La pedagogía de Jesús en el camino a Emaús

02 de Abril de 2024

[Por: Armando Raffo, SJ]




“…contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan” (Lc. 24, 35) Este fue el epílogo, veamos el proceso.

 

Los discípulos de Emaús formaban parte del grupo de los que habían seguido a Jesús pero que se volvieron decepcionados a su pueblo después que muriera ignominiosamente en la cruz. Todo indica que la frustración les había embargado de tal manera que ya no eran capaces de acoger el mensaje que algunas mujeres habrían escuchado de un Ángel: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado…”. Aunque el evangelio de Lucas, apoyándose en la tradición, recuerda que era necesario que el mesías sufriera, que tendría que ser entregado en manos de los pecadores y que su muerte en cruz sería el preámbulo de su resurrección, los discípulos de Emaús descreídos emprendieron la vuelta a sus pagos.   

 

La muerte del maestro descolocó a muchos de sus discípulos al punto de inhabilitarlos para percibir los signos que, de una u otra forma, ya anunciaban la resurrección del Señor. El impacto de la muerte de Jesús había sido tan fuerte que les había hundido en la tristeza de tal manera que no podían percibir lo nuevo que ya comenzaba a manifestarse. Los discípulos no dieron crédito al testimonio de las mujeres que decían haber visto una aparición de ángeles que decían que Él estaba vivo. Ello motivó que otros discípulos fuesen a verificar lo que ellas habían dicho, pero sin ver al maestro. 

 

Cuando los dos discípulos emprendieron la marcha hacia sus casas, se les acerca un peregrino para caminar con ellos. Cabe recalcar que el nuevo compañero de camino no tenía los rasgos físicos de Jesús ya que si así fuera, tendrían que haberle reconocido.  Importa recordar que el relato de los discípulos de Emaús y otros similares, pretenden anunciar la resurrección de Jesús, no en moldes marcados por el tiempo y el espacio, sino como un evento escatológico. Basta subrayar que los discípulos caminaron con él a lo largo de toda la jornada sin sospechar la identidad de quién los acompañaba. Luego de desembuchar su desilusión en el contexto del diálogo que sostuvieron, fue que sus corazones estaban mejor templados para creer en la resurrección del Señor.  

 

Además del diálogo que iba restañando las heridas de los discípulos, era necesario apelar a un signo muy particular para que entendieran que Jesús seguía caminando con ellos a lo largo de la vida. Caber recordar que cuando Jesús hizo ademán de seguir adelante, los compañeros de camino insistieron en que se quedara con ellos aduciendo que ya era tarde. Es entonces cuando Jesús hace un signo muy entrañable para sus discípulos que corrió el velo que les había impedido creer en el testimonio de las mujeres: “… tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo iba dando” (v.30).  

 

Importa subrayar que fue el propio Jesús quién dio el puntapié inicial para que pudieran compartir todo lo que había sucedido en Jerusalén y lo que embargaba sus corazones. Asimismo, Jesús no duda en interpelarlos recordando las profecías que anunciaban al Mesías sufriente: “¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?” Con una pedagogía muy particular les ayudó a ir asumiendo que el sufrimiento constituía parte de un proceso necesario para alcanzar la vida plena. “Miren que subimos a Jerusalén, y se cumplirá todo lo que los profetas escribieron sobre el Hijo del hombre; pues será entregado a los gentiles, y será objeto de burlas, insultado y escupido; y después de azotarle le matarán, y al tercer día resucitará.” (Lc.18,31) 

 

En el camino hacia Emaús, Jesús se revela como un gran pedagogo. Además de ayudarlos a expresar lo que sentían, alude a rasgos esenciales y conocidos de la fe del pueblo referentes al Mesías. Aunque el Antiguo Testamento deja ver distintos rasgos sobre el Mesías, ya como un pastor, ya como rey poderoso ya como siervo sufriente, es claro que el pueblo se inclinaba por el que habría de librarlos del yugo de los romanos mediante la violencia. El diálogo sostenido a lo largo de la jornada les ayudó a ver, aunque sin convicción profunda, la imagen y pertinencia del Mesías sufriente.  

 

Ese diálogo fue tan importante para ellos que le insistieron que se quedara aduciendo que ya era tarde. Jesús accedió a su pedido y una vez sentados a la mesa, repitió el gesto de la última cena: tomó el pan, lo partió y repartió con ellos. Fue ese signo el que les permitió reconocer la verdadera identidad del compañero de camino. Tal fue su alegría que ya no importaba la hora ni el cansancio para emprender el regreso a Jerusalén y compartir su alegría con los otros discípulos.  

 

Concluyendo, bien podemos decir que el relato de los discípulos de Emaús subraya la pedagogía de Jesús para con los suyos, deja ver a las claras que los procesos interiores que importan requieren de tiempo y perseverancia. Descubrimos, pues, a un Jesús pedagogo que les ayudó a expresar su estado de ánimo para después realizar algo que tocaría fibras muy hondas de quienes le habían seguido. Después de ese proceso pudieron entender mejor cómo Cristo acompaña a los suyos a lo largo del camino de la vida. No en vano los discípulos llegan a exclamar: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón cuando nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?” Lc. 24, 32. 

 

Así como la cultura en que nacemos y crecemos moldea nuestra forma de sentir y percibir, es claro que las “novedades radicales” también requieran de tiempo y perseverancia para ser acogidas a nivel existencial.  

 

Imagen: https://padreseudistas.com/domingo-3-ciclo-a-el-camino-de-los-discipulos-de-emaus/ 

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