¿Tiene futuro hoy la teología? ¿qué teología?

01 de Mayo de 2024

[Por: Pepa Torres]




Reflexiono en este artículo al hilo de esta pregunta que me hizo una mujer compañera de luchas y sueños recientemente. Ciertamente vivimos tiempos difíciles para la teología porque vivimos tiempo de banalización del mal, mercantilización de la vida, frivolización del sentido de lo humano exaltación de la pura emocionalidad y desprecio hacia la reflexión crítica. Pero dicho esto también estoy convencida que allá donde las mujeres y los hombres “tocan fondo” emerge la pregunta por el misterio de la vida, la creación, las relaciones, la gratuidad. Allá donde emerge el sentido de hacer histórica la utopía, los anhelos más hondos del ser humano, el grito frente a la opresión y el sufrimiento es el caldo de cultivo propicio para la teología. Pero la pregunta sobre si tiene futuro la teología conlleva también cuestionarnos de que teología estamos hablando. Hace ya muchos años me impresionó un texto de Ivone Gevara en su libro Teología a ritmo de mujer donde escribió una de las definiciones sobre la teología que me resultó y me continúa resultando sumamente provocadora: El alma de toda teología es el conocimiento práctico de las cosas más importante de la vida. Toda sistematización posterior, toda tematización, toda articulación de ideas está vitalmente ligada a este suelo primordial de la vida [1]. También Gustavo Gutiérrez identifica la teología como una carta de amor al Dios en quien, creemos, al pueblo y a la iglesia de la que formamos parte. Un amor que no desconoce las perplejidades y hasta los sinsabores, pero que es sobre todo fuente de una honda alegría y esperanza para los últimos y las últimas[2]. 

Sor Juana Inés de la Cruz pensaba que la teología, al igual que la filosofía, tenía mucho que ver con la cocina. En su Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, afirma que si Aristóteles hubiera guisado mucho más más hubiera escrito[3], por todo lo que a ella le provocaba el milagro de la contemplación y la participación en la mezcla de alimentos, los sabores, la condimentación, pero también los procesos. Siguiendo esta mismo idea cinco siglos después la teóloga Rosemary Radford Ruether afirma que no se puede hacer teología sin saber cocinar, es decir que un teólogo o teóloga no puede estar al margen de la atención a lo concreto y lo cotidiano, que un teólogo o teóloga no puede ser solo eso, sino que ha de ser también a la vez, ciudadano/a, vecino/a, compañero/a eclesial, servidor/a a la mesa del reino sentado con el pueblo. Por eso, como señala también Javier Vitoria es necesario abandonar el estilo aristocrático en el quehacer teológico, propio de varones y hombres consagrados y célibes en una cultura clerical y androcéntrica. También los laicos y las mujeres piensan la fe y lo hacen primariamente con sus manos y con sus pies en el seguimiento a Jesús[4]      

Venimos de una tradición en donde mayoritariamente la teología se ha entendido como intellectus fidei, es decir, dar razón intelectualmente de los contenidos de la fe, pero la teología debe ser sobre todo intellectus amoris, inteligencia del amor. El amor es también social ciudadano, político (LS 232) y eso a veces a los creyentes y a los teólogas y teólogas se nos olvida. No podemos hacer experiencia del Dios de Jesús ni intentar reflexionar sobre Él al margen de la violencia, la injusticia estructural y el desamor que atraviesa hoy la vida en el planeta, sin tomar posición frente a ello, sin situarnos al lado de quienes más las padecen y también de quienes la enfrentan inventando formas de resistencia y su desmantelamiento en el corazón humano y en las estructuras socio- políticas. Por eso la teología no puede dejar de preguntarse si significa algo para quienes transitan las periferias sociales y existenciales, si su pensar y decir tiene consecuencias en las vidas de los y las descartables, si alienta su esperanza su resistencia, sus utopías o es irrelevante para ellos y ellas. 

La teología ha de ser experta en hacerse y hacer preguntas incómodas[5]: ¿Qué nos duele hoy a la teología y a las comunidades cristianas?: ¿el vacío de nuestras iglesias?, o preguntas como, ¿dónde dormirán hoy los migrantes y tantas personas y colectivos a las que se les niega el derecho a tener derechos en nuestras ciudades? [6].¿Nos atrevemos a hablar de Dios, incluso a orar, como si los pobres y las pobres no existieran…cómo si las muertes de las mujeres por violencia de género y los feminicidios en el mundo no existieran? ¿Cómo si las guerras no existieran? ¿Cómo si los campos de refugiados en el  mundo no fueran el grito de Dios urgiéndonos a una comensalidad abierta, a sentarnos juntos y juntas en la mesa de la vida, la universalidad de los derechos humanos y sociales? Porque ser humano hoy, se sigue historizando hoy en según se pueda comer o no comer, circular libremente por el mundo con un visado sin ningún problema o alcanzando la muerte en cualquier frontera en el intento de cruzarlas o terminando en el infierno de la trata.Por eso la teología o la reflexión sobre el Dios cristiano no puede hacerse desde un sillón, desde el solo escritorio, como nos recuerda el papa Francisco, es decir, al margen de los gritos y los sueños de las mujeres y los hombres de hoy (GS1), especialmente de los últimos, porque existe un vínculo inseparable entre la fe y los pobres (EG 198). Por eso cuando la teología se desliga del mundo y no se toma en serio los problemas concretos históricos y cotidianos de la gente normal (y no de los clérigos) y especialmente de los pobres, está atentando contra la encarnación.

Es urgente una teología las periferias y una teología del grito  

 La teología si es cristiana no puede estar al servicio del status quo, sino reavivar la memoria peligrosa de Jesús de Nazaret como una memoria crítica y desinstaladora contra toda forma de poder y opresión, que genera que unas vidas valgan más que otras y que el planeta, la casa común este siendo expoliada por los intereses de los mercados. La teología ha de ser porosa a los gritos de los y las pobres porque Dios no es solo silencio. Dios es también clamor y grito. La teología del grito es una teología que pone atención y escucha en lo emergente, que reconoce que las empobrecidas y los empobrecidos tienen voz y gritan. Gritan con sus bocas en diversidad de acentos y lenguas y cuando éstas son acalladas siguen haciéndolo con la palabra de sus cuerpos Lo que no tienen son micrófonos ni medios de comunicación al servicio de sus intereses. Una teología que quiere recuperar la función social del grito. 

En el libro del Eclesiástico hay un texto maravilloso que se refiere al poder transformador de los gritos: los gritos de los pobres son tan fuertes e insistentes que atraviesan los cielos, traspasan las nubes, llegan hasta el mismo Dios y no cesan hasta ser escuchados, de modo que hacen que Dios rompa toda su imparcialidad y tome parte, es decir, participe de sus luchas y sueños haciéndose parcial con ellos y ellas (Sir 35,15- 21). Por eso los gritos de quienes habitan las periferias son la brújula de la iglesia. De manera que cuando dejamos de ser compañeros y compañeras de vida, de luchas, de riesgos y sueños en común con los y las pobres la teología pierde su función profética en la iglesia. Pero estos gritos no son sólo de opresión y sufrimiento, sino también de júbilo y acción de gracias, como cuando ganamos un desahucio, unas medidas de alejamiento, impedimos una deportación o un grupo de subsaharianos, salta la valla de Melilla al grito de “Boza”, porque el mundo de los pobres paradójicamente no es sólo el mundo de la carencia, sino también el de la creatividad y el derroche. 

Una teología cuidadosa en su decir y abierta a nuevas categorías tomadas de otras disciplinas y en diálogo con ellas desde nuevos paradigmas 

La cuestión del lenguaje es fundamental, no solo porque el lenguaje nunca es neutro: dime como nombras la realidad y te diré cuál es tu lugar en el mundo, tu geografía, tu lugar social y epistemológico, quienes quieren que te entiendan, etc, sino también porque Dios es Palabra encarnada, que se nos quiere dar a conocer universalmente, desde las últimas. Por eso uno de los principales desafíos hoy en nuestra teología y pastoral son los nuevos lenguajes. Jesús fue un experto en ello. Todo Él es pura teología narrativa: parábolas, gestos llenos de vida, imágenes inclusivas y universales para que la gente más sencilla pudiera entenderle y experimentara que la Buena Noticia tenía que ver con sus vidas cotidianas. Yo creo que, en esto, la teología y tiene todavía una deuda pendiente.   

Una teología que parte de la acogida y la escucha al Dios que se sigue revelando en la historia. Una teología en diálogo con otras disciplinas, abierta a la migración de nuevos conceptos y categorías tomados de la antropología, de la ciencia, de los movimientos sociales, de la antropología, de la sociología, del arte. Sin este diálogo con el mundo y los nuevos paradigmas la teología no tiene ningún futuro   

 

Una teología y una pastoral por tanto que renuncia a posturas dogmáticas y apuesta por el conocimiento que emerge de las experiencias existenciales de las personas, colectivos y pueblos. Es decir, que reconoce e incorpora sabidurías, lenguajes, símbolos que nacen del reverso de la historia y que desde la lógica del poder hegemónico se considera no oficiales (periféricos). En definitiva, saberes y conocimientos compartidos que nacen del amor, de la solidaridad, de los sueños y las luchas comunes, de lo cotidiano,

 

Retomo la pregunta punto de partida de esta reflexión: ¿Tiene futuro hoy la teología? ¿Qué teología? Mi respuesta es esperanzada, porque desde las periferias la esperanza se impone por pura supervivencia. Ellas son mi lugar teológico y epistemológico y desde ellas soy testigo de la capacidad que tiene la teología de despertar deseo y pasión por las cuestiones fundamentales de la vida y empujar desde ahí la historia hacia el sueño sororal y fraternal de Dios con toda la creación. Porque es en los márgenes del río (…) en medio de la plaza donde crece el árbol de la vida (Ap.22, 1-5)   

 

 

[1] Ivone Gevara, Teología a ritmo de mujer. 

[2]  Gustavo Gutiérrez, La densidad del presente, CEP, Lima, 2003, pág. 84 

[3] Sor Juana Inés de la Cruz, Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, Fontamara. México, 2000, pág 55

 

[5] Pepa Torres Pérez, “Los pobres como lugar teológico”, en AAVV, Teología desde las víctimas. Tirant  humanidades, Valecnia,2017, pág. 9-22  

[6] Pregunta fundamental para la teología de la liberación. Cf. Gustavo Gutiérrez, ¿Dónde dormirán los pobres esta noche?, CEP, Lima, 2002.

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