15 de Setiembre de 2024
[Por: Rosa Ramos]
“Es hora de levantar el vuelo, corazón,
dócil ave migratoria…
No hay tiempo de sentir el desconsuelo;
sigue la vida, urgente y transitoria.
Muda la meta de tu trayectoria,
y rasga del mañana el hondo velo…”
Antonio Gala
¡La vida es hacia adelante! Este iba a ser el título de este artículo, pero preferí el poético del soneto 3 de los Sonetos de la Zubía de Antonio Gala. La vida es hacia adelante, claro que sí, con o sin nosotros, sin olvidar el pasado que nos trajo hasta aquí, nos hizo ser quienes y como somos; un pasado iluminado por esa nube de testigos, que con nuestras vidas intentamos honrar, de tal modo de abonar la tierra-historia para los que nos sucedan.
“Es hora de levantar el vuelo, corazón…” Me enseñó estos versos un amigo, Pablo, que sabía de memoria el soneto, solía recitarlo a menudo, y sin faltar jamás en ocasiones especiales. Estos versos y “A mi manera”, en versión de Sinatra, eran como sus credenciales de identidad. A mí me costó aprenderlo, aunque sólo tiene cuatro estrofas, las dos primeras de cuatro versos y las dos últimas de tres. Algunas veces necesité recurrir al texto para poder decirlo entero, pero este primer verso es para mí un mantra, al igual que los que elegí para el título: “sigue la vida, urgente y transitoria…”.
El primer verso es mi oración-mantra ante un enfermo, ante un moribundo, animándolo a soltarse y partir. El otro me lo digo a mí misma para animarme a seguir viviendo tras cada despedida.
Pero no sólo esas líneas, todo el soneto con sus catorce versos ilumina más allá de situaciones límites personales o puntuales. Aporta luz para asumir las gestas históricas -también las fallidas- o los proyectos y emprendimientos con los que, una y otra vez, nos comprometemos porque valen, porque también otorgan valor, sentido, a nuestras vidas. Anima a dar lo mejor y a saber retirarse, dejando la posta a otros, a soltar lo que llega a su fin para asumirlo y acoger otras etapas de la vida.
La vida urgente y transitoria sigue más allá de los que nos precedieron como faros, y más allá de nosotros mismos. La vida una y otra vez nos llama, nos convoca a un “sí” confiado, fiel a ella; en tanto, simultáneamente, nos invita a la humildad, aceptando la transitoriedad, pues como dijo otro gran poeta, se trata de “pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar”. Caminos que se borran con facilidad y hay que volver a empezar o, siendo más optimistas, pasar dejando humildes huellas que otros convertirán en senderos, otros con sus pasos ensancharán y otros pavimentarán o quizá abandonarán, para construir los nuevos que hagan falta. Un ejemplo claro de esos senderos construidos pacientemente -tantas veces destruidos e incendiados- son los Derechos Humanos.
El mismo soneto dice: “No hay tiempo de sentir el desconsuelo…” Y yo respondo: Sí y no.
Sí. Pues no podemos quedarnos para siempre llorando al borde del camino; un relato evangélico paradigmático es el que nos muestra a María Magdalena llorando desconsoladamente y a Jesús llamándola a levantarse de su postración y apego a un pasado irrepetible. Consolándola y dándole otra misión, pues la vida sigue y ella está viva, otros esperan su testimonio. Es posible levantarse, más aún, urge, para seguir anunciando y haciendo presente el reino de Dios. Y ella lo hizo.
No. Hay que regalarse tiempo para el duelo, para hacer contacto con la pérdida y el desconsuelo. En una cultura como la nuestra de la velocidad y el “pasotismo”: todo pasa y hay que seguir -según los cánones culturales- disfrutando y consumiendo, ya no se hace duelo por las pérdidas y fracasos. Es casi heroico atreverse, pues es contracultural, pero justo y necesario detenerse para sentir el desconsuelo, sea con lágrimas o sin ellas. Por algo el cuarto evangelio, escrito setenta u ochenta años después de la muerte de Jesús, recuerda a la amiga y discípula de Jesús llorando en el sepulcro.
“Muda la meta de tu trayectoria y rasga del mañana el hondo velo…”. Una invitación a la entrega confiada, no todo se acaba con la muerte -ni para el muerto ni para los dolientes- ni todo se acaba con las batallas perdidas, personales o comunitarias. Hay que seguir andando y mirar ese mañana tras su velo rasgado o a rasgar; descubrir nuevos colores, las nuevas auroras, y trabajar por embellecer esta frágil y breve vida, que apela con urgencia nuestra inteligencia, creatividad, brazos…
Ese mañana nos necesita erguidos, despiertos y laboriosos. Aquí acuden a mi memoria otros versos, de Fernando Pessoa en este caso: “Navegar es necesario, vivir no es preciso… No cuento gozar mi vida; ni en gozarla pienso. Sólo quiero tornarla grande, pese a que para eso tenga que ser mi cuerpo y mi alma la leña de ese fuego…”
Al inicio decía que la vida es hacia adelante… sin olvidar el pasado que nos trajo aquí, ni a quienes nos han precedido siendo testigos y dejado su manto o legado, en mi caso muchos, muchas, y recientemente Armando, como saben los lectores habituales. El poeta Antonio Gala invita al corazón a alzar el vuelo, versátil y valiente, anima a ese corazón a confiar en que la vida no acaba: “mientras dure la vida, estarás vivo, corazón.” En otros sin duda, y quizá, según nuestra fe cristiana, realmente vivo, aunque de un modo que no sabemos, sólo intuimos y esperamos.
Así mismo en el tejido social, los proyectos de mayor bien y justicia, los esfuerzos, las entregas generosas, siguen vivos, latiendo y alentando a lo nuevo, según las exigencias históricas y contextuales. Aquí en Montevideo, el 5 de este mes, se hizo un homenaje a Juan Pablo Terra conmemorando los 100 años de su nacimiento. Fue cristiano laico, arquitecto, sociólogo, docente, investigador, legislador… un hombre de esos que hizo historia. El día anterior habíamos celebrado un nuevo aniversario de la muerte del Padre Cacho Alonso de quien en otras oportunidades hemos escrito, a la vez que se viene exhibiendo en muchos sitios un documental sobre Luis Pérez Aguirre, otra persona que aportó muchísimo en diversas áreas con gran inteligencia y sensibilidad.
Es de notar que ninguno de ellos fue un llanero solitario, todos supieron trabajar con otros y otras, muchos de los cuales ya no están y otros siguen entre nosotros -parafraseando a San Pablo-, como Sara Medeiros, una mujer luminosa que seguramente sufrió mucho, pero no se quedó llorando, también ella alzó su corazón valiente para seguir amando y generando vida. Gracias a todos y todas.
Somos herederos de mucho amor, por eso van “con nosotros nuestros muertos, para que nadie quede atrás”, como canta Yupanqui en “Los hermanos”. También Nana Mouskouri: “Aunque la vida me quite mucho, lo que recibí de ti, eso no lo perderé jamás… Lo que el mundo escribe en libros de oro no hace ricos de verdad, pero las pequeñas historias, como el amor, permanecen.”
La vida es hacia adelante, levántate, come, camina: “es hora de levantar el vuelo, corazón…”
©2017 Amerindia - Todos los derechos reservados.