Nadie nos separará del amor de Dios

17 de Marzo de 2024

[Por: Rosa Ramos]




“Cuando el corazón está lleno de amor

Todos los milagros pueden suceder…”

Alejandro Szekely

 

¡Parece que este artículo viene de amor! ¿Acaso la Cuaresma no nos prepara para la mayor entrega por amor, precisamente, la de Jesús, que, habiendo amado a sus suyos, los amó hasta el extremo?

 

En estos días varias personas cercanas han estado o están enfermas, algunas internadas, otras en tratamientos difíciles, otras con grandes temores por la enfermedad que atraviesan, y me piden que rece por ellos. También yo temo y rezo por el futuro incierto de seres queridos a los que se les ha diagnosticado una dolorosa enfermedad. A diario tomamos contacto con la fragilidad -tema tratado hace pocos artículos- de los otros y la propia, con los consiguientes temores al sufrimiento. Y esto solamente en nuestro entorno cercano, si leemos o vemos las noticias, el panorama del dolor nos abruma, nos agobia.

 

En medio de las situaciones de dolor, creo que lo peor es el abatimiento, el sentirse derrotado y solo, en una sociedad indiferente, que quiere ignorar todo pesar. Hay personas que piden casi diría con desesperación: “reza por mí, por favor”. Seguramente no se sienten capaces de rezar ellas, o peor aún, no se sienten escuchados en sus demandas, viven la enfermedad como un fracaso personal y como el abandono de Dios. Me parece que me piden que procure y rápidamente una intervención mágica. En el tema de la enfermedad, parece que los cristianos seguimos pensando como en tiempos de Jesús, con rémoras del Antiguo Testamento. También en otros temas, pues no faltan oraciones por la lluvia o por el fin del hambre o de las guerras. 

 

A veces me atrevo a decir algo más que “sí, rezo, confía, mantén la calma y el ánimo”, o “lucha…”, pero la mayoría de las veces, no voy más allá, porque creo que justamente en su estado de angustia no logran ver o escuchar algo diferente. También porque quien que pide que recemos por él o ella, no espera argumentos lógicos ni teológicos, sino escucha, comprensión y compasión.

 

Es por esto que creo que vale hablar del amor, una y otra vez, del amor que se traduce en cuidar, acompañar, animar la confianza, a la vez que ensanchar horizontes y ayudar a inscribir el dolor propio en el contexto más amplio del dolor universal. Hace más falta poner amor, empatía, sostener esas vidas amenazadas y sentirnos parte de la misma trama, por tanto, también sostenidos. Eso lo puede hacer y vivir cualquier persona. En el caso de los cristianos, creo que también es importante anclarse en el amor divino, del que nada ni nadie podrá separarnos, por eso el título de este artículo. Antes de ir a ese texto de San Pablo, invito a escuchar una canción https://youtu.be/tu7epdIgVuk

 

Al escuchar por primera vez la canción de Alejandro Szekely impresiona la ternura de la melodía, la letra es muy simple y puede dar la impresión de amor-magia, pero si la escuchamos otra vez atentamente, en su simplicidad, se puede descubrir el amor sanador, el amor que invita al otro a confiar y a amar. Me recuerda el libro de Mariola López -sobre el que escribí para la entrega anterior- con su propuesta de descubrir que somos bendecidos y podemos por tanto ser bendición.

 

Luego del estribillo colocado al inicio sigue: “Dame una canción, un rayo de sol, para que te encuentre en el camino hoy. Si me comprendés, dame una ilusión para que florezca mi jardín mejor, para que florezca en tu jardín el sol”, luego repite lo mismo varias veces, como un mantra. A mi juicio, es una canción profundamente evangélica (desconozco, y más bien dudo, acerca de que el autor tenga fe religiosa), donde el amor es circular, se pide, se da y se recibe con frescura, sin condiciones. 

 

“Dame de beber”, “si quieres puedes curarme”, “¿qué quieres que haga por ti?”, “mujer, qué grande es tu fe”, “tu fe te ha curado”, “quiero, queda limpio”, … todas expresiones que cambiaron el panorama gris y rígido, estrecho y exigente, de las poblaciones que iba recorriendo Jesús, siempre “haciendo el bien”. Un peregrino y un pequeño grupo de seguidores y seguidoras, cuya presencia hacía florecer las vidas gastadas de mujeres y hombres enfermos, impuros, marginados. Presencia de Jesús misericordioso, que comprendía (“si me comprendés, dame una ilusión”) que escuchaba, que tocaba y bendecía, que hacía florecer lo mejor de las personas: Natanael, Zaqueo, Nicodemo, la mujer sorprendida en adulterio, la mujer encorvada, la samaritana, el leproso, el ciego… Hacía asomar esperanza de algo nuevo, o florecer para ellos el sol en el jardín abandonado de sus vidas. En este sentido es que digo que la canción me sabe a Evangelio.

 

“Cuando el corazón está lleno de amor, todos los milagros pueden suceder” ¿Cómo hablar del amor como milagro, sin caer en el romanticismo ni en la magia de que todos los males desaparecen? Precisamente desde la sencillez y la cotidianidad. Los milagros de las sonrisas, de las visitas, de la escucha a las cuitas de los otros, del compartir temores y sueños. Aquello tan trillado, pero cierto, de que un dolor compartido se aligera y una alegría compartida se expande o multiplica. Tras el encuentro crece la esperanza o queda una alegría serena, a veces acompañada de lágrimas. ¿No vemos allí un milagro? Aunque no tengamos la solución al mal que la aqueja, la persona experimentó que era alguien para alguien. 

 

Quizá algunos recuerden un texto de Eduardo Galeano “Nochebuena”, allí cuenta que en un hospital, cuando un médico se iba a su casa ya muy tarde, sintió detrás suyo “unos pasitos como de algodón”, se volvió y reconoció al paciente, un niño que estaba solo, se inclinó hacia él para saber qué necesitaba y el niño le dijo “decile a… alguien que yo estoy aquí”. Ahí termina el texto, pero me gusta imaginar el abrazo del médico al niño, o que lo levantó y lo llevó a su camita, que le cantó o leyó un cuento bonito, para que se durmiera, antes de irse a celebrar con su familia.

 

¿Y si el dolor o el desamparo es nuestro, si la angustia o la soledad es nuestra? ¿Quién nos consolará y animará a seguir? 

 

Ojalá que seamos capaces de vencer temores o pudores y le abramos el corazón a amigos incondicionales que estarán cerca. Pero ojalá también que recordemos -o que ellos nos recuerden- las palabras de Pablo a los Romanos: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Acaso las pruebas, la aflicción, la persecución, el hambre, la falta de todo, los peligros o la espada?” (8, 35) La historia de mártires (reconocidos o no como tales) o santos de la puerta de al lado, en expresión del Papa Francisco, nos asegura con su testimonio lo expresado por Pablo: “Yo sé que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni las fuerzas del universo… podrán apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.” (8, 38-39) Jesús que había experimentado el amor del Padre y amado a su vez hasta el extremo, sufrió el silencio del Padre en la Cruz, no obstante, permaneció confiando: el salmo 22 empieza en grito y acaba en entrega. ¡Cuando el corazón está lleno de amor, confía! 

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