De la necesidad a la generosidad

03 de Marzo de 2024

[Por: Armando Raffo, SJ]




“… a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón.” (Lc.4, 27) La frase del evangelio de Lucas se refiere a una viuda que no era judía y que mediante una intervención del profeta Elías, nos descubre algo importante a todos.

 

Para entender la cita que da pie a esta reflexión, importa notar que Dios había anunciado al profeta Elías que sobrevendría una gran sequía hasta que Él quisiera. También le habría indicado a Elías que se dirigiera al torrente de Kerit, que está al este del Jordán, es decir una zona pagana para los judíos de entonces, y que allí encontraría agua y alimento que el propio Yahvé proveería. En efecto, encontró agua en el torrente y unos cuervos que le alimentaban. No obstante, al cabo de varios días el torrente se secó y el profeta entendió que Yahvé le indicaba ir a Sarepta confiando en que una viuda le alimentaría.

 

Llegado a esa ciudad, se encontró con una mujer viuda que estaba recogiendo leña para cocinar un pancito que compartiría con su hijo para luego esperar la muerte, ya que ese era el último alimento que tenían. No obstante, el profeta le indica que cocine para él, diciéndole que luego habría de cocinar otro para ella y su hijo. Para justificar su pedido apeló a una sentencia divina que advertía que no se acabaría la harina ni faltaría el aceite hasta que terminara la sequía. Precisamente el relato termina diciendo que: “No se acabó la harina en la tinaja ni se agotó el aceite en la orza, según la palabra que Yahvé había dicho por boca de Elías.” (v16)

 

Cabe notar que la localidad de Sarepta no se encontraba en territorio judío y que la viuda sigue las indicaciones del profeta a pesar de no pertenecer a su pueblo judío. Asimismo, que la sequía anunciada iba más allá de las fronteras judías y que en ese contexto fue que la viuda confía en el profeta y le entrega lo último que tenía para vivir. 

 

Si miramos con cierta detención el relato que nos ocupa, podemos apreciar varias circunstancias que aluden, de una forma o de otra, a la promesa o el deseo persistente que abrigaba Abraham en su corazón de ser bendición para todas las naciones de la tierra. Dado que el relato que estamos comentando ocurre en “tierras paganas”, podemos intuir que ya el Antiguo Testamento alude a historias salvíficas fuera del territorio judío. 

 

La frase que titula esta reflexión es muy clara al respecto. Elías fue enviado a un país que no era judío de tal forma que ya aludía a la universalidad de la salvación que tendría su punto de apoyo en el pueblo judío que, como dijimos, se expresó de forma notable en la persona de Abraham.

 

El relato de la viuda de Sarepta deja ver que la confianza en Dios puede convertir la necesidad en generosidad. Sólo quién ha padecido penurias y las precariedades puede intuir o percibir algo esencial de todo ser humano: la limitación e insuficiencia que nos caracteriza. En el caso de la viuda de Sarepta bien podemos percibir que la fe de aquella mujer, que no era judía, le llevó, sin embargo, a obedecer lo que un profeta le decía. Podemos intuir, pues, una semilla de universalidad, no en la actitud del profeta judío, sino en la viuda que no pertenecía a ese pueblo.  ¿Por qué habría ella de obedecer al profeta y en aquellas circunstancias? Podemos insistir en que ese pasaje de la Biblia, de alguna manera, se apoya en la fe de Abraham cuando sintió que debía ser bendición para todas las naciones de la tierra. 

 

El relato de la viuda de Sarepta deja ver algo entrañablemente humano. La precariedad de la viuda no se convierte en egoísmo sino en una generosidad; no sabemos exactamente en qué se apoyó la viuda para entregar lo que tanto necesitaba. No podemos apelar a la fe del pueblo judío porque ella pertenecía a otro pueblo, pero sí podemos intuir que la viuda, desde su necesidad, pudo vislumbrar que aquel profeta aludía a una dimensión radical de todo ser humano: somos tan necesitados que sólo podemos crecer y avanzar con otros. 

 

Cuando alguna circunstancia nos lleva a reconocer nuestra radical precariedad podemos abrimos a percibir la importancia de ser bendición –bien decir- para todos. De la mano de ese dinamismo podemos descubrir algo que a todos nos compete. Se trata de percibir existencialmente que sólo somos con otros y desde otros. Todos somos necesitados y sólo crecemos con los diferentes. Eso pareció entender la viuda de Sarepta, cuando intuyó que tenía sentido compartir su alimento con alguien, que de una manera o de otra la remitía a Dios. 

 

Cuando Elías le pidió un poco de agua y un bocado de pan, ella manifestó su radical pobreza, que en aquellas circunstancias deberían llevarla a la muerte junto a su hijo. Sin embargo, desde esa desesperación tuvo el coraje de creer al profeta y descubrir el alimento que da sentido a la vida. Cuando damos de lo que necesitamos encontraremos en el alimento la fraternidad, la harina y el aceite para alimentar, no sólo a los prójimos, sino a todos los necesitados. Bien podemos afirmar que la viuda descubrió algo “divino” en la persona de Elías, no por alguna grandeza o espectacularidad, sino en la humildad de solicitar aquello que necesitaba para seguir adelante. La generosidad y la apuesta de la viuda en el contexto de aquella circunstancia tan precaria, evidencia la confianza en que sólo dando es que se recibe. Bien podemos concluir que la viuda de Sarepta pudo intuir en “ese otro” al “Otro” con mayúscula que la invitaba, como no podía ser de otra manera, a ser con otros y para los otros. 

 

“Pa´ qué es la vida, si no es pa´ darla” era una sentencia que se encontraba en la entrada de una casa que congregaba jóvenes de distintos lugares que creían que sólo se cambia algo cuando están convencidos de que tienen que dar de lo que necesitan.  

 

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