Hacia una eco-espiritualidad holística

28 de Agosto de 2024

[Por: Juan José Tamayo]




He vuelto a leer estos días con verdadera fruición el libro de Emma Martínez Ocaña, Es tarde, pero es nuestra hora (Narcea, Madrid, 2020), escrito en pandemia. Los libros de Emma tienen un horizonte de referencia: la espiritualidad, que no debe confundirse y menos identificarse con la religión. Espiritualidad y religión son fenómenos y experiencias distintas y se mueven en paradigmas diferentes. En algunos casos la religión es un obstáculo para vivir la auténtica espiritualidad, que es constitutiva de la persona, como lo es la sociabilidad, la praxicidad, la projimidad y la corporeidad. En otro la espiritualidad libera a la religión de su estructura rígida y falta de pathos y le devuelve su capacidad de “religación” (esa es una de las etimologías de religión) con el Misterio y con la comunidad.

 

Su principal aportación en todos ellos radica en liberar a la espiritualidad del secuestro al que ha estado sometida en los libros de piedad y en las prácticas ascéticas mortificadoras del cuerpo, devolverle su sentido antropológico no dualista, sino unitario, y su carácter subversivo, incluso revolucionario, características ambas de las místicas y los místicos, que fueron personas incómodas para el sistema tanto religioso como político y social.

 

Este libro no es una excepción; profundiza en las dimensiones indicadas con una particularidad: su ubicación en el momento especialmente dramático de la COVID-19, que nos descubrió nuestra esencial vulnerabilidad y nos curó de nuestra prepotencia, y en la crisis mundial que estamos viviendo, pero sin ceder al pesimismo y al fatalismo, sino con la esperanza movilizadora de las energías utópicas ínsitas en el ser humano, mejor aún, muy presentes en la espiritualidad liberadora.

 

Emma toma el pulso a la realidad críticamente guiándose en sus análisis por intelectuales, hombres y mujeres, cultivadores de diferentes disciplinas dentro de la teoría crítica: ciencias sociales, políticas, ecológicas, filosofía, teología, y nos coloca ante nuestro espejo para que tomemos conciencia “de nuestra inconsciencia” ante el tipo de civilización que estamos apoyando: “una visión y una cultura dominantes que legitima ese sistema civilizacional que profundiza [y yo añadiría: normaliza, radicaliza y eterniza] la desigualdad, genera violencia y provoca la destrucción del planeta” (p. 64).

 

Se pregunta, citando a Lovelock, si somos conscientes de que estamos suicidándonos y generando muerte. Su respuesta es negativa: no, no lo somos y, por eso, lejos de humanizar la humanidad y de convivir armónicamente con la naturaleza, estamos deshumanizándonos y desnaturalizando la naturaleza por mor del modelo de desarrollo científico-técnico de la tan elogiada Modernidad que la depreda.

 

Emma defiende una eco-espiritualidad holística y unitaria que respeta la multiplicidad y la pluriversalidad, en sintonía con la “inteligencia holística”, superadora de los dualismos cuerpo y alma, sagrado y profano, hombre y mujer, cielo y tierra, acción y contemplación, mente y corazón, política y espiritualidad, divinidad y humanidad, público y privado, etc. Una eco-espiritualidad cultivadora del silencio, inseparable del compromiso y vivida en la profundidad del S-ser, con mayúscula y minúscula.   

 

Como persona creyente, no podía faltar en el diseño de la espiritualidad la referencia a Dios, pero no en torno a la pregunta dónde está Dios, sino cómo hacerlo presente en la vida cotidiana, respetando el Misterio y guardando Silencio, en el seguimiento de Jesús de Nazaret, que no hace discurso alguno sobre Dios, y, por extraño que parezca, también convergiendo con José Saramago, quien define a Dios como “el gran Silencio del universo” y al ser humano como “el Grito que da sentido a ese silencio”.     

 

Como cristiana, Emma fundamenta la espiritualidad en Jesús de Nazaret, el místico y contemplativo, el utópico y soñador, el Indignado, como yo le defino, y el activista de los derechos humanos, según la certera identificación de Boaventura de Sousa Santos, el Cristo liberador y visionario. Una espiritualidad que remite a la opción fundamental, radical, de Jesús por las personas y los colectivos empobrecidos, lleva al compromiso por la liberación, apuesta por la vida, una vida digna, justa, fraterno-sororal, y a la eliminación o, al menos, al alivio del sufrimiento, y conduce al compromiso por la liberación. La coincidencia con Epicuro es total. Jesús afirma: “Misericordia [compasión] quiero, no sacrificios”. Epicuro afirma: “Vana es la palabra de aquel filósofo que no remedia ninguna dolencia del ser humano”.   

 

Termino refiriéndome al certero y poético título del libro: “Es tarde, pero es nuestra hora”. Es el mismo título de la Agenda Latinoamericana 2021 tomado de un poema de Pedro Casaldáliga, que cito yo también en mi libro Pedro Casaldáliga. Larga caminada con los pobres de la tierra (Herder, Barcelona, 2020): “Es tarde,/ pero es nuestra hora./ Es tarde,/pero es todo el tiempo/ que tenemos a mano/ para hacer el futuro./ Es tarde,/ pero somos nosotros/ esta hora tardía./ Es tarde,/ pero es madrugada/ si insistimos un poco”. 

 

El libro de Emma pone el reloj en la hora de la historia, pero no para quedarnos instalados cómodamente en el presente, sino para pensar, soñar, construir otro mundo posible y adelantar la madrugada.  

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