Resurrección: una vida diferente

02 de Abril de 2024

[Por: Rosa Ramos]




“No teman, no está aquí, ha resucitado…” Mt. 28, 6

 

Los cristianos celebramos la Resurrección de Jesús como misterio central de nuestra fe. Porque como dice San Pablo, de no creerlo así, vana sería nuestra fe. 

 

A lo largo de los siglos de cristianismo hemos ido concibiendo de modos diferentes la Resurrección de Jesús; se empezó por creer, y así fue por siglos, en una “revivificación”, un volver a vivir con el mismo cuerpo, poder comer con los discípulos, ser tocado, oír su voz, etc. Se trataba de una lectura literal de los evangelios. Luego los estudios teológicos y exegéticos ayudaron a una nueva comprensión, a partir de entender cómo, cuándo y para qué fueron escritos los textos.

 

Hoy sabemos que los Evangelios no son crónicas históricas -como las concebimos en la actualidad- de hechos, sino el anuncio de la Buena Noticia y la invitación a seguir al Maestro, que los discípulos de la segunda y tercera generación quisieron consignar por escrito, una vez que los de la primera ya no estaban para hacer memoria oral. Esas comunidades quisieron transmitir qué vivieron y cómo les cambió la vida adherirse y seguir a la persona de Jesús de Nazaret, aquel extraño profeta que fue escarnecido y asesinado por una alianza de poderes en Jerusalén. Los cuatro evangelios que llegaron a nosotros, según el canon establecido por la Iglesia en su momento, tuvieron ese objetivo: compartir un mensaje de salvación y vida. 

 

Fueron escritos por diversas comunidades de seguidores de Jesús, con sus particularidades, sus historias y para diferentes destinatarios. Lo hicieron con los recursos disponibles entonces, con los relatos recogidos, las tradiciones celebradas en común, como el partir el pan, con el lenguaje de la época y con las categorías de pensamiento que disponían, fueran judías o griegas. Saber esto a partir de la Modernidad, estudiar los diferentes lenguajes, también las teorías de construcción de los textos, en general y de los bíblicos en particular, nos ha llevado también a comprender de modo no literal la Resurrección de Jesús, su vida definitiva en Dios. El Concilio Vaticano II contribuyó mucho a animar a profundizar en dichos estudios que antes se llevaban a cabo en secreto. Claro que los estudios teológicos y la exégesis bíblica no son accesibles a todos los cristianos, ni mucho menos, de modo tal que aún coexisten diversos modos de entender los misterios de nuestra fe.

 

Más que en las comprensiones y formulaciones dogmáticas, los cristianos coincidimos en la fe en Jesús, como la revelación más patente de Dios, creemos que su vida toda, desde sus largos años de silencio en Nazaret, pasando por su prédica, hasta su pasión, muerte y resurrección, es Palabra de Dios para nuestra vida con sentido y en plenitud. Por eso hacemos memoria y celebramos la Pascua, no solamente cada año, sino en cada Eucaristía, dando gracias a Dios.

 

Dado que mi espacio en este blog de Amerindia se titula El Espíritu y la libertad, y como ya los lectores saben de mi postura encarnacionista, mi vocación de ver el paso de Dios en la historia, me tomo la libertad de hablar de la Resurrección tal como la vi plasmada en una película que ni siquiera proviene del mundo occidental y cristiano. Desde allí, ofreceré hoy mi reflexión pascual.

Hace pocos días vi la película “Días perfectos”, transcribo algunos datos: Perfect Days es una película de 2023 dirigida por Wim Wenders, a partir del guion escrito por Wenders y Takuma Takasaki. Se trata de una coproducción entre Japón y Alemania, que compitió por la Palma de Oro en el Festival de Cine de Cannes de 2023 y ganó el Premio del Jurado Ecuménico y el Premio al Mejor Actor para Kōji Yakusho. 

 

En esta película de dos horas de duración, “no pasa nada” durante las dos terceras partes de la misma, si por pasar entendemos acción, cambios, rostros, acontecimientos que se suceden vertiginosamente. Sólo “pasa algo” durante unos veinte minutos, con la llegada de la sobrina del protagonista que se escapa de la casa materna y permanece con él unos días, acompañándolo y compartiendo su vida, hasta que la va a buscar la madre en un coche de alta gama conducido por un chofer. El resto del tiempo la película nos muestra con primeros planos la cotidianidad y rutinas del protagonista (bien merecido premio como mejor actor a quien lo representa). El señor Hirayama, como lo llaman todos, prácticamente no habla en toda la película, de ahí que a la lentitud de la misma, ha de sumarse el silencio, que yo diría es el mayor protagonista del film.

 

Con esta descripción ya voy alejando a muchos posibles espectadores, porque en honor a la verdad, poco hay para ver de acciones y menos aún para escuchar de parlamentos en Días perfectos. Sin embargo, es una película bellísima, que exhala poesía y mística de la vida cotidiana. Imagino del regocijo de Margarita Saldaña si la ve, autora de “Rutina habitada. Vida oculta de Jesús y cotidianidad creyente”, su tesis publicada hace ya diez años. 

 

El protagonista, el señor Hirayama, se levanta cada día, se higieniza y se asoma a la puerta de su casa humilde en un barrio de Tokio, sin duda de gentes de bajos ingresos, mira el cielo y sonríe. Eso cada día, luego se va a su jornada de trabajo, que consiste en limpiar baños, tarea que hace con tal dedicación y perfeccionismo, como si se tratara de una operación de cirugía mayor o de un joyero dando brillo a su mejor creación. Tiene hábitos sencillos: almorzar en un parque contemplando y sacando fotos a la luz que se cuela entre los árboles, a la noche luego de su baño (en un sitio público) tomar algo en un bar, andar en bicicleta, escuchar música en el camino a su trabajo cada día, comprar libros, leer siempre antes de dormir. Poco más. La cámara sigue esos movimientos y su rostro que se nos va haciendo cada vez más acogedor, familiar, y expresivo en su silencio.

 

Claro que hay una trama mínima de acciones que cambian en algo la rutina, con la aparición de la sobrina, que permite entender que hubo un drama en la vida de ese hombre que vive solo, que trabaja y disfruta de placeres sencillos. Hubo cruz, hay marcas como las que buscaba Tomás, pero cicatrizadas, dando lugar a un hombre bueno y referente para los que lo tratan. Vive una vida nueva, resucitada, de una historia de dolor apenas insinuada. Hirayama casi no emite palabras, pero escucha, y con esa actitud, permite que otros tomen conciencia, se cuestionen, acepten su vida y sean capaces hasta de jugar con sus sombras, sin temores y sin rencores. Sobre todo, que recuperen la esperanza y el sentido para vivir los desafíos concretos que tienen, para hacerlo con fidelidad, dignidad y belleza. Hirayama regala nuevas oportunidades, como lo hizo Jesús con los que se iban a Emaús decepcionados, con tantos y tantas en su vida pública y seguramente con otros antes, en treinta años de silencioso trabajar y contemplar, en la llamada “vida oculta” en Nazaret.

 

Esta película es un canto a la rutina habitada por Dios, un canto a la resurrección silenciosa que tantas personas viven y desde la cual animan a vivir a otros. Me regaló un anticipo de la Pascua, como el que vivieron Pedro, Santiago y Juan en el Tabor. Claro que eso fue entendido por los discípulos después y también nosotros solemos entender lentamente tras diálogos y rumias que el silencio de Dios en la Cruz se hace Palabra de Vida en la Resurrección. ¡Felices Pascuas!

 

Imagen: https://revistadiners.com.co/cultura/cine/137863_dias-perfectos/ 

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