25 de Febrero de 2024
[Por: Juan Manuel Hurtado López]
1. El Camino
“Nosotros vamos adelante” -dijo el mayordomo-.
Bueno, es un decir, porque delante de nosotros va el Señor de Amula, la Virgen de Guadalupe, un mariachi y luego nosotros.
Como aprendimos de niños en la escuela, vamos todos guardando su distancia. Detrás de nosotros vienen los Jefes de barrio de los ocho barrios de Jiquilpan, luego los creyentes que vienen formados en tres filas.
Después vienen danzas, más creyentes, más danzas. Ya cuando nuestra vista casi no alcanza a mirar, allá atrás viene la Vicaría Fija de Apango con su patrono San Andrés, más danzas y más creyentes.
Así venimos desde la entrada de la carretera que viene de Jiquilpan allá en la glorieta hasta el templo parroquial de San Gabriel.
¿Tú sabes el camino? –Preguntó Sebastiana-
“Yo no, pues si nunca he ido ¿Cómo lo voy a conocer?” –Le respondió Petrona-. Entonces, mejor vámonos con todo el grupo para no perdernos –le dijo Sebastiana.
Estas dos mujeres formaban parte de la peregrinación que salió a pie de Apango a San Gabriel a la Fiesta del Señor de Amula.
“Es por aquí” –indica el guía de la vereda que sale de Apango directo a San Gabriel-. Todos siguen la marcha, son 150 creyentes que salieron a las 7:30 de la mañana. Ellos vienen por el cerro, dando vueltas aquí y allá. “Aquí tengan cuidado porque el camino es un poco resbaloso y hay mucha piedra suelta y pueden caer” –indica de nuevo el guía del camino-. Ellos trepan hasta la parte más alta de la sierra y luego descienden culebreando las vueltas del camino hasta llegar al pueblo donde vivió de niño el escritor universal Juan Rulfo.
Tres autobuses llenos de peregrinos también hacen el viaje de Apango a San Gabriel. Así completan su peregrinación, además de sus danzas.
“El peregrinar a pie hacia un santuario tiene algo de nostalgia, siente uno como que algo se le mueve en el corazón” –dijo una mujer que venía con el grupo de Apango- “Siente uno –continuó la mujer- como si siempre hubiera estado uno caminando, aún antes de nacer”.
“Mira, Petronila –que así se llamaba la mujer- lo que pasa es que la humanidad siempre ha estado caminando” -le comentó Anastasia-.
¡Ah sí, pues no lo sabía!
“Sí Petronila, nosotros llevamos 30 mil o 40 mil años caminando por esta América. Pero nuestros abuelos venían desde África donde nacimos como humanidad en el Pleistoceno con el hombre de Neanderthal hace unos 500,000 años. Y los más anteriores a nuestros abuelos tienen más de un millón de años sobre la tierra. Y lo que pasa es que de tanto caminar, nuestros pies ya se sienten parte de la tierra; nuestros pies sienten que siempre están caminando sobre esta tierra.
En nuestros pies van caminando los pies de todos los peregrinos del mundo: los que peregrinan a Tierra Santa, los que van a Santiago de Compostela, quienes se dirigen al Santuario de Lourdes, a Fátima o la Basílica de San Pedro en Roma; los millones de peregrinos que van a la Villa de Guadalupe, los que van a la Basílica de Zapopan, o a la de San Juan de los Lagos o a Talpa. Eso somos, peregrinos. El pueblo de Israel caminó durante cuarenta años por el desierto hacia la Tierra prometida.
Cuando nosotros peregrinamos, se nos amontonan los recuerdos de esos 500 mil años de caminar, y entonces los recuerdos se nos quieren salir por nuestros ojos, por nuestros poros de la piel, por nuestros sentimientos, por nuestro corazón y por nuestro pensamiento. Por eso no sabemos explicar qué sentimos al caminar”.
“Fíjate –intervino Petronila- yo no había pensado en eso. Pero siempre que voy en peregrinación siento ese hormigueo en los pies, siento como que el corazón se me apachurra contra el pecho, siento como ganas de llorar, pero no de tristeza, sino de nostalgia, como que algo se me perdió”.
“Así son los recuerdos -comentó Anastasia- se expresan como quieren y no le piden permiso a nadie para aparecer de repente”.
En esta plática iban aquellas dos mujeres cuando en una vuelta del camino divisaron las torres del templo del Señor de Amula, ya estaban por llegar al poblado. Hacía hora y media que habían salido de Apango y ya sólo faltaban unas cuantas vueltas más para entrar a las primeras calles del poblado que alegre las esperaba.
2. La alegría de la Fiesta
Cuatro danzas y un mariachi acompañaban nuestra peregrinación. Tres de sonajeros y una danza azteca. Su rítmico bailar, sus giros vertiginosos, su golpeteo contra el piso, el sonido de cascabeles de las sonajas, los piteros, el retumbar de los tambores, sus multicolores vestimentas, los cohetes, los vivas de los devotos del Señor de la Misericordia y el romper el viento con el sonido de las trompetas, hacían de la entrada de la peregrinación al pueblo, una fiesta.
A eso habíamos sido invitados, a hacer fiesta, a participar en la Fiesta patronal en honor al Señor de la Misericordia de san Gabriel, el Señor de Amula.
La Fiesta tiene algo de gratuidad, de explosivo, de gozo, de sorpresa.
“La fiesta me atrapa” –comentó serio Don Gervasio, un señor de unos 70 años- Vengo año con año, y seguiré viniendo hasta que Dios me lo permita. Aunque, -dijo- mis pies ya están medio cuarracos y no me ayudan a caminar”.
“Mi papá me traía de chiquito, a mí y a mis hermanos que eran tres: Leopoldo, Lorenzo y Tranquilino –continuó Don Gervasio-.Yo recuerdo que en la Fiesta se quemaba mucha pólvora, había castillos, toritos, se quemaban cohetes. Y luego entrábamos a Misa. Mi papá nos compraba unos dulces y nos daba unos centavos para comprar canicas. También había toros, jaripeada. Así, año tras año. Por eso sigo viniendo”.
“Yo bailo en una danza –expresó Pánfilo- desde chiquito mi papá me enseñó. Cuando era la Fiesta de mi comunidad allá en Apango, mi papá bailaba en cada peregrinación del Novenario. Y ya el día de la Fiesta, bailaban varias horas”. Por eso yo agarré esa tradición y aquí en la danza andan dos de mis hijos, un adolescente y una niña. A ellos también les gusta mucho danzar”.
Luego Pánfilo se quedó pensativo y susurró muy suave: “Creo que ésta es la única manera que hay para que no se acaben nuestras tradiciones”.
Por su parte, la peregrinación de Jiquilpan se había esmerado en prepararle un buen carro alegórico a su Patrona, la Virgen de Guadalupe. La imagen de la Virgen estaba engalanada con un tupido y esplendoroso arreglo de flores que la circundaba totalmente. A sus pies iba sentado el indio Juan Diego.
Y aquí permítanme hacer un paréntesis. Lo que sucedió fue que en vez de que se enfermara el tío de Juan Diego, Juan Bernardino, el que se enfermó en el camino, se desvaneció y al final se desmayó, fue Juan Diego. Tuvieron que venir las asistencias médicas con una ambulancia para trasladarlo y darle atención médica.
Pero fue voluntad del anciano que representaba a Juan Diego el ir a los pies de la Santísima Virgen de Guadalupe. No resistió tanta emoción y mejor se ausentó del escenario. Pero la Virgen lo cuidó y al final salió con bien.
3. La Misa
¡Zas. Zas, zas! y 1,2,3, ¡Zas, zas, zas! y 1,2,3…las danzas bailaban interminables, hacían giros en el atrio del templo parroquial, hacían sonar sus tambores, sus flautas, sus sonajas…¡Zas, zas, zas! y 1,2,3…¡zas, zas, zas! y 1,2,3…Cientos de pies con guaraches golpeteaban el adoquín del atrio parroquial al son de sus flautas, sonajas y tambores…
Arriba en el campanario se esforzaban las campanas por dar su mejor tono en el repique que anunciaba el inicio de la celebración. Los cohetes desde lejos acompañaban el repique y el golpeteo de las danzas.
Desde el interior del templo salía un canto hasta el atrio:
“¡Oh, Dios!, Salvador del hombre,
Padre de inmensa bondad.
Jesús, por tu Dulce Nombre,
Ten de nosotros piedad.
Jesús, por tu Dulce Nombre,
Ten de nosotros piedad”.
Era tanta la gente que entró al templo que, al llenarlo por completo, tuvo que salir de nuevo por las puertas laterales y por la misma puerta de entrada y buscar un sitio en el atrio. A las paredes del templo les faltó fuerza para contener los corazones que querían estar ahí adentro a los pies del Señor de la Misericordia. Esto lo notó rápido el Señor de Amula, pues en su rostro se veía la expresión clara de …”¡Bueno, ahí será para la otra!”.
Allá adentro en el templo se escuchaba: “Aquí estoy. ¿Para qué me llamaste?...Después de tres llamados, le dijo el sacerdote Elí a Samuel: “Si alguien te llama, responde: ‘Habla, Señor; tu siervo te escucha”. Y entre cantos, flores y luces transcurría la celebración de la Misa.
Oímos que el Señor no quitaba la mano del renglón y seguía llamando: “¿Dónde vives Rabí? Él les dijo: ‘Vengan a ver’. Eran Andrés y Juan los que le preguntaron. Y eran como las 4 de la tarde.
Y Andrés, por andar ahí nomás preguntando a Jesús dónde vivía, sintió el deber de comunicárselo a su hermano Simón y lo llevó ante Jesús. Así quedaron enganchados con Jesús esos tres primeros apóstoles.
En el ofertorio llegó un río de ofrendas: flores, despensas, vino, cera, útiles de aseo y hostias.
Los cantos subían hasta lo más alto del templo, llenaban el recinto y rebotaban en las paredes y en los oídos de todos los participantes.
Ya casi al final de la Misa escuchamos: “…para que saciados con el pan del cielo, vivamos siempre unidos en tu amor”.
4. Extra muros
En lo social, la Fiesta al Señor de la Misericordia de San Gabriel se ve engalanada con muchos eventos: reinas, conciertos, obras de teatro, recitales, jaripeos, grupos musicales, mariachis, bandas, cabalgatas, quema de castillos y toritos.
La Fiesta convoca a los habitantes de los pueblos aledaños del Municipio y de otros Municipios. También acompañan la Fiesta los hijos ausentes de Estados Unidos, Guadalajara, Sayula y de otras ciudades. Es una Fiesta regional.
Es la tradición popular que se mantiene viva a través de los siglos. Participan desde tenores y sopranos de prestigio, orquestas, hasta los hijos de Juan Rulfo en un evento cultural dedicado en honor a su padre.
Ser parte de esta fiesta al Señor de la Misericordia, es poner los pies sobre millones de pisadas de peregrinos que ya han pasado por este camino.
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