22 de Octubre de 2024
[Por: Jorge Costadoat]
El Concilio Vaticano II ha llegado a adquirir una importancia enorme, y decisiva, para la Iglesia latinoamericana. Uno de los frutos latinoamericanos del Concilio fue la adultez con que la Iglesia de esos años llevó a efecto, en su propio contexto histórico, el aggiornamento impulsado por Juan XXIII. Gustavo Gutiérrez Merino OP. es ícono en este proceso. Nadie se equivocará si le llama “Padre de la Teología de la liberación”, aunque hoy sabemos que esta teología tiene varios padres y madres, y teólogos y teólogas pobres que han sido los intelectuales primeros de su cristianismo.
La recepción de Vaticano II en América Latina fue adulta en varios aspectos. La jerarquía eclesiástica tuvo el coraje –gracias el método que tomó de Gaudium et spes- de abrirse a los signos de su tiempo, de dejarse cuestionar por la palabra de Dios expresada en las voces de multitudes de obreros, de campesinos y de hacinados en las grandes ciudades, y de adaptar su modo de ser a la praxis que asumió para responder a lo que se demandaba de ella.
Este formidable empeño de recepción local del Concilio fue concomitante al nacimiento de una nueva versión de la Teología latinoamericana. La Teología latinoamericana ha podido significar dos cosas antes y después del Concilio. En palabras de Juan Noemi, “con anterioridad al Vaticano II predomina un ejercicio teológico para el cual el contexto espacial y temporal constituye una exterioridad, un accidente que no es considerado en sí mismo como determinante del teologizar”. La teología de la Iglesia del continente antes del Vaticano II fue, en realidad, meramente europea, destinada a la formación de los seminaristas.
En cambio, desde el momento que se dio entre nosotros una teología destinada a pensar los acontecimientos históricos en los cuales arraigaba la Iglesia, la Teología latinoamericana ha podido identificarse con la Teología de la liberación sin más. (Tomado de la Presentación del Libro)
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