02 de Noviembre de 2024
[Por: Rosa Ramos]
He visto la aflicción de mi pueblo…
he escuchado su clamar…
conozco sus sufrimientos…
(Ex.3, 7)
Tú nos escuchas siempre, Señor”
(Respuesta a la oración de los fieles, parroquia San Antonino)
Se acabó en Roma la última instancia del Sínodo de la Sinodalidad, del cual están llegando noticias; lo habremos seguido más o menos atentos los cristianos de todo el mundo.
En mi caso he seguido atentamente las actividades tan generosas y pertinentes de La Tienda de la Sinodalidad de Amerindia. Pude ver la mayoría de los dieciséis paneles y por supuesto también el corolario de la transmisión (no planificada, porque la vida suele desbordar nuestros planes) de la Eucaristía de despedida de nuestro pionero y tan querido teólogo de la liberación Gustavo Gutiérrez. Seguramente en este número aparecerán muchos artículos sobre sus aportes, realmente un regalo para la Iglesia toda, no sólo para Latinoamérica, también es probable que aparezca publicada la valiente, profunda y sentida homilía de Monseñor Carlos Castillo.
Muchas de las compartidas de esos paneles me han resonado, y en su conjunto han dejado material para seguir meditando y compartiendo en nuestras comunidades. Hoy quiero destacar una en especial, la del sábado 12 de octubre: Sinodalidad, teología latinoamericana y opción por los pobres, en la que expusieron los teólogos Agenor Brighenti y Pablo Bonavía. El primero expuso de modo excelente, mostrando a través de muchos documentos eclesiales, el trabajo de los teólogos fundamentando la opción por los pobres. Agenor hizo un recorrido sistemático, preciso y precioso de documentos, al que nos tiene acostumbrados.
Por su parte Pablo Bonavía, comenzó por señalar tres límites en la metodología del Sínodo: no partir del análisis de la realidad, vale decir siguiendo el método ver-juzgar-actuar; el peligro de que la conversación en el Espíritu se quede en planteos subjetivos y, tercero, que los teólogos presentes -entre los cuales estaba Agenor- sólo podían responder a demandas y no tuvieran una iniciativa e incidencia mayor en el desarrollo del Sínodo.
Voy a detenerme en el punto que personalmente más me tocó. Pablo habló de un “primer dogma de fe” remontándose a los orígenes de nuestra tradición judeocristiana. La primera experiencia del pueblo judío (que aún no se había constituido como tal) fue la de un Dios empático con su sufrimiento. Es archiconocido ese texto del encuentro de Moisés con Dios en la montaña del Horeb en que le dice que ha visto, ha escuchado y conoce sus sufrimientos, por eso alienta a Moisés a una gesta humana de liberación de la esclavitud en Egipto. Ese Dios empático no nos sustituye, sino que nos anima a escuchar lo que Él escucha: el sufrimiento, y actuar en consecuencia. Seguidamente Pablo Bonavía cita otro texto menos conocido, del profeta Amós: “¿No hice yo subir a Israel del país de Egipto, como a los filisteos de Kaftor y a los arameos de Quir?” (9, 7) Dios recuerda a través del profeta Amós que no sólo escucha y anima a su liberación a un pueblo, sino que está detrás de todas las gestas por una vida más humana.
Muchas veces olvidamos ese primer dogma de fe: Dios nos escucha siempre, Dios escucha el clamor de su pueblo. He aquí la clave de cómo concebir a Dios, sobre todo para los seguidores de Jesús, quien enseña a escuchar al Padre, amarlo sobre todas las cosas, y escuchar y amar al prójimo como primer gran mandamiento, el único en realidad. Dios no es distante o indiferente al dolor y a los procesos de humanización, participa en la historia humana precisamente escuchando.
¡Qué bella nuestra fe, qué maravilla creer en un Dios así! “Dios es el camarada que acompaña en el dolor”, según una de las metáforas que propone Andrés Torres Queiruga
Del asombro-admiración de un Dios así, surge la consecuencia: no hacernos los sordos, sino “pegar el oído a la realidad”, aguzarlo, para dirigirlo en la misma dirección que el Dios amante de la vida abundante para todos, que incluye la vida de la casa común.
Se trata de una escucha al Dios empático con el pueblo oprimido, o la persona caída al borde del camino, descartada, que nos alienta a la acción, tal como lo explicita Jesús ante el maestro de la ley en la parábola que concluye con aquella sentencia clara: “ve y haz tú lo mismo” (Lc. 10, 37)
Pablo Bonavía decía en su exposición en la Tienda de la Sinodalidad que las prácticas apuntan a liberar tanto al oprimido como al opresor. La verdadera humanización es para todos.
La teología de la liberación como acto segundo, parte de reflexionar sobre las prácticas concretas y los movimientos cotidianos en que ejercitamos la salida del propio interés para escuchar y levantar al otro, para incluirlo y sentarlo a la mesa de la vida como hermanos que somos.
De escucha ha sido el largo camino sinodal, y ojalá que lo siga siendo el pos Sínodo en cada lugar para que las prácticas sean respuesta a la misma. Escuchar, escuchar, escuchar siempre, a todos, con el oído y el corazón que se conmueve y nos abaja como al samaritano a curar las heridas…
Estas resonancias de una las exposiciones de la Tienda de la Sinodalidad, que incluyó a muy diversos actores y sus posiciones, encontraron en la Eucaristía de despedida de Gustavo Gutiérrez un corolario especial. Allí oímos cantos religiosos que evidencian una Iglesia que escucha, vimos una serie de gestos amorosos y oímos a testigos del caminar coherente del padre de la Teología de la Liberación. Esos testigos nos recordaron precisamente la capacidad -y el ejercicio de toda una vida- de Gustavo de escuchar al Dios que escucha a su pueblo, especialmente al pobre.
Escuchaba los grandes sufrimientos de una América empobrecida (de ahí la invitación a Beber del propio pozo para hacer teología), escuchaba a los grupos de religiosos o de laicos, para hacer una síntesis e iluminación precisa, pero escuchaba también cotidianamente a los amigos, a los niños, a los vecinos, quería saber sus nombres y sus cuitas. Podemos decir, tras oír esos testimonios, que así empezó a aguzar el oído desde cerca, desde abajo, desde dentro da la historia concreta de su barrio, ciudad, país. Empezó y siguió escuchando hasta el final de sus días.
La escucha atenta de Gustavo Gutiérrez a la realidad dio lugar a sus notables libros que abrieron un camino nuevo en la Iglesia latinoamericana primero y universal después, a esta capaz de abrirse a un proceso sinodal. Su escucha fue cultivada, sin duda, desde la oración y el diálogo con ese Dios que escucha, desde ahí su corazón se fue dilatando para acoger más y más para hacer una hermenéutica nueva desde la praxis.
Gracias Amerindia por el enorme trabajo, gracias Gustavo Gutiérrez por escuchar y abrir caminos.
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