19 de Mayo de 2024
[Por: Jesús Rodríguez]
Al abrir la Biblia leemos: “El espíritu aleteaba sobre las aguas” Y más tarde: “El Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz aliento de vida y el hombre se convirtió en ser vivo”. De manera sencilla, aparecen en esta composición literaria tres rasgos, que acompañarán al ser humano a lo largo de su vida: su fragilidad, su conexión con la madre tierra y la vida, animada por el Espíritu, que da sentido a su existencia.
Si echamos una mirada a la historia de la humanidad, encontramos páginas que hablan por sí solas al comprobar que el Espíritu actúa desde abajo. Los que no saben, los que no pueden, los últimos, los crucificados de la historia son, precisamente en los que Dios hace maravillas.
Sara ya anciana engendra a Isaac e Isabel ya grande concibe en su seno y da a luz a Juan El Bautista, el mayor nacido de mujer. Se trata de dos figuras relevantes en la Historia de la Salvación.
El Espíritu habla a través de los profetas y mártires de todos los tiempos, cuya misión es ANUNCIAR Y DENUNCIAR. Amós, Isaías, Mons. Romero, y tántos otros hoy en día, siempre estuvieron y siguen estando animados por el Espíritu.
Basta con recordar a los once, encerrados a raíz de la muerte de Jesús, por miedo a los judíos. Y es ahí precisamente cuando María, la Madre de Jesús, animada por el Espíritu, sostiene aquel parteaguas de la historia, impidiendo que el sueño de Dios a través de Jesús no se venga al suelo.
Es el Espíritu el que da sentido al quehacer evangelizador de Jesús, el Maestro cuando exclama: “Bendito seas, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por que has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla” o cuando llama a Dios “Abba, Padre”.
Padre de los Pobres, consolador, luz santificadora, brisa en medio del fuego, amable huésped del alma, son algunas de las expresiones usadas por el Pueblo Santo de Dios al referirse a la Misión del Espíritu en la Iglesia.
El Papa Francisco, uno de los Profetas más lúcidos y valientes de nuestro tiempo, nos habla de que el Espíritu nos muestra el camino, que es Jesús, refrescando nuestra memoria. El Espíritu es la memoria viva de la vida de la Iglesia, tal como aparece en Los Hechos de los Apóstoles, conocido también como el Evangelio del Espíritu Santo.
En ese sentido, bien se puede decir que Pentecostés marca el banderazo a una Iglesia naciente ya en salida, que hace a un lado el Templo y se propone, con la fuerza y la clarividencia del Espíritu que anima y da vida a todo cuanto nace y crece dentro y fuera de la Iglesia, a hacerse presente en el corazón y en las periferias del Imperio.
Y lo hace con toda la frescura de lo que nace, con el coraje de los que se han fiado de Jesús, que pudo más que la muerte, con el sueño de los que piensan en grande y empuñan en sus manos el estandarte de la Verdad que hace mujeres y hombres libres, y de la Justicia que es el mínimo de la caridad.
Es evidente que ya entonces encontramos en la vida de los primeros cristianos una Iglesia sinodal (con un mismo sentir, un mismo pensar, un solo corazón, una sola alma), samaritana, solidaria, que comparte, se reúne para la oración y celebra la Acción de Gracias en familia.
En una sociedad como la nuestra, tan distraída por los ruidos, tan extrovertida y preocupada por el afán de cada día, viene bien recordar la necesidad del silencio interior para escuchar el suave susurro del Espíritu que nos habita y no perder de vista que “somos seres espirituales que habitamos en un cuerpo humano”.
Bautizados en el Espíritu Santo y ungidos con el óleo de la alegría, henos sido convocados a renovar la faz de la tierra, inyectándole a este mundo corrompido la alegría de vivir, haciendo posible una nueva creación desde la defensa de lo sencillo, desde el cuidado de todo lo creado, desde la protección de los débiles, globalizando la ternura y la solidaridad, con el lenguaje de los gestos y la misericordia.
Sólo acogiendo al Espíritu, sólo escuchando su voz, sólo dejándonos llevar, sólo ensanchando nuestros pulmones con su inspiración, sólo hinchando el pecho, seremos capaces de tomar conciencia que nos ha tocado vivir un tiempo de gracia para asistir al alumbramiento de un nuevo modo de vivir, donde lo único importante sea sentirnos hijas, hijos de un mismo Dios Madre y Padre y miembros de una gran familia, sin distingos de ningún tipo.
Necesitamos hacer a un lado los miedos y la mediocridad y hacer oír nuestra voz acuerpando y haciendo nuestro, todo un proceso de reflexión que nos ayude a descubrir que no podemos seguir como antes: divididos, enfrentados, encapsulados en nuestro pequeño mundo o lo que es peor, sin rumbo, esclavizados o pasando de todo.
“Algo nuevo está brotando. ¿No lo notan?” dejó escrito el profeta Isaías. Y nace como fruto del pésimo resultado de la indiferencia, del decirle amén a todo, del dejar que otros decidan por nosotros. Esta nueva creatura, como flor tierna, necesita una actitud vigilante, sumamente exigente, que olvide actitudes egoístas y nos haga capaces de sabernos escuchar unos a otros, descubriendo los grandes tesoros que hay en aquellas y aquellos a los que la sociedad mira por encima del hombro.
Sacudidos por el confinamiento y la precariedad, urge levantar la cabeza, dándonos la mano, escuchando los latidos del corazón del otro, convencidos de que estamos llamados a ser la reserva moral de este pueblo y la esperanza que no defrauda.
Que el Espíritu de Sabiduría nos saque de nuestra somnolencia y nos ayude a encaminar nuestros pasos por la senda de la toma de conciencia de dónde estamos, qué queremos y cómo vamos a lograrlo, sacando fuerzas de nuestra debilidad, teniendo en cuenta la frase de San Pablo: ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿la tribulación? ¿la angustia? ¿la persecución? ¿el hambre? ¿la desnudez? ¿los peligros? ¿la espada? Como dice la Escritura: “Por ti nos matan cada día, nos tratan como a ovejas de matadero. Pero en todo esto salimos más que vencedores, gracias a aquel que nos amó” (Rom.8, 35-37)
Imagen: http://blog.pucp.edu.pe/blog/buenavoz/2015/05/26/pentecostes-muchas-partes-un-cuerpo/
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