16 de Junio de 2024
[Por: Marcelo Barros]
XI Domingo ordinario: Mc 4,26-34
En este undécimo domingo ordinario, el Evangelio nos trae dos breves parábolas de Jesús sobre el proceso de cómo arraiga entre nosotros el proyecto divino. Ambas parábolas comparan el reino divino con una semilla.
Es posible que Jesús pronunciara sus parábolas del reino en el contexto de una fuerte crisis personal. Según los Evangelios, había sido rechazado por la gente del pueblo. Había prometido que el reino divino llegaría inmediatamente. Sin embargo, el tiempo pasaba y la gente no veía que ocurriera nada extraordinario. Según la tradición bíblica, cuando un profeta anuncia algo en nombre de Dios y no se cumple, es señal de que es un falso profeta. Si lo anunciado no se cumple, es señal de que no fue Dios quien inspiró y habló por boca del profeta. Jesús sufrió mucho porque tuvo que explicarse. Él mismo tuvo que tener fe y creer que era Dios quien le había enviado a decir todo lo que había dicho. Pero, ¿por qué no se cumplía el reino que el Padre le había enviado a anunciar?
Es en este contexto en el que Jesús cuenta las parábolas del reino. En ellas, la imagen principal es la de la semilla. No tiene sentido exigir fruto cuando todavía es tiempo de semilla. Hay que tener la paciencia de esperar el momento en que dará fruto. En esa cultura agrícola tradicional, hay que respetar el proceso de la semilla, que tiene su propio poder para germinar, independientemente de quién la plante.
Probablemente, al contar esta parábola que compara a Dios con un agricultor pobre y paciente, el evangelio adopta una postura crítica hacia grupos como los zelotes que, en aquellos años inmediatamente anteriores al evangelio, habían encabezado la rebelión armada contra el ejército romano de ocupación. La parábola nos pide que confiemos en la fuerza de la semilla y que demos tiempo a que madure el fruto. Lo que depende del agricultor es la cosecha que valora lo plantado y recoge el fruto en su punto.
La segunda parábola es la del grano de mostaza. Tal como la presenta el Evangelio, muestra el contraste entre el pequeño grano de mostaza y el gran árbol en el que se convierte y donde los pájaros vienen a refugiarse. John Crossan, biblista y sociólogo estadounidense, ha señalado que Jesús se refiere a la mostaza silvestre que los campesinos no plantaron y no querían en sus campos. Todos sabemos que los pájaros no son bienvenidos en los campos porque vienen en bandadas y se comen el grano. Por eso, tal vez Jesús contó la primera parábola insistiendo en que la semilla tiene la fuerza en sí misma para cumplir su misión y germinar y dar fruto por sí sola. La segunda parábola trataba del hecho de que esta fuerte semilla del reino divino llega al mundo como una especie de plaga en el campo. Nadie puede suprimirla. Incluso cuando parece derrotada, el grano de mostaza es demasiado pequeño, desaparece en la tierra y, cuando menos te lo esperas, brota y se convierte en un árbol. El reinado divino es así. Es subversivo. Nadie puede domarlo ni detenerlo.
Para quienes escuchamos hoy esta palabra, el desafío es creer en el poder de esta profecía, incluso en medio de todas las contradicciones de la historia. Tenemos que valorar las semillas que vemos brotar en los caminos de las comunidades, en medio de tantas dificultades. Debemos apostar por los pequeños grupos que siguen reuniéndose para vivir su fe desde una espiritualidad liberadora. Debemos fortalecer los grupos vinculados a la Economía de Francisco y Clara, que se reúnen y recrean cotidianamente experiencias de economías solidarias, aún en medio de un mundo que avanza en sentido contrario.
Damos gracias a Dios por el Movimiento de Jóvenes y Espiritualidades Liberadoras (MEL), que actualmente está echando raíces en varias regiones del país. Sin olvidar las semillas de esperanza y amor plantadas dentro de cada uno de nosotros. Por supuesto, no sólo debemos confiar y creer que la semilla está escondida bajo la tierra y que un día germinará, sino que es importante combinar, por un lado, la paciencia histórica de darnos cuenta de que todo tiene su tiempo y debemos respetar los procesos, pero también estar atentos a lo que el Evangelio llama "prisa escatológica", cuando Jesús advierte que el tiempo ha llegado. Como decía el poema de Pedro Casaldáliga:
"Saber esperar
al mismo tiempo, forzar
las horas de esa urgencia
que no nos permite esperar"
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