¡Viva San Romero!

24 de Marzo de 2024

[Por: Francisco Aquino Júnior | Portal das CEBs]




Oscar Romero fue obispo de la Diócesis de San Salvador, capital de El Salvador, de 1977 a 1980. Un pequeño país de Centroamérica, marcado por muchas injusticias, profunda desigualdad social y que vive bajo una dictadura militar.

 

Cuando los pobres comenzaron a organizarse para defender sus derechos, comenzaron a ser perseguidos por los terratenientes y el gobierno. Muchos fueron arrestados, torturados e incluso asesinados. Quienes apoyaron a los pobres en sus luchas y organizaciones también sufrieron las mismas consecuencias y la misma suerte: perseguidos con los pobres y a causa de los pobres. La lista es inmensa: desde campesinos hasta trabajadores y estudiantes; desde sindicalistas hasta abogados y periodistas; desde monjas hasta sacerdotes y obispos… Más de 75 mil salvadoreños fueron asesinados en los años 80.

 

Esta situación de miseria, injusticia y violencia contra los pobres y sus aliados abrió los ojos y el corazón de Mons. Romero... Poco a poco, empezó a darse cuenta de que esto iba en contra de la voluntad de Dios y que la Iglesia no podía permanecer en silencio ante esto. situación. . Comenzó a denunciar la injusticia y la violencia, a defender el derecho de los pobres a organizarse y a apoyar sus luchas y organizaciones. Cada domingo, en su homilía, dio cuenta de las violaciones de derechos humanos en el país. A menudo fue la única voz profética pública del país. Sus homilías, retransmitidas por radio, se escucharon en todo el país.

 

Pero Romero también empezó a ser calumniado y perseguido por estar del lado de los pobres. Incluso por parte de mucha gente de la Iglesia que estaba del lado de los ricos. Los periódicos, la radio y la televisión lo acusaron de ser comunista y de incitar a la discordia y la violencia; la radio de la diócesis fue bombardeada muchas veces; varios sacerdotes y religiosos fueron perseguidos, expulsados del país, torturados e incluso asesinados; la mayoría de los obispos, aliados con militares y terratenientes y/o preocupados por mantener los privilegios de la Iglesia, estaban en su contra. Pero Romero se mantuvo firme. Dijo que el mayor tesoro y la mayor riqueza que la Iglesia tenía que proteger eran las vidas de los pobres. Y que ésta era su misión como cristiano y como obispo. Siempre respetó y amó a todas las personas, incluidas aquellas que lo calumniaron y persiguieron; siempre condenó la violencia; perdonó de antemano a sus asesinos. Pero defendió con todas sus fuerzas y sin flaquear la dignidad y los derechos de los pobres. Muchos campesinos y trabajadores dijeron que él era su voz: la “voz de los que no tienen voz”.

 

Y el 24 de marzo de 1980 fue asesinado, a instancias de militares, mientras celebraba la Eucaristía. Pensaron que así silenciarían su voz profética. Pero, por el contrario, empezó a resonar cada vez más fuerte y más lejos, alentando a muchas personas y comunidades en todo el mundo a denunciar las injusticias y defender los derechos de los pobres. Su misión continuó en la vida de muchos cristianos, de muchas otras personas y de muchos grupos y comunidades. Él mismo ya lo había advertido, en el contexto de las amenazas que venía recibiendo: “si me matan, resucitaré entre el pueblo salvadoreño”; “un obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pueblo, nunca perecerá”.

 

Celebrar la memoria de Romero es confirmar su vida y asumir su misión. Es seguir haciendo lo que él hizo en el lugar y contexto en el que vivimos. No basta reconocer su santidad y animarlo en una celebración. Necesitamos hacerlo vivo y activo en nuestras comunidades a través de nuestro compromiso y acción en defensa de los derechos de los pobres y oprimidos. Aunque cueste caro. El mismo Jesús ya lo había advertido: “Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Juan 15,20).

 

La celebración de la memoria de Romero, junto con la celebración del memorial de Jesucristo, mártir por excelencia, nos compromete a todos. A través de él confirmamos su vida y nos unimos a él, haciendo nuestra su misión, actualizando en nuestra vida y acción pastoral su compromiso con los pobres. Sólo así podremos celebrarlo evangélicamente y gritar sin hipocresía: ¡¡¡Viva San Romero !!! Porque nuestro grito no será más que el anuncio profético de que Romero vive entre nosotros y vive, precisamente, a través de nuestro compromiso con la Causa de los pobres, con la lucha por la justicia.

 

¡¡¡Viva San Romero!!! Que viva!!!

¡Para “gloria de Dios” es que el “pobre viva”!

 

Lea la columna completa en el Portal das CEBs.

Acceda a: https://portaldascebs.org.br/viva-sao-romero/

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