del compromiso». Más bien, la teología es una realización intelectual que brota de la fe en el Dios de la vida y del compromiso con los pobres, porque a ellos se les niega el «derecho a los derechos» y se les condena a una muerte prematura. Gutiérrez se pregunta a sí mismo, pero también a la Iglesia y a su teología, cómo se puede hablar de un Dios de amor en medio de la pobreza y la opresión; cómo se puede hablar del Dios de la vida a personas que mueren todos los días de forma injusta, violenta y prematura; cómo se puede hablar de resurrección en medio de una situación que lleva la marca de la muerte; como del benévolo Padre Dios en un mundo inhumano, porque eso significa decirle a la persona convertida en no persona que es hijo/a de Dios. Los teólogos deben plantearse estas cuestiones fundamentales si no quieren convertirse en consoladores superfluos como los amigos de Job en el Antiguo Testamento.

 

En términos prácticos y teológicos, Gustavo se opone resueltamente a la perversa idea de que es Dios quien quiere o permite la pobreza, la miseria y el hambre -a menudo legitimada por el mal uso de la frase bíblica «Siempre tienes a los pobres contigo» (cf. Mt 26,11/Jn 12,8).

 

Gustavo Gutiérrez y su obra teológica sólo pueden entenderse comprendiendo la conexión entre su vida y su pensamiento teológico. Su teología hunde sus raíces y se nutre de su vida personal y de la experiencia de su entorno social. Procedente de una familia indígena, conoció de primera mano el sufrimiento de los pobres por causas ajenas a su voluntad. Además, los problemas de salud que padeció en su infancia y juventud le sensibilizaron ante el sufrimiento que le rodeaba. Durante décadas, fue párroco en el Rímac, un barrio pobre de la colina de San Cristóbal, cerca del centro de Lima. La experiencia de fe y sufrimiento, de esperanza y anhelo de vida, que comparte en la proximidad vivida con la vida cotidiana de ancianos y jóvenes, familias y estudiantes de su parroquia, determinan de manera decisiva y creativa el tono de sus escritos. «La gente del Rímac me ha enseñado más que ninguna biblioteca sobre la esperanza en medio del sufrimiento. Estas personas se encuentran en una situación de injusticia y explotación y, al mismo tiempo, tienen una fe profunda. El ejemplo del trabajo con las comunidades de base de la Iglesia me muestra hasta qué punto los pobres caracterizan decisivamente la vida de la Iglesia».[1]

 

La fe en el Dios de la vida hace que las personas estén «unidas en su compromiso con la vida y en la defensa de sus derechos». Ni el hambre ni la pobreza son un destino, y mucho menos una fatalidad. El término «teología de la liberación» se dio a conocer finalmente en todo el mundo a través de su libro de 1971: Teología de la Liberación - Perspectivas. Se trata, sin duda, de la obra teológica que causó la mayor impresión entre todas las publicaciones teológicas latinoamericanas de la década de 1970 y ha sido la más citada, comentada y traducida.

 

Las madres y los padres de su teología son la «gente pequeña». Bromeando, Gustavo Gutiérrez deja caer casualmente en una conversación: «A veces me llaman el “padre de la teología de la liberación”. Ya sabes que la paternidad difícilmente puede definirse con claridad. Además, no existe un ADN teológico. No, la «teología de la liberación» es en realidad una empresa conjunta ecuménica. Yo sólo soy uno de tantos en este trabajo comunitario».

 

La teología de la liberación en conflicto con el poder político y eclesiástico

 

En 1983 comenzó una etapa especialmente amarga en la vida de Gustavo Gutiérrez. La persecución masiva de cristianos había alcanzado un nuevo punto álgido en América Latina con el asesinato del arzobispo salvadoreño Romero por parte de gobiernos que se decían católicos o que defendían el llamado «Occidente cristiano» contra el comunismo. Peor aún, son ciertos círculos eclesiásticos de la propia América Latina, pero también del Vaticano, los que no albergan más que desconfianza y rechazo hacia los teólogos de la liberación. De hecho, el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger, llegó a lanzar una guerra ideológica contra la teología de la liberación, centrando sus primeros ataques en los teólogos Leonardo Boff y Gustavo Gutiérrez.

 

En 1983, el cardenal Ratzinger envió una carta de advertencia a la Conferencia Episcopal Peruana con «Observaciones sobre la teología de la liberación de Gustavo Gutiérrez». En ella, Ratzinger acusa al teólogo de «adoptar acríticamente una interpretación marxista» de la difícil situación de los pueblos de América Latina, de seguir la concepción marxista de la historia como una historia determinada por la lucha de clases y, en este sentido, de llamar a luchar junto a los oprimidos. Su teología se basa únicamente en una interpretación selectiva de la Biblia. De repente identifica a los pobres de la Biblia con las víctimas explotadas del capitalismo. Ratzinger no se contentó con intervenciones escritas; incluso instó al Papa Juan Pablo II a convocar a la Conferencia Episcopal Peruana a un sínodo especial en Roma. Allí, en octubre de 1984, Ratzinger volvió a presentar a los obispos su catálogo de acusaciones contra Gustavo Gutiérrez y les exigió que condenaran su teología. La Conferencia Episcopal Peruana se resistió a la petición del cardenal Ratzinger; se negó a condenar a Gustavo Gutiérrez. En su respuesta a las acusaciones de Ratzinger, declara sucintamente:

 

«Nuestra Iglesia se ha sentido obligada por los impulsos renovadores del Concilio Vaticano II, de Medellín y Puebla, a acompañar al pueblo fiel en su camino de fe y compromiso. [...] La llamada 'teología de la liberación' tuvo sin duda un efecto particularmente significativo en este empeño, extendiéndose desde nuestro país a los pueblos vecinos y arraigando en ellos «[2].

 

Tras esta derrota, Ratzinger eligió una estrategia diferente para su lucha contra la teología de la liberación: los medios de la política de personal. En cuanto un obispo de orientación teológica de la liberación deja su cargo, por ejemplo, por edad o muerte repentina (como ocurrió varias veces en la sierra sur andina), es sustituido por un vaticanista obediente. La decisión más trascendental de este tipo para la Iglesia peruana y para Gustavo Gutiérrez personalmente es el nombramiento del vicario del OPUS-DEI Juan Luis Cipriani como arzobispo de Lima. Se convertirá así en obispo de la diócesis a la que Gustavo Gutiérrez pertenece como sacerdote diocesano. Esto tuvo graves consecuencias para Gustavo Gutiérrez personalmente, ya que Cipriani no sólo se había distinguido como opositor a la teología de la liberación, sino que además era amigo del dictador peruano Alberto Fujimori. Su jefe de inteligencia, Vladimiro Montesinos, hace el «trabajo sucio» para el dictador. Para evitar la esperada prohibición de hablar por parte del arzobispo y adelantarse a su persecución (posiblemente en complicidad con el servicio secreto de Montesinos), Gustavo Gutiérrez renunció a la diócesis de Lima e ingresó en la orden dominica. En 2001, la Orden Dominicana confirmó que el sacerdote peruano había ingresado en la orden. Los motivos no se han revelado oficialmente. Sin embargo, la Orden señala expresamente que el superior directo y representante del sacerdote ante el Vaticano ya no es el arzobispo de Lima, Juan Luis Cipriani, sino el Superior General de la Orden, Fr. Timothy Radcliffe.

 

Radcliffe ya había expresado su aprecio por Gutiérrez en ocasiones anteriores e incluso lo comparó con Tomás de Aquino, uno de los teólogos más importantes de la historia de la Orden Dominica.

 

Gustavo Gutiérrez y el Papa Francisco

 

El presidente de la Conferencia Episcopal Peruana ya había manifestado en septiembre de 2006 que la Congregación Vaticana para la Doctrina de la Fe había disipado cualquier duda sobre la teología de Gustavo Gutiérrez. Esto significaba que los casi treinta años de constantes sospechas, insinuaciones y persecuciones quedaban por fin superados y Gustavo Gutiérrez rehabilitado. Pero sólo con el Papa Francisco comenzó una tardía reparación. El día de su 90 cumpleaños, el 8 de junio de 2018, Gustavo recibió una carta personal del Papa Francisco. En ella, el Papa escribe: «Junto a ti, doy gracias a Dios, pero también te doy gracias por todo lo que has hecho por la Iglesia y la humanidad a través de tu ministerio teológico y tu amor primordial por los pobres y marginados. Te doy las gracias por todos tus esfuerzos y por tu modo de despertar la conciencia de cada persona para que nadie pueda permanecer indiferente ante el drama de la exclusión y de la pobreza. Con esta constatación, te animo a seguir trabajando en tu oración y en tu ministerio, testimoniando así la alegría del Evangelio.»

 

En esta época plagada de conflictos, la Iglesia de los pobres y su teología de la liberación están aprendiendo dolorosamente a distinguir entre los ídolos de la muerte y el Dios de la vida. Gustavo Gutiérrez dedica a este tema el capítulo «Idolatría y muerte» de su libro El Dios de la vida, en el que advierte del peligro de considerar la idolatría como una realidad de la antigüedad ya superada. La idolatría es también hoy una aberración en la fe. Y esta aberración trae muerte hoy en América Latina, en primer lugar, a todos los que no tienen derecho a derechos, los pobres.

 

«En la Biblia, la idolatría es vista como un peligro al que toda persona religiosa está expuesta». «Cualquier intento de encontrar y comprender [a Dios] independientemente de su reino es, por tanto, en lenguaje bíblico, fabricar un ídolo, esculpir un dios a nuestra imagen y según nuestros deseos, caer presa de la idolatría». En otras palabras: se honra a Dios cuando la gente puede vivir; allí donde el reino de Dios gana terreno; allí donde la gente demuestra ser amiga de la vida. Quienes dividen a Dios y al reino de Dios, en cambio, convierten a Dios en un ídolo. El Papa Francisco está plenamente de acuerdo con esto cuando escribe: «Para [las categorías absolutas del mercado] Dios es incontrolable, inmanejable, incluso peligroso, por llamar al ser humano a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud.» (EG 57)

 

Con la Iglesia peruana, Gustavo Gutiérrez descubre que los «otros culturalmente», las culturas indígenas y afroamericanas, tienen un potencial que se denomina potencial evangelizador de las «otras culturas», como ocurrió en Puebla en 1979.

 

La Iglesia latinoamericana está aprendiendo a liberarse de sus orígenes coloniales y a mirar con otros ojos las culturas de los pueblos indígenas y afroamericanos. Como prueba de ello, Gustavo Gutiérrez cita repetidamente el documento pastoral de los obispos de la región andina La tierra, don de Dios - derecho de un pueblo, del 30 de marzo de 1986: «Nuestros pueblos andinos tienen [...] una profunda experiencia y conocimiento de Dios, creador de la tierra para todos y defensor de los pobres».

 

Por tanto, en sus culturas indígenas, los pueblos originarios no rinden culto a la idolatría, como siempre han pretendido los conquistadores. Por el contrario, resistieron la invasión de quinientos años del Occidente cristiano. Apoyados por sectores de la Iglesia conversa, en la actualidad adoptan una postura organizada y exigen a la Iglesia y al Estado los derechos que les corresponden: a su propia cultura y lengua, a su propio territorio y formas de gobierno, a su propia teología e Iglesia.

 

En su monumental obra sobre el pensamiento de Bartolomé de Las Casas, el «conquistador convertido» y más tarde dominico, titulada En busca de los pobres de Jesucristo, Gustavo sigue el camino de conversión de este decidido luchador por los derechos de los indios en el siglo XVI. Por otro lado, la obra permite extraer conclusiones sobre el compromiso con el que el propio Gustavo Gutiérrez se sintió vinculado a lo largo de su vida:

 

«Bartolomé de Las Casas tuvo la conmovedora intuición de que los indios eran precisamente los pobres en el sentido del Evangelio y, en última instancia, Cristo mismo. Esta es, sin duda, la clave de la espiritualidad y de la teología de Las Casas. El derecho a la vida y a la libertad, el derecho a la diferencia, la perspectiva del pobre, Bartolomé vincula estrechamente estos valores y conceptos con su experiencia del Dios en quien cree con todas sus fuerzas, el Dios de Jesucristo. Y precisamente por eso pone todas sus energías al servicio de la liberación de los indios. El compromiso de Las Casas -independientemente de las diferencias históricas- es también un desafío para nosotros hoy. Incluso en nuestros días, debemos defender los derechos de los pobres y oprimidos [...], defender sus valores, e incluso su existencia física, porque todavía son tratados como «no humanos».

 

Gustavo Gutiérrez sigue siendo nuestro amigo entre los muertos. Recogemos su impulso: Una Iglesia al servicio de la vida de los pobres no es una opción, sino una obligación moral y evangélica.

 



[1] Gutiérrez describe este proceso como la «irrupción de los pobres en la iglesia». Cf.: Gutiérrez, G.: Quehacer teológico y experiencia eclesial, CEP Lima 1996, pp. 329ss.

[2] "Documento de la Conferencia Episcopal Peruana sobre la Teología de la Liberación", No. 20, Lima 1984, en: Documentos de la Conferencia Episcopal Peruana 1979 - 1989, Asociación "Vida y Espiritualidad", Lima 1989, pp. 253ss.

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