Entrevista de Jesús Bastante a Juan José Tamayo sobre su libro “Pederastia. ¿pecado sin penitencia?”

24 de Marzo de 2024

[Por: Jesús Bastante | Religión Digital]




¿Se reduce la pederastia a unos pocos casos o es un problema estructural en la Iglesia católica? 

 

La pederastia es uno de los mayores escándalos de la Iglesia católica del siglo XX, si no el mayor, el que más descrédito ha provocado en esta institución bimilenaria, uno de los que más pérdida de cristianos y cristianas ha generado. Es un problema estructural, legitimado institucionalmente por las más altas jerarquías durante décadas, desde el Vaticano hasta los obispos de numerosas diócesis de todo el mundo. No vale decir que son casos aislados y marginales, sino que afecta a todo el cuerpo eclesial: sacerdotes, obispos, arzobispos, cardenales, Curia Romana, profesores, párrocos, formadores de seminarios, maestros de novicios, educadores y profesores de colegios religiosos, padres espirituales, capellanes de conventos. Tampoco cabe decir, como excusa,  

 

En el caso de España, el negacionismo, el silencio, el ocultamiento de los crímenes de pederastia durante décadas y la permisividad del delito, primero; el encubrimiento, la minusvaloración del número de pederastas y de víctimas (“solo pequeños casos”, afirmó monseñor Luis Argüello, siendo secretario de la Conferencia Episcopal Española) y la falta de denuncia ante los tribunales de justicia, después, y, posteriormente, la auditoría encargada por la Conferencia Episcopal Española (CEE) al despacho de abogados Cremades & Calvo Sotelo, cuyo presidente Javier Cremades ha reconocido su pertenencia al Opus Dei, organización eclesiástica encubridora de pederastas en su seno, son la mejor demostración del desprecio a las víctimas y de la falta de com-pasión con ellas por parte de un importante sector de la jerarquía católica española, que se convierte así en responsable y cómplice de dichos crímenes.

 

No vale decir que se trata de casos aislados y marginales, ni, como excusa, que la mayoría del clero católico y de los formadores de seminarios y noviciados de congregaciones religiosas han demostrado una conducta ejemplar. No, no son casos aislados y marginales. Todo lo contrario: los pederastas dentro de la iglesia católica se ubican en el ámbito de lo sagrado, que es considerado espacio protegido, y, desde la institución eclesiástica, es excluido del ámbito cívico y se pretende blindar frente a cualquier acción judicial. Así se viene procediendo desde tiempos inmemoriales.

 

La pederastia se ha producido en todos los espacios del poder eclesiástico y en sus dirigentes: cardenales, arzobispos, obispos, miembros de la Curia romana, miembros de congregaciones religiosas, responsables de parroquias, capellanes de Congregaciones religiosas femeninas, profesores de colegios religiosos, formadores de seminarios y noviciados, padres espirituales, confesores, etcétera.

 

El diario El País ha podido acreditar y ha publicado los nombres de 39 obispos acusados de haber ocultado casos de pederastia “a través de sentencias canónicas, documentos inéditos y denuncias de las víctimas”[1]. Las estrategias seguidas por los obispos para el encubrimiento eran fundamentalmente tres: mantener al supuesto pederasta en el lugar donde había delinquido sin llevar a cabo una investigación; cambiarlo de parroquia en la misma diócesis y enviarlo a otro país sin informar al obispo y a los feligreses del nuevo lugar de destino del motivo del traslado.

 

Entre ellos figuran dos presidentes de la Conferencia Episcopal Española, como los cardenales Vicente Enrique y Tarancón y Antonio María Rouco Varela, los cardenales Narcis Jubany, Luis María Martínez i Sistach, Ricard Carles, arzobispos de Barcelona, el cardenal Carlos Osoro, arzobispo de Madrid, arzobispos y obispos.

 

Todos ellos se consideran representantes de Dios, y sus comportamientos, por muy perversos que sean, se ven legitimados por “su” Dios, el Dios varón que ellos han creado a su imagen y semejanza para ser perdonados por sus crímenes y librarse de las condenas terrenales y, a través de la absolución, también de las penas eternas, razonando de esta guisa: solo Dios es capaz de juzgar y, en su infinita misericordia y bondad, perdonar los pecados no solo los veniales, sino también los mortales, incluidos los crímenes, como ha llamado el papa Francisco a las agresiones contra niñas, niños, adolescentes y jóvenes indefensos. Se crea así un cerco eclesiástico que impide llevar los casos de pederastia a los tribunales. 

 

¿Cuál es la raíz de tamaño crimen?

 

Yo creo que se encuentra en el poder detentado por las personas sagradas, un poder omnímodo y en todos los campos.

- Poder sobre las conciencias que requieren de guías morales que orienten en el camino de discernimiento del bien y del mal, y esos guías son los representantes de Dios;

- poder sobre las mentes para uniformarlas sin posibilidad de disentir y para discernir la verdad de la falsedad, que llega a poner entre paréntesis la razón y reclama la iluminación de la fe bajo la guía del magisterio eclesiástico;

- poder sobre las almas, que, desde una antropología dualista, es lo único a salvar del ser humano;

- poder sobre los cuerpos que se convierten en propiedad de las masculinidades sagradas, objeto de colonización y de uso y abuso a su capricho.

 

Se trata de un poder omnímodo, que se basa en la masculinidad sagrada, sin control de instancia humana alguna, sin equilibro de otros poderes, porque en la Iglesia católica no hay división de poderes, sino que todos están concentrados en el Papa y en sus representantes, nombrados con el dedo del Sumo Pontífice, como tampoco hay democracia que reconozca el derecho de elegir o de cesar a los representantes. 

 

Pero no es un poder cualquiera, sino un poder patriarcal sobre las mujeres, los niños, las niñas, los adolescentes, los jóvenes y las personas más vulnerables y más fácilmente influenciables entre los fieles. Un poder que se caracteriza por tener una organización jerárquico-piramidal donde las personas creyentes de base no tienen otra función que la de obedecer y cumplir órdenes y donde las mujeres son excluidas del acceso directo a lo sagrado y eliminadas de los ámbitos donde se toman las decisiones que afectan a toda la comunidad cristiana, y por imponer una moral sexista y misógina.

 

Lo confirma el obispo australiano G. Robinson, en su libro Sexualidad y poder en la Iglesia (Sal Terrae, Santander), encargado por la conferencia episcopal de su país para investigar los casos de pederastia: “más que de un problema de sexualidad en los casos de pederastia, es un problema de poder, el poder de un clero sacralizado y, por ello, inapelable”

 

La pederastia clerical se convierte así en la mayor perversión de la divinidad, de lo sagrado y de la religión, en su mayor descrédito tanto para las personas religiosas como, con más motivo, para quienes se declaran no creyentes. Pero quizá lo más grave es que el comportamiento criminal de los pederastas y el silencio de la jerarquía terminan por desacreditar a la comunidad cristiana, a toda la comunidad cristiana, desconocedora de dichas prácticas durante varias décadas y sin tener responsabilidad alguna en tan terribles crímenes.

 

Hoy la comunidad cristiana, que ya conoce tamaños crímenes, debe levantar la voz profética de denuncia contra los pederastas y sus cómplices. Callar se convierte en delito: delito de silencio.

 

El juicio y las sanciones contra los pederastas, una vez demostrados sus crímenes, deberían recaer también sobre sus encubridores, que ocupan las más altas esferas eclesiásticas. En otras iglesias nacionales se han producido ceses o renuncias en la jerarquía: obispos, arzobispos, cardenales, incluso nuncios del Vaticano. En España, ni un solo cese, ni una sola renuncia. Mucho me temo que la administración de justicia siga teniendo todavía un temor reverencial hacia las jerarquías de la iglesia católica que le impida depurar responsabilidades e investigar hasta el fondo a quienes durante décadas han permitido actuaciones tan inhumanas.

 

El libro se titula ‘Pederastia, ¿Pecado sin penitencia?’ ¿Por qué lo elegiste?

 

Cuando terminé el libro, el título me surgió de manera espontanea y creo que responde a la realidad de la actitud de la jerarquía eclesiástica ante la pederastia. Durante los últimos 80 años sobre  los que se ha investigado este “crimen vil”, como le llama el papa Francisco, la jerarquía no reconoció la gravedad del pecado de pederastia ni la humillación a la que fueron sometidas las víctimas, miró para otro lado cínicamente ante las denuncias y las informaciones que recibía, y se limitó a cambiar de destino a los pederastas incluso sin informar de las razones de dicho traslado a otros lugares de España bien de otros países y continentes donde seguían delinquiendo impunemente.

 

A las víctimas se les imponía silencio para salvar el buen nombre de la Iglesia y se les amenazaba con penas severas que podían llegar a la excomunión si osaban hablar de las agresiones sexuales de las que eran objeto. Hacer público tamaño crimen se consideraba desobediencia y una traición al silencio impuesto. Esto generaba un clima de permisividad con los agresores, una atmósfera de oscurantismo para con las víctimas y un ambiente de complicidad de la jerarquía.

 

¿Es también, o ha sido, un pecado -y un delito- sin castigo?

 

Sin duda. Si en la Iglesia católica no se impuso la correspondiente penitencia a los pederastas conforme a la gravedad del pecado cometido, en el ámbito de la administración de justicia no se impusieron las obligadas penas conforme a la gravedad del delito. Pareciera que la jerarquía eclesiástica y la administración de justicia hubieran hecho un pacto, la primera para negar el pecado y la segunda para no investigar ni castigar el delito.

 

La jerarquía optó por el silencio y el encubrimiento y ni siquiera puso en práctica las sanciones establecidas en el Código de Derecho Canónico, como era la de excluir a los pederastas del estado clerical. En el caso de la administración de justicia había un miedo reverencial a los obispos y al clero. La simbiosis no podía ser mayor. No olvidemos que vivíamos en un régimen de nacionalcatolicismo en el que los cinco poderes: el legislativo, el ejecutivo, el judicial, el militar y el religioso estaban al servicio de la dictadura y el poder religioso la legitimaba. Mi impresión es que dicho miedo sigue manteniéndose hoy en un sistema en el que todavía quedan no pocos restos de nacionalcatolicismo. Me pregunto si no habría que hablar de cierta complicidad en la fiscalía de menores.

 

¿Cómo ha evolucionado la visión de la sociedad sobre los abusos a menores? ¿Y en la Iglesia?

 

Hasta hace muy poco tiempo la sociedad era desconocedora de tamaños crímenes y, por tanto, no podía actuar críticamente ni denunciarlos. Tampoco tenía conocimiento la comunidad cristiana, dado el encubrimiento de la jerarquía y el silencio que imponían a las víctimas. Por eso ni la sociedad ni la comunidad cristiana pueden ser acusadas de cómplices.

 

Ahora las cosas son distintas. Los casos de pederastia son conocidos y los pederastas tienen nombres y apellidos gracias a las informaciones de algunos medios de comunicación y a las denuncias de las personas agredidas sexualmente. En la sociedad se han creado asociaciones de víctimas que concientizan a la sociedad sobre las agresiones a menores, denuncian a los pederastas, reclaman la no prescriptibilidad de los delitos, acompañan a las víctimas que tristemente siguen sintiéndose solas y reclaman la rehabilitación de la dignidad pisoteada y una justa y necesaria reparación por los daños causados que en muchos casos duran toda la vida.

 

En el seno de la Iglesia católica hay colectivos cristianos muy sensibilizados hacia el problema. Uno de los más madrugadores fue la asociación “Iglesia sin abusos”, creada en 2002 en una parroquia madrileña ante las agresiones sexuales de un sacerdote. Su objetivo era promover la denuncia ante los tribunales, cuando nadie quería denunciar, y el cambio en la legislación. Llegó a denunciar el caso ante la fiscalía, ganó en la Audiencia y el Tribunal Superior confirmó la sentencia. El arzobispo fue condenado como responsable civil subsidiario.

 

Los últimos años se han creado otras asociaciones dentro de la Iglesia católica que denuncian la complicidad de la jerarquía en las agresiones sexuales a menores y exigen “luz y taquígrafos” y colaboración con la justicia. A principios de 2022 84 colectivos cristianos de base quienes una Carta Abierta a la Conferencia Episcopal Española bajo el título “Pasar de las tinieblas a la luz en la pederastia”. En ella calificaban la falta de investigación sobre los abusos y su negación o minimización, sobre todo por parte de la Conferencia Episcopal, como “una venganza absoluta”, “una ofensa al evangelio” y “un gravísimo pecado de omisión”.   

 

Durante años, la pederastia fue vista en la Iglesia como un problema interno, que se solucionaba internamente, trasladando a los clérigos abusadores y 'silenciando' a las víctimas. ¿Continúa existiendo una dinámica de ocultamiento en la institución?

 

Creo que sí. “Los trapos sucios se lavan dentro”, era la afirmación más frecuente y la práctica más extendida en los casos de pederastia clerical dentro de la Iglesia católica. Cito algunos ejemplos. El cardenal colombiano Darío Castrillón, siendo presidente de la Congregación del Clero, escribió en 2001 una carta a un obispo francés felicitándole por no haber colaborado con la justicia en el caso de un sacerdote pederasta condenado a 18 años de prisión por los abusos sexuales a 11 menores de edad. También fue condenado el obispo -la primera condena a un obispo en Francia desde la Revolución Francesa- por no haber informado a las autoridades judiciales tras la denuncia de la madre de una de las víctimas.

 

El cardenal Reinhard Marx, arzobispo de Munich, encargó a un despacho de la ciudad independiente de la jerarquía una investigación sobre la pederastia en dicha archidiócesis entre 1945 y 2019, que se hizo público en 2019.  El Informe, calificado por los autores de “relato de horror”, acusaba a Ratzinger de malas prácticas en la gestión de la pederastia y le responsabilizaba de ser responsable del encubrimiento de, al menos, cuatro casos de sacerdotes pederastas, sin que los excluyera del ministerio sacerdotal, ni tomara medidas contra ellos, aún después de ser condenados por la justicia civil. durante los años que fue arzobispo en la archidiócesis muniquesa.  

 

El Vaticano encubrió e hizo caso omiso de los informes sobre las agresiones sexuales a menores y la pedofilia del fundador de los Legionarios de Cristo, amigo y colaborador personal de Juan Pablo II que llegaban a la Congregación para la Doctrina de la Fe. El propio Papa polaco definió a Maciel como “guía espiritual de la juventud”. Dicho encubrimiento se produjo a lo largo de sesenta años durante los pontificados de seis Papas: Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II y Benedicyo XVI. ¿A costa del apoyo económico que Maciel aportaba a las arcas del Vaticano? Eso parece. Benedicto XVI, en una reacción ambigua Benedicto XVI ordenó a Maciel retirarse para vivir “en oración y penitencia”, cuando, según el Código de Derecho Canómico, tenía que haberle excluido del sacerdocio.

 

Como han revelado recientemente documentos salidos a la luz, el cardenal español Luis Fernando Ladaria durante su presidencia de la Congregación para la Doctrina de la Fe practicó también la “cultura del silencio” ordenando a varios obispos no hacer públicos los casos de abusos sexuales de menores cometidos por sacerdotes para “evitar el escándalo público” y desplazando a los sacerdotes pederastas a otro ministerio que no conllevara contacto con menores.

 

También numerosos obispos españoles siguen actuando de esa manera. Leí recientemente la entrevista de un sacerdote que denunció al obispo de su diócesis haber sido objeto de agresiones sexuales y el obispo le dijo que se llevaría el secreto a la tumba. En la investigación del Defensor del Pueblo hubo obispos que colaboraron plenamente y otros que se negaron para ocultar la verdad.    

 

¿Cuál es el papel de las víctimas, de los supervivientes, en este asunto?

 

Deben convertirse en el centro de las investigaciones. Sus relatos deben ser creídos, sus sufrimientos, compartidos, sus heridas, curadas. Son ellas las que tienen la verdadera autoridad, como afirmaba el teólogo alemán Johann Baptist Metz de las víctimas del Holocausto. Hay que anteponer la atención a las víctimas sobre la protección de los intereses de la institución eclesiástica, que tantas veces las ha olvidado, y no ha mostrado com-pasión con ellas.

 

¿Qué pueden hacer los cristianos ante esta lacra?

 

Una vez conocida su existencia, su magnitud y gravedad, los cristianos y las cristianas no pueden guardar silencio, pues el silencio es delito. Deben denunciarla, condenarla. He aquí algunos:

 

-       Analizar la raíz de la pederastia, que es el poder detentado por la masculinidad sagrada clerical: poder sobre las almas, sobre las mentes, sobre las conciencias y sobre los cuerpos;

-       No quedarse en la superficie del fenómeno, sino ir a las causas estructurales y exigir cambios estructurales, no simples revoques de fachada.

-       El patriarcado religioso, el clericalismo, la masculinidad del poder y el carácter jerárquico-piramidal de la Iglesia contribuyen a fomentar y mantener comportamientos tan perversos como la pederastia.

-       Para atajar dichos comportamientos es necesario des-patriarcalizar, des-jerarquizar, des-clericalizar, des-masculinizar, democratizar la Iglesia católica. El Papa Francisco acaba de afirmar que es necesario des-masculinizar la Iglesia y escuchar a las mujeres para ver la realidad desde otra perspectiva.

-       Exigir a la jerarquía transparencia evangélica en la búsqueda de la verdad, llegando hasta las últimas consecuencias, poniendo en práctica la afirmación de Jesús en el evangelio de Juan: “La verdad os hará libres” (Jn 10,32).

-       Cambiar las imágenes patriarcales de Dios, que con frecuencia están en la base de no pocos de los abusos sexuales de quienes se consideran los únicos representantes de la divinidad masculina, y proponer imágenes alternativas ajenas al poder, que se encuentran en la Biblia hebrea, en la Biblia cristiana y en la tradición mística. 

-       Exigir a los obispos la apertura de los archivos donde se encuentran las informaciones sobre agresiones sexuales cometidos dentro de la IC. La búsqueda de la verdad está por encima de la inviolabilidad de los documentos. Su negativa, que tienden a justificar en los Acuerdos con la Santa Sede, es un acto de encubrimiento de los pederastas y de complicidad con ellos.

-       Reclamar la eliminación del celibato obligatorio de los sacerdotes, ya que no hay una vinculación intrínseca entre una vida célibe y el ministerio sacerdotal, y el celibato impuesto es fuente de comportamientos afectivo-sexuales con frecuencia patológicos.

-       Pedir la supresión de los seminarios tal y como están actualmente organizados: internados donde los aspirantes al sacerdocio viven segregados de la juventud, de la familia y de la sociedad. 

 

¿Cuál ha sido el papel de la prensa en esta tarea?

 

Muy importante, diría que fundamental para sacar a la luz los múltiples casos de pederastia dentro de la Iglesia. De lo contrario habrían pasado desapercibidos o se habrían reducido a simple anécdota. Así lo ha reconocido el Papa Francisco en un encuentro con 150 periodistas que cubren la información en el Vaticano, a quienes llamó compañeros de viaje, agradeció la “delicadeza” de cubrir los escándalos de la Iglesia y pidió no edulcorar las tensiones, pero sin ruido innecesario.

 

Pero no toda la prensa ha tenido la misma actitud de informar sobre los pederastas y sus víctimas. Han sido preferentemente los medios de comunicación laicos quienes más empeñado han puesto en dicha tarea informativa. Aquí en España cabe destacar la encomiable labor de Religión Digital, que viene informando sobre el tema desde hace diez años con excelente competencia profesional y en actitud de denuncia sin ceder a presiones y la rigurosa investigación del diario El País durante los últimos seis años, cuyos informes ha enviado al Vaticano y al presidente de la conferencia Episcopal Española para que estuvieran informados en detalle de la crueldad de los violadores sexuales clericales.

 

Estos y otros medios de comunicación han abierto sus páginas a los relatos estremecedores de las víctimas indefensas que en muchos casos sufrieron vejaciones sexuales a diario durante años, en silencio y en la más absoluta indefensión, y han dado voz y credibilidad a quienes las jerarquías eclesiásticas se las negó durante décadas llegando incluso a culpabilizarlas. Esta labor informativa correspondería a las instituciones y a los medios eclesiásticos siquiera por trasparencia y coherencia evangélica.

 

A partir de la información de estos y otros medios de comunicación el panorama está cambiando considerablemente y se están produciendo avances importantes. El primero es la pérdida del miedo de las víctimas, que denuncian y señalan a los pederastas con nombres y apellidos y ubican con todo detalle los escenarios en los que se producían las agresiones sexuales: parroquias, colegios religiosos, seminarios, noviciados, casas sacerdotales, etc., lugares todos ellos “sagrados”, convertidos en espacios de humillación de personas indefensas y, en lenguaje religioso, de gravísimos pecados. Las denuncias de las víctimas y de las asociaciones que las representan se dirigen a la jerarquía eclesiástica y a la administración de justicia civil.

 

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