Jürgen Moltmann: teólogo de la esperanza y del Dios crucificado

08 de Junio de 2024

[Por: Juan José Tamayo]




El 3 de junio falleció a los 98 años en Tubinga (Alemania) Jürgen Moltmann, uno de los teólogos cristianos más influyentes de la segunda mitad del siglo XX y de los más creativos en diálogo con los nuevos climas cultuales y en respuesta a los grandes desafíos y problemas de la humanidad con especial sensibilidad hacia el sufrimiento de las personas y los colectivos oprimidos por los diferentes sistemas de dominación. Llevó a cabo una verdadera revolución en la teología cristiana con importantes repercusiones en los campos de la cultura, la política, la ecología y el diálogo con el ateísmo. 

 

Nacido en Hamburgo en 1926, perteneció a la Iglesia Evangélica Protestante, ejerció el pastorado en varias comunidades evangélicas y desde 1967 hasta su jubilación fue profesor de teología sistemática en la Universidad de Tubinga. De 1963 a 1983 colaboró activamente en el Consejo Mundial de Iglesias. Fue esposo de Elisabeth Moltman-Wendel, referente de la teología feminista de la primera hora en Alemania, con quien compartió innovadores proyectos teológicos y escribió obras de gran relevancia teológica como Pasión por Dios. Una teología a dos voces (Sal Terrae) y Hablar de Dios como hombre y como mujer (PPC). Recomiendo la lectura de la Autobiografía de Elisabeth. 

 

Sus obras cambiaron el rumbo del pensamiento teológico cristiano en varias direcciones. Moltmann fue el creador de la teología de la esperanza con su obra del mismo título publicada en 1964. Cuenta él mismo que la lectura El principio esperanza, del filósofo alemán Ernst Bloch, le liberó de una especie de sonambulismo en el que estaba sumido entre un Dios sin futuro y un futuro sin Dios. Si Heidegger había ayudado a Rudolf Bultmann a redescubrir las dimensiones existenciales del cristianismo, Bloch mostró a Moltmann las dimensiones utópicas de la religión judeocristiana.  

 

Tras la lectura de la obra de Bloch, surgió espontánea la pregunta: ¿Por qué la teología cristiana ha pasado de largo ante el tema del futuro y de la esperanza cuando eran el fundamento y el resorte del pensar teológico? Dio la respuesta en 1964 con la publicación de Teología de la esperanza, una de las obras más significativas del pensamiento cristiano de los últimos sesenta años, traducida a numerosos idiomas y todavía hoy ampliamente reeditada y citada. 

 

Su intención no era heredar a Bloch, y menos aún entrar en concurrencia con él, sino hacer en la teología lo que su maestro había hecho en la filosofía, a partir de una hermenéutica liberadora y subversiva de la Biblia, libro de las promesas de Dios y abierto al futuro que alienta la esperanza de los pobres. Fue precisamente la lectura de Moltmann la que me condujo al encuentro con la filosofía de la esperanza de Bloch, sobre la que escribí mi tesis doctoral bajo la dirección del filósofo Carlos París, que se definía a sí mismo como “un creyente sin fe, pero con esperanza” (Religión, razón y esperanza. El pensamiento de Ernst Bloch (Tirant lo Blanch, Valencia, 2015, 2ª ed. con prólogo nuevo, biografía y bibliografía actualizadas).   

 

A principios de la década de los setenta del siglo pasado escribió El Dios crucificado. Si en Teología de la esperanza su interlocutor fue Bloch, ahora sus interlocutores preferentes fueron Adorno y Horkheimer y su “Dialéctica negativa”. El libro supuso una verdadera revolución en la imagen de Dios: del Dios “motor inmóvil” de Aristóteles, que ni sufre, ni padece, ni es capaz de amar, al Dios crucificado, que se identifica con las víctimas y él mismo es víctima, como recuerda citando el relato de Elie Wiesel en su trilogía El alba, La noche y El día sobre la crucifixión de tres reos en un campo de concentración.

 

El sufrimiento de Dios, de Cristo, del mundo y de los seres humanos constituye la más severa crítica a los viejos atributos divinos: omnipotencia, omnisciencia, omnipresencia, impasibilidad, infinitud, felicidad celeste no compartida, indiferencia ante el mundo, etc. Revela, asimismo, otros valores menos mayestáticos de Dios y más a ras de humanidad, como impotencia, debilidad, solidaridad, compasión, sensibilidad ante el sufrimiento. 

 

Uno de los textos bíblicos que mejor y más bellamente describe la nueva imagen de Dios en sintonía con los mejores sentimientos humanos es el libro de Judit, donde podemos leer: "Tu poder no está en el número ni tu imperio en los guerreros, eres Dios de los humildes, defensor de los pequeños, apoyo de los débiles, refugio de los desvalidos, salvador de los desesperados" (Jdt 9, 11).     

 

El sufrimiento precede al pensamiento y constituye el marco de la pregunta por la justicia humana y por la acción o inacción de Dios en el mundo. La categoría central de la historia universal es, según Walter Benjamin, "la historia de la pasión del mundo". El espejo roto del mundo distorsiona la realidad y lleva a preguntar si es posible el ideal de un mundo sin sufrimiento y sin dolor. 

 

El Dios crucificado y la esperanza le llevaron a sintonizar con la teología latinoamericana de la liberación, reconocer su solidez, considerarla “la primera teología cristiana contra el capitalismo” y defender la necesidad de una lucha común de esta teología y de la teología política europea “por la vida contra la muerte, por la liberación contra la opresión”. Moltmann afirma que lo que más honda y profundamente le unió a la teología latinoamericana de la liberación fue el brutal asesinato de seis jesuitas y dos mujeres en la Universidad de San Salvador el 16 de noviembre de 1989 para silenciar la voz de denuncia de Ellacuría. Hasta allí peregrinó en 1994. 

 

Él mismo recuerda que la noche del asesinato los militares asesinos arrastraron el cuerpo del padre Ramón Moreno hasta la habitación de Jon Sobrino, que no se encontraba allí, y cayó de la estantería el libro El Dios crucificado, que luego fue encontrado bañado en sangre. “Ahora yace -afirma- bajo un cristal como interpretación simbólica del martirio de hermanos y hermanas” Lo cuenta en Experiencia de Dios (Sígueme, Salamanca, 2009). Cada vez que vuelo a la UCA contemplo en actitud orante el libro ensangrentado de Moltmann bajo el cristal interpretando al “Dios crucificado” a la luz del “pueblo crucificado”, categoría mayor de la teología de Ignacio Elacuría y de Jon Sobrino.  

 

Aportación mayor de Moltmann fue la incorporación del horizonte ecológico en su teología de la creación, que critica el antropocentrismo opresor de la naturaleza, una de cuyas bases es la incorrecta interpretación del mandato divino del Géneris de “dominar la tierra”, busca conciliar los derechos humanos, los derechos sociales, los derechos económicos y los derechos de la tierra, y armoniza la justicia económica con la justicia ecológica. 

 

No quiero terminar el recuerdo del teólogo alemán sin referirme a su original diálogo con el ateísmo y a su consideración de la teología cristiana como teología pública. Lo primero que reconoce es que los ateos tienen sus razones contra Dios y contra la fe en él. El Anticristo, de Nietzsche, afirma, tiene mucho que enseñarnos sobre el verdadero cristianismo. Considera, asimismo, que la crítica de la religión de Feuerbach, Marx y Freud es teológica en su anti-teología. 

 

También es profundamente teológico el ateísmo de protesta que lucha con Dios como lo hizo Job y, por causa del sufrimiento de los seres humanos que clama al cielo, niega que exista un Dios justo que gobierne el mundo con amor y justicia. La pregunta “si hay un Dios bueno, ¿por qué todo está mal?” es también la pregunta fundamental de toda teología cristiana, que toma en serio la pregunta de Cristo moribundo en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

 

Esto le lleva a definir la teología cristiana como una “teología pública”. Su razonamiento es el siguiente. Una teología cristiana exclusivamente para creyentes sería una ideología de una sociedad cristiana religiosa o una doctrina esotérica para personas “iniciadas”. Su retirada del espacio público de la sociedad constituye una renuncia a la relevancia universal del mensaje cristiano. Llegado aquí, se pregunta provocativamente: “¿no es también un teólogo toda persona incrédula que tiene una razón su deseo de no creer y su ateísmo?”, para concluir que la teología cristiana no pertenece al círculo de personas “iniciadas” en la fe, sino igualmente a las personas que se sienten “fuera de la puerta”.

 

Jürgen Moltmann ha fallecido tras un recorrido casi centenario por la historia, que él mismo ha contribuido a construir con su esposa Elisabeth Moltmann-Wendel. Pero nos queda su memoria, que coincide con la memoria subversiva de las víctimas a quienes siempre recordó compasivamente y a cuya autoridad siempre obedeció. Sus libros siguen siendo hoy fuente de inspiración para caminar hacia la utopía por el camino de la esperanza. Creo que él fue el teólogo que mejor supo articular teórica y prácticamente la relación, siempre compleja, entre esperanza cristiana y utopías históricas. Estamos esperando que se publique pronto en castellano su Ética de la esperanza, otra de sus obras mayores.

 

Imagen: https://www.eldebate.com/religion/iglesia/20240606/muere-jurgen-moltmann-teologo-cruz-esperanza_203006.html 

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