Creo, Señor, pero aumenta mi fe

11 de Mayo de 2024

[Por: Rosa Ramos]




“Que tu Espíritu sea danza que inspire el caminar... Que tu Espíritu nos mueva siempre a dar un paso más. Nos invite a compartir la mesa con todo nuestro pan Nos inunde de sentido y alegría en el andar… 

Cecilia Rivero Borrell 

 

Estamos avanzando en el tiempo Pascual, madurando en la apertura al Espíritu cuya presencia – fiel y permanente- celebraremos de modo especial en Pentecostés. Ubico este marco temporal litúrgico para compartir una experiencia en la que sentí acrecentar mi fe, mi esperanza y la fuerza para seguir amando, apostando al Reino de Dios que está entre nosotros (Lc. 17, 20-21) y que a la vez siempre pedimos saber acoger como regalo­: “Venga a nosotros tu reino”.

 

Los que somos creyentes en el Dios revelado por Jesús, no vivimos una fe uniforme y sin fisuras, tampoco nuestra esperanza es siempre firme. Muchos motivos nos hacen dudar, bajar los brazos. Pero si a los cristianos nos falta la esperanza somos sal que no da sabor. Por eso pedimos la fe, purificarla, hacernos conscientes de esa presencia del Espíritu de Dios siempre actuando. Así lo hizo aquel padre desesperado al presentarle a Jesús a su hijo enfermo, ante la pregunta del Maestro, el padre grita: “Creo, Señor, pero aumenta mi poca fe” (Mc. 9, 24). Pedir humildemente tiene el valor de abrir rendijas a eso que deseamos de corazón y que siempre nos es ofrecido.

 

Dios no se deja vencer en generosidad. Nos regala una y otra vez motivos, experiencias que fortalecen la fe para poder ser testigos y como lámparas encendidas puestas en lo alto, iluminar la casa -nuestros ambientes, la sociedad, la cultura-, dando aliento para seguir esperando, amando, entregando la vida a fondo perdido.

 

Comparto cómo Dios encendió mi fe al compartir una jornada de oración y reflexión con jóvenes voluntarios vinculados a “La Huella”. Fuimos con un sacerdote amigo a orientar ese espacio y salimos nosotros “edificados” y agradecidos por lo recogido. La granja hogar La Huella fue fundada en 1975, tiempos difíciles en Uruguay, cerradas muchas actividades y alternativas por la dictadura. En ese contexto un grupo de jóvenes, tras un discernimiento vio que algo era posible hacer siguiendo la orientación de la Iglesia latinoamericana que animaba una fe encarnada y una “opción por los pobres”. Eso posible era un hogar para niños, niñas y adolescentes, sin padres o con familias muy vulnerables. En ese proyecto se embarcaron parejas recién casadas que fueron a residir allí, otros solos y Luis Pérez Aguirre, sj (1941-2001). A lo largo de tantos años el proyecto se fue adaptando a los tiempos, necesidades y posibilidades. Hoy su misión es habilitar procesos que permitan a los Niños, Niñas, Adolescentes y sus familias, en situación de vulnerabilidad social, ser protagonistas en el cambio de su propia realidad.”  Ver  https://youtu.be/xdwLPTYMAIU

 

En los últimos diez años muchos jóvenes pasaron por allí, colaborando y viviendo con los internados, cierto tiempo. Hoy La Huella cuenta con varios programas y funciona con una Directiva integrada por personas de diferentes edades comprometidas con el presente y futuro de este desafiante emprendimiento, que lleva cuarenta y nueve años en el mismo enclave, en Las Piedras, Canelones. Dos de los directivos jóvenes quisieron profundizar en la opción por los pobres que dio origen a La Huella y los sigue inspirando, para ello convocaron a otros que han vivido allí. Nos recibió la pareja de jóvenes que instalada allí desde hace un año y medio,  que al menos permanecerá también todo el 2024. En total participaron doce jóvenes universitarios que han optado por carreras tan variadas como psicología, medicina, arquitectura, química, ingeniería, economía, profesorado… 

 

En este Uruguay laico y en esta sociedad marcada por el individualismo, impresiona que todos manifiesten una fe viva, cultivada en pequeñas comunidades, y que se sienten interpelados por la realidad del dolor y la injusticia. Esa que alguna vez descubrieron les ha “quemado” y marcado para siempre; de ahí sus búsquedas y su querer seguir apoyando este como otros proyectos solidarios. Quieren conocer más, entender la realidad y sus causas, así como los fundamentos teológicos para seguir optando por vivir la fe y la fraternidad al estilo de Jesús.

 

Fue conmovedor escuchar sus relatos, tras un tiempo de oración en que se les propuso recordar, volver a pasar por el corazón, personas, situaciones, grupos, que a lo largo de sus vidas los llevaron a la fe y a la opción por los pobres, siendo voluntarios en La Huella.

 

Varios mencionaron a sus padres como los primeros testigos o faros, algunos mostraron gran admiración por su solidaridad, por su cercanía a la gente “diferente” a la clase socioeconómica de la que procedían. Sus padres con mayor o menor fe, no eran indiferentes al dolor de los otros. Lugar también fundamental le dieron a los Colegios (Seminario y San Ignacio) que con sus propuestas de formación y solidaridad los había marcado a todos. Los referentes de los grupos, los animadores, los amigos que invitaban a participar, aquellos que habían sido puerta a experiencia de vivir en La Huella un período de tiempo... Además citaron libros; libros que encontraron en sus casas “los libros de Perico”, o que les fueron recomendando. Padrinos, personas que sabían habían entregado su vida por los demás. Uno de los jóvenes llegó a la fe y allí por su novia. ¡Muchas bellas historias!

 

Destaco algunas afirmaciones de las que tomé apuntes fragmentarios: “Mis padres también venían a La Huella, mi padrino vivió aquí, mi hija vivió aquí antes de ser mi hija”. “El voluntariado se entiende en la vocación fraternal… estamos llamados a responder por todos los hermanos”. “Mi padre fue mi ejemplo de relación fraternal con personas diferentes, de él aprendí mucho, incluso después de muerto”. “Acompañar el sufrimiento del que lo padece, siendo uno alguien que sufre también”. “Dios, fe y servicio son inseparables, eso me lleva a sumarme a todas las propuestas”. “La Huella es un laboratorio, un lugar donde se aprenda a amar, aquí es fácil amar”. “Una vez que se vive en la Huella y se aprende a ver a todos como hermanos, uno puede caminar por la calle sin miedo, ya no hay rechazo ni temor a ninguna persona”. “¿Quién soy y quién quiero ser?, son las preguntas que no dejo de repetirme y que me guían”. “Tener una mirada crítica de la realidad y la moral para mí es esencial, estoy orgulloso de ella que me mueve a las búsquedas y a las opciones”. “Aquí se aprende el amor incondicional, que el amor no tiene por qué ganarse o ser merecido”. “Es necesario abrirse a lo nuevo, no permanecer en las burbujas cómodas y seguir profundizando las opciones”. “La ciencia me hace pensar que no hay opciones libres, pero, sin embargo, el Misterio quema y mueve a optar.” “Una vez que se vive el dolor de los hermanos, no se puede volver atrás, el otro quema adentro.” “La comunidad es un espacio de acompañamiento orientado al bien de los otros.” “Necesito conocer, necesito entender la realidad y eso me compromete”. “En el servicio, en el voluntariado, se ama y se halla la alegría y la paz.” “Dios agita mi corazón, me catapulta a gastar la vida por los otros”.

 

Escuchar estas afirmaciones dichas por muchachos y muchachas, fue avivar la llama de la fe y de la esperanza. Sigamos cantando y rezando eso que pide la canción citada al inicio, pero a sabiendas que lo nuestro es descubrirlo, porque el Espíritu que celebramos en Pentecostés es libre y sigue soplando y animando “donde quiere”.

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